miércoles, 20 de mayo de 2015

¿Quién es poeta y quién no?


(Opinión)

René Ovidio González
     
    Recién escuché afirmaciones respecto al tema que me hicieron reflexionar. Quien las pronunció es alguien versado en culturología y, además, importante columnista en un periódico digital. “Aquí solo hay tres poetas”, me dijo, y acto seguido mencionó a quienes él considera los únicos vates surgidos de la sagrada tierra Lenca. Horas más tarde, reunidos en su casa de habitación y estando presente uno de los seleccionados por su ojo clínico, volvió a manifestar su percepción acerca de los creadores, agregando, no sé si en broma o en serio, las cualidades que los convertían en elegidos por los dioses.
     Siempre es útil primero pensar lo que se va a expresar. Roque Dalton expresa así lo que piensa: El poeta es tal porque hace poesía, es decir, porque crea una obra bella. Las cualidades que el amigo versado en culturología ve en los aludidos escritores se relacionan a, por ejemplo, publicaciones en su haber, inclusive, alabó el hecho de que a uno de ellos “ya la DPI le publicó un libro”. Otra de las cualidades es sufrir el clima de San Miguel, ni nos imaginemos el de Santa Rosa de Lima, un infierno insoportable. Y el otro aspecto es la forma de vender su poesía, es decir, la distribución, pues un miembro del trío poético lo hace en puestos de mercado, en buses y en otros sitios donde concurre la gente. Roque nos sigue hablando: Mientras haga otra cosa será todo lo que quiera menos un poeta. Por si no se entiende yo descifro: será vendedor, será superhéroe por soportar la rudeza del clima, será peón con suerte al lograr que la DPI le publique, será todo lo que quiera
     No deseo por ningún motivo demeritar a los poetas a quienes se da el aval como tales. Tampoco es cierto que esté enfadado por la exclusividad. Solo he de exponer mis puntos de vista que no necesariamente han de ser unánimes. Todos en este Macondo sabemos cuan maleables son los trucos para publicar. Y si la publicación es por cuenta propia lo necesario es el billete y no la calidad. Conozco a un “poeta” que cumple con suficiencia las condiciones apuntadas y, no obstante, yo pudiera catalogarlo como un imitador, y pésimo imitador, por cierto. Pero vende y los estudiantes lo leen. Entonces ¿quién soy yo para descalificarlo?
     Manlio Argueta, gran novelista, ante una sospechosa ausencia suya en un “estudio” hecho por un experto analista-escritor acerca de la novela salvadoreña, nos decía: Es que ese fulano me tiene mala leche… (UES-FMO, noviembre de 2000) No por esa omisión Manlio dejó de ser de los mejores novelistas salvadoreños.
     Más allá y dispensen el símil por lo descabellado: a Horacio Quiroga, intelectuales de su país integrantes de una comisión gubernativa le rechazaron su obra “Cuentos de la selva” por adolecer, según ellos, de errores gramaticales... Por su parte Gabriel García Márquez se llevó una desagradable sorpresa cuando la Editorial Losada de Buenos Aires le denegó la publicación de su primera novela “La hojarasca”, por no cumplir los cánones de calidad requeridos: “…me enfrenté sin testigos a la noticia escueta de que La hojarasca había sido rechazada…” (Vivir para contarla, pág. 489, Editorial Norma, 2002) El mismo editor que rechazó La hojarasca “Guillermo de Torre, había rechazado los originales de Residencia en la Tierra, de Pablo Neruda, en 1927.” (Vivir para contarla, pág. 490, Editorial Norma, 2002).
     Horacio Quiroga está considerado un maestro del cuento latinoamericano. García Márquez y Neruda ganaron el Premio Nóbel de Literatura en distintos momentos.
     Debo ser sincero: de uno de los bardos de esa trinidad jamás he leído poema alguno, ni lo conozco, por tanto y en consecuencia, no puedo emitir juicio acerca de su trabajo. Entiendo que entre él y yo hay una diferencia notable: él ha regresado del extranjero donde vivió, mientras yo nunca he salido del oriente salvadoreño, “de Santa Elena a San Miguel y de San Miguel a Santa Rosa de Lima”, tal como debió decir en una oportunidad mi amigazo Sebastián Zepeda, que vive en Londres hace ya 35 años. O sea, pues, que la condición de trashumar el infierno insoportable la cumplo a cabalidad.
     Con otro de los integrantes de la tripleta nos unen tiempos inmensos de conversaciones, infinitas tazas de café, recitales, llamadas telefónicas hasta bien entrada la madrugada. Bastante blablablá. Pero también ediciones de trabajos suyos y míos; y en mi caso, algunas de esas ediciones elaboradas con mis únicas dos manos, artesanales, y ventas de opúsculos, aquí y allá: en Escuelas, Institutos Nacionales, Universidades, en la tiendita del Museo en Perquín, y por otros rumbos. Cumplo así otro de los requisitos. Con este miembro de la tripleta tengo una insólita diferencia: él tiene cuenta de facebook y yo no. La autopublicidad hoy día es factor decisivo.

