(Cuento)
Omar
Gabrielí
Aun cuando muchos maestros llegados a
nuestra tierra, mostraron un extraordinario amor por todo aquello que formaba
parte de la vida que desarrollamos a través de los años, tal como el Profesor
Enoc Turcios, con quien trabajamos duro en la construcción de la cancha de
básquetbol de la Escuela “Roberto Edmundo Canessa”, quizás ninguno caló tanto
en el sentir de la gente como Don Fidel Ayala.
Todavía no comenzaba mi primer grado
cuando él ya llevaba algunos años jubilado. Para disfrutar de su apacible
retiro, decidió invertir un poco de dinero abriendo una tienda en la casa que
habitaba, ubicada exactamente al costado norponiente del parque central; de esa
forma, podría obtener algunos ingresos extras para complementar su condición de
pensionado del gobierno.
Era normal encontrar a Don Fidel por
las tardes conversando seriamente con Don Silvestre, quien vivía a unos 50
metros al norte de la tienda, sobre distintos temas que generalmente iban dar
al asunto del método a utilizar para educar los hijos y el respeto que se debía
tener hacia las personas de mayor edad.
Era imperante en esa época que si uno
encontraba un anciano debía saludarlo con mucha cortesía según la hora del día.
Ellos decían, por ejemplo, que mi hermano mayor era muy educado, pues siempre
que los encontraba les decía según la ocasión: Buenos días don Fidel o Buenas
tardes don Silvestre...
En la tienda "Las Palmeras",
solían encontrarse artículos para diferentes necesidades, pues a fuerza de
vender, más parecía una mezcla de tienda, venta de mercería, mini farmacia y
mini almacén.
Al par de los consabidos frijoles
monos, negros, rojos o blancos, trigo y el maicillo, también se podía comprar
maíz negrito, chocolate en polvo "La Reina", café de palo y su pedazo
de dulce de panela... o el azúcar moreno
para endulzarlo.
Igualmente, la reconocida manteca de
chancho, el almidón, el jabón de semilla de aceituna y el famoso jabón de
cuche... con el cual acostumbraban muchos irse a bañar al río, la candela de
sebo de res, el gas kerosén para el candil, cerillos caballo rojo, y los
cigarrillos pradito.
Después que don Fernando se había
convertido en el terror de todos los infantes del pueblo con sus dolorosas
inyecciones, era mejor averiguar si en "Las Palmeras" había belladona
para el tope, esencia coronada para la “soplazón” o la imprescindible esencia
de los siete espíritus para alguno que otro desmayado.
Si te hacía falta un botón en la
camisa, sencillamente ibas a la tienda de don Fidel y ahí encontrabas hilo,
sedalina, agujas y botones de todos los tamaños, alfileres, remaches y broches
para la parte de atrás de los vestidos de las mujeres, o hule negro para sus
calzones, ya que el elástico no estaba de moda; hule amarillo para hondillas,
botones para pantalón de hombre, pues no se usaba el zipper; cintas, pasta y
cepillo para zapatos. Bolitas de Naftalina para las polillas, y el siempre útil
y poderoso desinfectante de la época: La creolina.
Como todo hombre de negocios,
incluyeron sus ofertas de productos algunas telas, como el “Dacrón y McArtur”,
tela de manta (para las bolsas de los pantalones de hombres) y aquella, ahora
pasada de moda, tela de mantilla que usaban las señoras para taparse la cabeza
cuando iban a misa.... ¿Te daba hambre...? Pues por qué no disfrutar de una
sabrosa guaracha, o aquella otra conocida con el clásico nombre de “peperecha”;
o un buen pedazo de budín.... ¿Eras todo un apuesto jovencito adolescente...?
Entonces había que comprar líquido para el cabello, y así, este luciría como
que te habías recién bañado.... ¿Eras una bella damita y deseabas irte al
"cumbión"...? Ah, en ese caso, era necesario pasar por donde don
Fidel, comprando dos que tres sobrecitos de polvo "cuatro rosas",
para perfumarte las axilas.... no fuera que sudaras bailando....
Como reza el dicho popular, en esa
tienda había casi de todo “como en botica”. Peines, diademas, peinetas de
carey, y peine fino para liendres y piojos...Y como todo buen maestro, no
podían faltar el siempre útil Silabario y el libro Mantilla, para aprender a
leer, cartulina y plastilina, cuadernos "El Siglo", lápices y
borradores, etc,
Como quiera que desarrollé mi niñez en
los alrededores de la antigua escuela de varones, con su viejo portón de madera
y sus altos trascorrales de adobe, a la cual asistí en habiendo llegado a los
siete años, pude ser testigo directo de muchas situaciones que sucedían muy
cerca de la misma. Dicha escuela estaba entonces regenteada por dos insignes
Maestros de la localidad: don Jorge Vargas (Director) y don Eufrasio Méndez (Subdirector),
quien con el tiempo fue mi maestro de sexto grado.
Cuando alguien llegaba a comprar hule
amarillo, él preguntaba: ―Ah, cuántas varas vas a llevar...? ― Deme cuatro Don
Fidel. ... y estiraba el hule a lo largo del brazo al tiempo que decía: ―Son
diez centavos. Cuando el cipote pretendía hacer su hondilla se daba cuenta
perfecta que el hule no le alcanzaba.... Así, era el maestro, el comerciante,
el anunciador.
Continuará...
Omar
Gabrielí es
colaborador de La piedra encadenada.
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