sábado, 10 de octubre de 2015

El día que llegó Cirilo


          (Relato)
     
          René Ovidio González

        Nos reuniríamos en aquella casona antigua que estaba por La Fuente, al rumbo por donde sale el sol, pasando la calle. El compañero que me avisó del encuentro pidió estricta discreción al respecto. «Viene Jehová Márquez Lizama», me informó con aires de misterio. ¿Qué clase de dirigente era aquel que debíamos cuidar celosamente? ¿Quién sería ese Jehová mentado? ¿Su distintivo de deidad suprema era real o ficticio?
       La estampa del joven que entró saludando a medio mundo igual si saludara a viejos conocidos está nítida en mi memoria. Tomó asiento frente a nosotros, cinco o seis asistentes, estudiantes todos de bachillerato. Antes, había sacado su arma: metió su mano bajo la camisa que andaba por fuera, en un movimiento rápido y seguro, ensayado quizás, y puso la nueve milímetros en la mesita de enfrente.
       Por su aspecto de muchacho muy bien tratado, nadie hubiera tenido asomos siquiera de imaginar lo que él era. No sé si a estas alturas del tiempo transcurrido yo altere sin intención las percepciones vividas, pero puedo asegurar que lo vi pasadito de libras. ¿Y este gordito es guerrillero?, pensé. Las dudas brotaban de los ímpetus de mi entender impaciente.

       «Soy Jehová, supongo les habrán informado», dijo de romplón. Y prosiguió aclarando detalles.

       Explicó la coyuntura social y política del país. Criticó la injerencia descarada y siniestra de los yanquis. Y defendió el derecho de organización de la gente. En breves momentos yo advertí su desarrollo intelectual y su audacia. Mientras él hablaba, y para sorpresa unánime, en la emisora La voz del litoral comenzó a oírse aquella canción de Los de Palacagüina:
                   
                     La tumba del guerrillero dónde, dónde, dónde está.
                    Su madre está preguntando, nadie le responderá.
                    La tumba del guerrillero dónde, dónde, dónde está.
                    El pueblo está preguntando, algún día lo sabrá…   

       «Esa va para nosotros», dijo Jehová sonriendo. «Qué a propósito de la reunión, ¿no les parece?»

          Se despidió, argumentando que tenía otra obligación trascendente. Tomó el arma, la colocó en su sitio y se marchó. Nosotros dimos continuidad a la sesión…
      Años después yo había de recordar aquellos tiempos pretéritos, cuando una noche al escuchar la radio de los rebeldes supe la nefasta noticia. La radio daba a luz un parte de guerra de la Comandancia General, en el que evocaban a combatientes caídos en las últimas batallas contra el ejército de la dictadura. La voz pastosa del locutor detonaba sin prisas las palabras, lastimadas pero firmes. Leía nombres de pila  y seudónimos:
   
       «Compañero Jehová Márquez Lizama, comandante Cirilo: ¡Hasta la victoria siempre!»

       Desde entonces yo busqué la canción de los músicos nicaragüenses para guardar ahí el recuerdo. Ahora, cuando el tiempo inexorable empieza a teñir de blancura mi ideario, surge la sinfonía de imágenes, brota de los ríos inagotables de la memoria y se conjuga en el aire añejo de aquella casona antigua, que ya no es. Y al cobijo de las ceibas ancestrales y por las calles inveteradas del pintoresco barrio retoñan las notas musicales, los ritmos, los ecos que desde el ayer, el hoy, y el siempre escoltarán al compañero Jehová, o Cirilo, comandante insurgente… 

La tumba del guerrillero dónde, dónde, dónde está.
Su madre está preguntando, nadie le responderá…
La tumba del guerrillero dónde, dónde, dónde está.
El pueblo está preguntando, algún día lo sabrá…
  
       Uno no muere por completo mientras haya alguien que lo recuerde. Honor a los héroes de esta tierra.



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