(Opinión)
René
Ovidio González
Mi hermano Chael fue
asesinado el 24 de agosto de 1980. Fue hallado con un balazo entre el cuello y
la mandíbula, al lado izquierdo de su cara, en el lugar conocido entonces con
el significativo nombre de Callejón de la muerte, a pocos pasos de la
comandancia militar local. Hasta el sol
de hoy ninguno de los entes facultados para investigar este y cantidad de crímenes
cometidos movió un dedo en tal sentido, excepto uno: el juez de paz de aquel
momento, que presumiblemente llegó a ciertas conclusiones, aunque por la
situación de guerra y la brutal impunidad el caso de Chael ─y muchos otros─ jamás fue judicializado.
No
voy a señalar responsables en la muerte de mi hermano, pues las líneas de
investigación son variadas y las pruebas son escurridizas. Resulta inaudito que
a muchos años de los crímenes los presuntos asesinos se protejan usando de
trinchera nada más y nada menos que… una Biblia. O mediante una argucia que
raya en las artes ocultas del ilusionismo: desaparecer sin dejar pistas. Óigase
bien: pistas, porque las huellas son ruidosamente evidentes.
Estos
tipejos son camaleones, o pulpos de una rara especie: toman los colores y las
formas de su entorno más cercano, se camuflan, se disfrazan, se mimetizan entre
la alienación religiosa de las masas. Mejor clasificados, son ratas asquerosas
abundantes aquí en Macondo y allá en Yanquilandia. Quienes usan la Biblia de
búnker lo saben: basta ponerse los atuendos consabidos: saco y corbata, zapatos
brillosos, gafas para simular decencia, un podio lujoso con un estandarte en el
que se lea Santo~Santo~Santo~Es el Señor~.
Y repetir con frecuencia: «Dios les bendiga, hermanos».
¿Que
a qué se debe tanta exacerbación de mi parte? Será tal vez el coraje al ver,
recién, una fotografía de un exmilico en una pose de sacralidad, en un espacio
que al parecer es una «Iglesia», con el escudo protector del Santo~Santo~Santo~
Es el Señor~. El mismo exmilico que invitó a una amiga allá en tierras
norteamericanas a escuchar «la palabra del Señor» que él predicaba. El mismo al
que la muchacha respondió con indignación, más o menos así: «Con tanto muerto
que debés en El Salvador, ¿cómo puedo creerte?».
Estos
militares tenían licencia para matar. ¿Les habrá perdonado su dios la crueldad
contra muchos cristianos muertos por sus propias manos? Es sabido, incluyendo
testimonio de uno de sus hermanos, que el militar de la foto mencionada salía a matar comunistas por las noches. Y
cuántos recordarán en la ciudad los frecuentes tiroteos nocturnos, en los
barrios, en la periferia suburbana, en el parque…
Por
las rendijas de las puertas o por los portillos en las paredes de bahareque, el
ojo secreto ─y aterrorizado─ de sus habitantes, miraba con asco al
individuo que pasaba cubriéndose de silencio, fusil al hombro y paso de hiena
ensangrentada. El resultado se intuía ya por recurrente: dos o tres cadáveres
en medio de calles o caminos vecinales amanecían sin luz en sus pupilas
distantes.
Pero
los pensamientos de los dioses son intrincados, y son tantos ramales que más de
una vez se les va chancho con mazorca. No se puede tapar el sol con un dedo, refiere
la experiencia. Todas las miles de denominaciones religiosas cristianas son
hijas de la gran madre Iglesia católica. Originadas a partir de 1517 en la
denominada «Reforma» de Martín Lutero, un sacerdote agustino inconforme con el
Vaticano por los abusos y corrupciones que ahí sucedían, es lógico que
conserven en su genética la catolicidad de sus orígenes.
Estaba
recordando: leí en un libro bastante documentado que en 1209, en una alianza
perversa entre el papa y el monarca francés, treinta mil hombres invadieron la
tierra de los cátaros para exterminarlos, en las estribaciones de Los Pirineos,
al sur de Francia, por acusaciones de supuesta
herejía. En la ciudad de Béziers un oficial invasor preguntó al representante
del papa: «¿Y cómo distingo entre los herejes y los que no lo son?». La
respuesta del religioso fue sabia e inspirada: «Mátalos a todos. Dios
reconocerá a los suyos». ¿Ummm…?
La
ventaja de los matones como el de la foto aludida, reciclado en pastor
evangélico, es que la memoria histórica brilla por su ausencia entre los
habitantes del Macondo que ya conocemos.
Si nuestra gente no olvida su nombre, mejor: el que creen es su nombre, será
porque a cada momento alguien se los menciona. «¿Cuál es su nombre?», requerí
un día yo a un señor que inscribía a su hija para la escuela. «Mi gracia es
Godo Alfredo», me respondió muy convencido. «¿Está seguro?», interrogué. El
hombre juró y rejuró que esos y no otros eran sus distintivos personales. Al
examinar su documento de identidad yo supe lo cierto: Godofredo R...