       Ahora debo socializar otra verdad: el versado en culturología, el del ojo clínico, no ha leído mi poesía ni mi narrativa. Es que pasa lo siguiente: no tengo ejemplares de mi obra. Todo lo artesanal lo vendí o lo regalé, o tal vez lo devoraron las polillas o las cucarachas que abundan por estos lares; quizás no tuve la fineza de imprimir en papel mis textos o mis poemas (¡Qué atrevido soy al llamarlos así!) para entregárselos. Tampoco le pedí nunca su correo electrónico para enviárselos. No obstante, en junio de 1999 el amigo del ojo clínico escribió un comentario que transcribo: Que el fuego… es poesía a mi entender de un romanticismo inveterado de los líricos, pero no nos confundamos, por sus ideas corre una ideología épica. Se refiere a mi poemario “Que el fuego concluya su misterio”. Por otro lado, me es imposible acceder a la DPI. No digo el porqué pues alguien podría acusarme de lo que le dé la gana…
     Hace poco yo hacía una broma en una reunión. En mi trabajo de docente. Retomaba una frase que escuché en un diplomado sobre literatura salvadoreña al que asistí: Todos somos poetas hasta que no se demuestre lo contrario. Hoy le doy vuelta a la idea: Nadie es poeta hasta que no se demuestre lo contrario. Y vaya, yo sí puedo demostrarlo: ahí están mis escritos, multitud de poemas (y cuentos, que si llevan poesía me convierten en poeta, ¿o no?) que esperan haya un tan solo crítico literario que los analice, desde luego, ese crítico deberá tener las credenciales morales y prácticas. ¡Quien se sienta “crítico literario” que aviente la primera… lo que quiera aventar!
     Puedo probar que al menos a uno de los tres vates Lencas lo superé en un certamen literario. Él incluyó sus poemas participantes de ese certamen en un libro, y lo dice: Mención honorífica, y yo tengo el diploma de Segundo lugar firmado y sellado por las autoridades, de en aquel entonces CONCULTURA, que confirman mi aseveración. Y si hubiera registro histórico, quienquiera se toparía con el hecho demoledor de que esa vez la doctora Matilde Elena López fue parte del jurado calificador. El mismo escritor, tiempo después, siempre pasado de copas, visitaba mi casa para que le “viera” los poemas que él escribía en cualquier esquina o en cualquier andén de una calle cualquiera de cualquier ciudad.
     El hecho que haya más de uno que se haga pasar como poeta no siéndolo, que algunos hagan uso de falsificaciones, o que haya jóvenes plagiarios que ganan juegos florales, no significa que, escondidos por la indiferencia lectora del pueblo, por el mercantilismo de esta sociedad hostil y peligrosa, o por los círculos plagados a veces de falsa intelectualidad, no haya poetas de verdad. Limitar el estrado a solo tres es aventurado y me huele a formación de argollas, exactamente iguales a las repudiables argollas políticas de las que estamos asqueados en esta tierruca de cañales en flor, paraíso de abundantes miserables que cada vez renacen miserables.

San Miguel, Mayo 12 de 2015.

DPI: Dirección de Publicaciones e Impresos, dependencia de la Secretaría de Cultura de la Presidencia.
UES-FMO: Universidad Nacional de El Salvador. Facultad Multidisciplinaria Oriental.
  

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