viernes, 8 de noviembre de 2019

Testigo y sobreviviente

(Poema)

 René Ovidio González

señalaban a sus víctimas marcándoles la cruz homicida

Poco hablé, ciertamente, aquella tarde.
No podía de rencor.
Mudas las palabras rodaban al abismo ruinoso
de miserias temporáneas.
Dioses originarios enviáronme sus códices inveterados
repletos de presagios.
Debía sobrevivir para contar lo sucedido.
Relatar aquella trágica verdad,
guardar las muertes, nuestras muertes,
para que no se repitieran,
para que no pudieran ya matarnos…

Sin yo saberlo,
invisibles a las capuchas tenebrosas,
duendes ancestrales pusieron un manantial de voces
en el cauce de mi sangre plebeya.
Duendes juguetones.
Hadas adorables.
El Ermitaño. La Sihuanaba y El Justo Juez.
Me ofrecieron sus alas de cristal y sus alforjas,
sus caites y sus sombreros de petate.
Que huyera…

Estuve allí:
décimo octavo día del onceavo mes. 1982.
Testigo y sobreviviente.
Mirando sin ver a los verdugos deleznables.
Expuesto a la oquedad siniestra de la Parca.
Les faltó valor para encararme,
a ellos, inquilinos de fortalezas decoradas
con cráneos humanos,
llenas de gritos y torturas;
ellos, con pistolas y fusiles,
con botas lustrosas y uniformes camuflados.

Estuve allí:
al pie de la sierra Tecapa-Chinameca.
Bajo la fronda de aquella vieja ceiba.
Escapé ileso pero herido.
Mi nombre ilegible de víctima repetitiva
se hallaba siempre en sus listados.
Ellos tenían la guadaña sobre un pueblo asediado,
y yo a nuestro favor una esperanza.
Yo tenía una lucha, una batalla que librar,
un poema acusador y universal,
tenía un nombre, y cien y mil:
yo me llamaba Pedro, Félix, Juan y Fidel…

Yo había muerto otras veces.
Caía siempre asesinado en mil matanzas.
Perros famélicos devoraban mis cadáveres desfigurados.
Me llevaban a pedazos volando en sus picos encorvados
las aves carroñeras.
Madres y abuelas me lloraban cada vez.
A cada hijo, a cada hija, dejaba en la orfandad.
Pero no era yo sino todos:
también nos llamábamos Meme,
Orlando, Leónidas, Cirilo, Jairo y Jesús…

Por eso vengo ahora con la palabra antigua,
con el coraje vengo
y el batir sonoro de este caudal de sangre,
con los ríos de mi fuego, ardiente magma,
fluyendo hasta el recuerdo de tanto mártir nuestro,
de cuanto caído de nosotros…



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