Una
noche negra como el corazón del ébano e inolvidablemente lluviosa, mientras los
truenos penetraban filosos en los oídos y los relámpagos resplandecientes cubrían
amenazadores los tejados mojados y las piedras, visité en su antigua casa a un
guerrillero conocido llegado a hurtadillas. Era el mes de mayo de 1982. Mi
sorpresa fue gigantesca al encontrarlo departiendo alegremente con el milico de
entonces y ahora reciclado pastor. Yo me cuestionaba: ¿Qué tendrán en común un
militar y un guerrillero? ¿Qué estarán celebrando? Bebían guaro sin ninguna
desconfianza…
¡Se
emborrachaban juntos! Y ya borracho el uno, aparte del otro, viendo mi
contrariedad me expresó: «Si te pasara algo, este cabrón sabe que yo en persona
vendría a matarlo». Y el otro, casi evadiéndose del primero, quiso explicar
infructuosamente lo relativo a la muerte de Chael: «Yo no tengo nada que ver,
hace días quería hablar con vos, es Fulano
el que dice que tu mamá me acusa». Su aseveración podía significar una
advertencia velada, si no un lavarse las
manos ante la posibilidad real de una represalia. Su boca expulsaba la
materia miasmática que contenía su cerebro. Al calor del alcohol. Ahora estoy
seguro que ambos mixtificaban. Y que yo ─o quizás Chael─ era tema de sus
conversaciones. Ambos se cubrían. Ambos hacían «cosas» juntos. Entre esas «cosas»
no incluyo la de chupar, sino otras, otras…
Pero
no era mi mamá quien lo acusaba: don Fulano,
juez de paz en ese tiempo, había confiado a mi madre las conclusiones a que
llegaron sus pesquisas. Todos los caminos conducían a Roma, según su informe. Transcurrido
el tiempo y con más elementos de juicio no estoy seguro de que todos los
caminos terminen ahí. Sé que fue uno el que disparó a Chael, por cierto
bastante inexperto, pero sin duda tuvo cómplices, que fue un plan elaborado y
dirigido por gente curtida en contrainsurgencia, una estructura. Que hubo
traición, además. Trabajo de zapa. Un infiltrado, o varios. Que hicieron
esfuerzos para engañarnos con coartadas falsas intentando implicar a otros.
Cuando
vi al milico, 33 años más viejo, fotografiado en sus aires de predicador, despertó mi curiosidad impugnable de si ese matacomunistas habrá referido al dios
que pregona todas sus hazañas contrainsurgentes, o si su alma irá a parar junto
a las almas de los que despachó de este mundo, y si estando allá esas almas
afrentadas no lincharán la suya.
Supe
también que el susodicho guerrillero hizo una visita a don Fulano. De noche, claro está. Que acompañado de un grupo de hombres
armados subió como gato al altillo, a la segunda planta, por la parte exterior
de la casa. Ningún amigo llega por sorpresa saltando muros. ¿Qué fue a
comunicarle? Nunca lo he sabido. Aunque no creo haya llegado a felicitarlo por
su cumpleaños. ¿Dónde estará el antiguo dizque guerrillero? Nadie lo sabe.
Quizás fue discípulo de Francis Fanci o de Balí. Si acaso murió en la guerra,
quién vio, o quién lo afirma. ¿Cuándo pasó? ¿O es otra historia apócrifa igual
a la del indio Atonal? Porque las fechas y los sucesos no coinciden: un paisano
se lo encontró en un comedorcito de la capital, después de su muerte. ¡Ja, qué
estampa más insólita! Pasado un tiempo lo vio en una parada de buses, en el
Parque Centenario. ¡Qué fantasma este para ser mago! Ummm… quise decir: vago. Si
no murió, ¿qué se hizo y qué siguió haciendo?
Desde
luego: la situación que me ocupa cuando hablo de «el susodicho guerrillero», es
una situación excepcional, es una circunstancia concreta de un lugar específico;
por tanto no estigmatiza a la gran mayoría de combatientes rebeldes, quienes,
dicho sea, merecen mi admiración y respeto.
En
todo caso, el actual predicador hace borrón y cuenta nueva en su glorificada
vida. Cuenta nueva porque los números
contienen demasiadas cifras ya, y hay que empezar de cero. Un soldado de su fe, un cruzado de su dios deberá emular a los
inquisidores de los siglos XII y XIII, deberá ser a imagen y semejanza de los
súbditos de Inocencio III: el abad Arnaldo Amaury o el fraile Domingo de Guzmán.
Arrogantes y déspotas, despreciables criminales a quienes el brazo indulgente
de la justicia, aquí en Macondo y
allá en Yanquilandia, no ha querido
alcanzar. Al fin y al cabo, la famosa cruz ─y la espada también, símbolos de religiosidad y militarismo invasivo─, llegó a estas sagradas tierras con las velas de las
naves de Colón, junto a los inquisidores…
Los autores de tantos crímenes atroces podrán invocar al despiste de cara a un pueblo olvidadizo, pero los afectados no padecemos de amnesia, la realidad vivida ha quedado sellada con fuego. Podrán con ardides seguir utilizando la Biblia y la denominación religiosa que sea ─ya se sabe que tienen miles de opciones─ para seguir haciendo creer a la gente, cegada por el artificioso esplendor de su verborrea, que son intocables pues «si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?». Pero jamás podrán esconderse de la ley natural de la compensación. Yo le llamo la ley del boomerang. No hay eximente. Qué maravilloso.
Los autores de tantos crímenes atroces podrán invocar al despiste de cara a un pueblo olvidadizo, pero los afectados no padecemos de amnesia, la realidad vivida ha quedado sellada con fuego. Podrán con ardides seguir utilizando la Biblia y la denominación religiosa que sea ─ya se sabe que tienen miles de opciones─ para seguir haciendo creer a la gente, cegada por el artificioso esplendor de su verborrea, que son intocables pues «si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?». Pero jamás podrán esconderse de la ley natural de la compensación. Yo le llamo la ley del boomerang. No hay eximente. Qué maravilloso.
Diciembre 8 de 2015.
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