(Cuento)
Fredis
González
Era un pueblito muy pintoresco situado en
la zona costera del país, sus ciudadanos vivían de lo que hubiera chance y
chance casi no había porque ya todas las plazas estaban ocupadas. El nombre de
Borregolandia lo obtuvieron por decreto legislativo varios siglos atrás, debido
a que por su plaza central se paseaba a sus anchas todo el tiempo una manada de
burros que entraban y salían como Pedro por su casa y algunas veces entraban y
se quedaban por tiempo indefinido y una vez dentro nadie se atrevía a sacarlos
porque quien quisiera hacerlo se exponía al escarnio público ya que los burros
eran considerados sagrados en aquel bonito pueblo, al igual que las vacas en la
India, con la única diferencia que hoy en Borregolandia las vacas producen
leche y carne para el sustento de los ciudadanos y los burros en cambio lo
único que logran es que los ciudadanos se contagien con sus burradas.
Las fiestas religiosas de aquel pueblo
eran muy alegres, lo mismo las fiestas deportivas con equipos de muy buena
casta de los que los poblanos se sentían altamente orgullosos; cuando se
realizaban las fiestas patronales o lo mismo cuando se efectuaba un encuentro
deportivo, la gente se ponía sus mejores parches para asistir, parches que
compraban con el dinero que les sobraba o quizás que les faltaba después para
comprar frijoles, porque es cierto, eran tan adeptos que se quedaban hasta sin
comer por asistir a uno de tales eventos; todo esto provocaba una gran
algarabía pero lo que más alboroto hacía eran las elecciones, ya fueran estas
presidenciales o municipales o bien elección de la reina de los festejos no
importaba, lo bueno era que habrían elecciones y aquello demostraba que el
pueblo estaba evolucionando, que ya no era el mismo de antes porque ahora sabía
utilizar los instrumentos que la democracia le proporcionaba, no importaba que
los candidatos o candidatas fueran los mismos y las mismas (me provoca estrés
esa nueva denominación de géneros) de siempre y que las elecciones se hubieran
convertido en una rueda de caballitos en la que se subían unos y otros por
turnos.
Y cuando alguno se emborrachaba de tanto
dar vueltas y de tanto tomar (lo que no le pertenecía) el que más aguantaba (el
más descarado diría yo) se quedaba por más tiempo y ya sabía que el candidato o
candidata para la próxima elección sería él mismo o ella misma y que solo
bastaba con regar la bola que el pueblo ya no lo quería por corrupto, porque
parece ser que al decir que un candidato es corrupto eso produce un estado de
frenesí en las masas adormecidas con el brebaje de la demagogia y les eleva la
adrenalina y terminan idolatrando al corrupto, al fin y al cabo ya la cúpula
partidaria había dictado su sentencia: “el candidato es el mismo”… y no se
podía contradecir la orden, había que seguir la línea y todo aquel que se
opusiera se convertía en piedra de tropiezo y tendría que ser eliminado a como
diera lugar porque ya lo decía la Biblia: “Ay de aquel que haga tropezar a uno
de mis pequeños, más le vale que se cuelgue una piedra de molino al cuello y se
arroje al mar”…muchos estaban dispuestos hasta a darle una ayudadita al
desdichado.
En fin, volviendo al tema de
Borregolandia, en tiempo de elecciones solo había que regar la otra bola que el
candidato esta vez sería don Bernabé R. y luego después desvirtuarlo diciendo
que dicho señor estaba loco y que “¿Quién quiere a un loco en ese puesto?”.
Estos rumores tenían que llegar a oídos de todo el mundo pero no a los de don
Berna, como se le conocía, pues él era una pieza esencial en el engranaje para
que la maquinaria siguiera funcionando y con la ventaja que no cobraba ni un
céntimo; solo era necesario hacerle unos pequeños sobornos al cura del pueblo
diciéndole que se le remodelaría la iglesia que tan diligentemente pastoreaba y
en la cual a su vez por influencia de los borregos mayores él se estaba
convirtiendo sin darse cuenta en un verdadero déspota con sus feligreses, él
mismo decía en sus prédicas: “¡Dios tarda pero no olvida hermanos y cuando sea
el día del diluvio de fuego, en la nave de Noé no se permitirán burros!”
Fotografía: de Wikipedia, "la enciclopedia libre".
Fredis González es colaborador de La piedra encadenada.
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