viernes, 27 de marzo de 2020

El beso de la muerte...


(Cuento In memorian)

José Víctor González

Continuación…

Un día, la noticia más nefasta tocó las puertas de aquel hogar: su pitagórico cerebro no aguantó más..., y los esqueléticos brazos de la muerte cargaron con su alma hacia el más allá...

La comunidad entera se vistió de riguroso luto. Aun cuando el Profesor no era nuestro coterráneo todos sentimos su partida hacia la eternidad...

Las sombras nocturnas cayeron, en un instante cubrieron con su obscuro manto las estrechas y entristecidas calles del vecindario en el cual crecí; mientras las llorosas gentes comenzaron los preparativos para la velación del Maestro.

Se acercaba la medianoche, y ya sabía que debido a mi corta edad mis padres no me permitirían desvelarme a pesar de vivir muy cerca; así que solamente decidí esperar por ahí un tiempo, y la mitad de otro; mientras "pasaba el tren"...

De pronto comenzó la repartición: algunos ya habían conseguido cartas para jugar y empezar a matar el tiempo...

Otros, mayores que yo, ya fumaban los cigarrillos que repartían selectivamente o que cargaban de antemano en sus bolsillos...

Los que nunca faltan en estas ocasiones, hacían círculos de amigos un tanto alejados de la casa donde se velaba el cuerpo y contaban chistes como aquel que relataba el caso del solterón empedernido : "Había un  tipo que se había quedado solterón y que aún vivía junto a su madre y cuando le preguntaban cuándo se iba a casar él respondía:  Me voy a casar cuando se muera mi mamá..., y cuando llevaban el caso a su mamá, ella respondía: Yo no me muero hasta que él se case...", y así contrarrestaban la ausencia y el dolor. Unos pocos ya bebían café y comían pan...

Aun cuando de repente llegó don César a narrarnos el cuento de "La apuesta", yo seguía triste y desesperado, no veía "nada claro", acurrucado en una esquina junto a otros chicos que corrían con la misma suerte...

De pronto decidí despegarme del grupo e ir a indagar lo que estaba pasando al interior de la casa mortuoria; quería yo saber la razón por la cual la repartición no era justa. Pronto mi madre me daría un grito y no deseaba irme a descansar sin echarme un bocadillo...

Silencioso crucé por entre los árboles del solar, de sur a norte, y me colé por entre las mujeres sollozantes que hacendosas colaboraban en todos los agencios de la velación.

El continuo movimiento de las gentes me fue empujando hacia adentro. Yo volvía a ver constantemente hacia atrás con la esperanza que alguien se dignara ofrecerme una tacita de café caliente y un pedazo de buen marquesote y así, distraído como andaba...   (más bien, ocupado en mi objetivo) jamás me di cuenta que había ido mucho más lejos de donde quería llegar y de repente, me encontré parado dentro del mismo lugar en donde estaba ubicado el féretro conteniendo el cuerpo del citado Profesor...

Grande fue la impresión que me llevé... ! Estremecido en lo más hondo de mi corazón me olvidé por completo del motivo que me llevó hasta ese sitio de la casa, para ser testigo sin quererlo de algo insólito que a continuación les relato:

Fue así que: como cuando un paramédico intenta dar toques al corazón a alguien que tendido yace inconsciente, aquella joven mujer, enamorada, presa de intensa emoción, acariciaba, abrazaba y besaba incesantemente al cuerpo inerte, y con frío particular y no con amor le respondió la muerte...

Varias veces le llamó por su nombre pero sus labios no respondieron, mientras lo que mis oídos escucharon no daban crédito lo que mis ojos también vieron...

Los familiares la sostenían fuertemente, y ella, se retorcía presa de dolor...

Y su angustioso llanto el viento se lo llevó como un rumor.

Escenas terribles que más valiera no recordar...

Esto es lo que el amor incita, pero que llegada la muerte ni el beso más profundo resucita...

En intensa lucha cuerpo a cuerpo se trabaron un momento, la muerte y la vida de tal suerte...  el calor y el frío, los gritos y el silencio... y una vez más ganó la muerte...!

No tuve otro remedio que buscar precipitadamente la puerta que accedía hasta la calle y escapar de aquella sala desapareciendo en un instante para irme a dormir, no sin antes renunciar por completo a mi cometido.

Al día siguiente se celebraron las honras fúnebres, las cuales fueron apoteósicas...

Yo seguí el cortejo funeral a prudente distancia pues no deseaba volver a presenciar lo de la noche anterior: aún estaba impresionado...

Rembrandt del Portal se quedó entre nosotros y se convirtió en uno de nuestros inolvidables fieles difuntos...  Descansa en Paz.


Fotografía: Monumento funerario al torero español Joselito “El Gallo”, en Sevilla. Obra de Mariano Benlliure.

José Víctor González es colaborador de La piedra encadenada.




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