viernes, 10 de enero de 2020

Eran treinta con él



(Relato)
René Ovidio González

(Luis Enrique habla de su hija y de Sandino)

La biografía que me entregaron los compañeros era extensa. Yo debía sintetizar aquellas seis páginas a la hora de la presentación. Los amplios detalles biográficos, puedo asegurar sin temor a equivocarme, eran interesantes.  Trato de sintetizar: “Luis Enrique Mejía Godoy ha difundido no solo su música sino también la de grandes compositores latinoamericanos, incluyendo a su hermano Carlos, Pablo Milanés, Alí Primera, Daniel Viglietti, y Silvio Rodríguez.  Viajó por diferentes países entre 1973 y 1979. Participó en conciertos en su tierra natal, Nicaragua, cada año hasta 1974, presentándose en centros de trabajo, universidades, barrios populares y otros lugares. Luis Enrique fundó el grupo Tayacán con el que dio a conocer el Movimiento de la Nueva Canción, del cual es promotor junto a otros cantautores y grupos musicales nicaragüenses.”

Dos años pasaron desde que los combatientes bajaron del monte, cuando se firmaron los Tratados de Paz y cesó la guerra. En este mismo lugar (la gente lo llamaba “La Curva”, una intersección de calles en la famosa ciudad: la avenida  “Benítez” y la antigua “Ruta Militar”, esta última polvosa y con una pequeña curva que iniciaba frente a la gasolinera de la esquina), el 16 de enero de 1992, organizamos el recibimiento de los insurgentes que se integraban a la lucha política.

A unos veinte metros al sur de la gasolinera está la escuela que yo dirigía. Días atrás recibía la solicitud del local firmada por Claribel N, que yo conocía por “Clarita”, y sellada por una ONG. La susodicha nota fue redactada bajo mi orientación: no debíamos decir que en la escuela se recibiría a los combatientes para darles cierto nivel de seguridad, más bien se dijo que se realizaría una cena para las personalidades invitadas y miembros de la ONG organizadora del recibimiento. Con la solicitud en estos términos yo me zafaba de cualquier reacción gubernamental, pues hasta la Ministra de Educación, en comunicación oficial, nos pedía las “mayores facilidades para el proceso de pacificación del país”. Aquella petición de la Ministra sería mi amparo legal o mi escudo. Para la reacción de la derecha más irracional, en cambio, no preví ninguna defensa, lo único había de ser mi alianza con los exguerrilleros…

Recuerdo al gran mar de gente. Esa gente ignoraba que el día anterior, la Policía desarrolló cateos en los alrededores. Por la tarde, a eso de las tres o cuatro, el sitio se llenó de policías, catearon casas vecinas, unas estaban desocupadas, buscaban de seguro armas, propaganda o quizás pensaron que los guerrilleros podían estar cerca. Yo me senté en el andén frente a mi oficinita de director y, diferente a otras ocasiones, disfruté del operativo, me reía con mucha malicia; y entonces se me ocurrió llamar a algunos docentes para bromear con ellos:
 —¡Escondan las armas, que vienen los cuilios, no tardan en catear la escuela!

No llegaron tan lejos. Tal vez ni se imaginaron que la escuela… digo, algunos de nosotros, teníamos qué ver en la bulla. El acto político había sido promocionado en los medios de difusión locales, y el pueblo se consideraba invitado de honor. No hubo falla, después del acto multitudinario, único en la historia de esta ciudad, en el que participó el jefe insurgente del norte de La Unión, un paisano llamado José Yánez, alias comandante Pepe, y que tenía el grado de coronel en el ejército rebelde (esta situación sí nunca pude explicarme: rebeldes de izquierda con grados militares del ejército de la derecha, al que combatían y se quería eliminar porque sus elementos abusaban del poder que les otorgaban dichos rangos; más cuando los insurgentes no ganaban la guerra), después del acto, repito, se “barrió” la escuela: los compas con su experiencia revisaron cada centímetro del patio y de los salones. Debían asegurarse que no había peligro para los chicos que pronto iniciarían su año escolar…

                                            

Dificultoso sintetizar tanto: detalles de discos grabados, giras por incontables sitios del planeta, artistas con quienes ha compartido el escenario, otros que han cantado sus canciones, países donde han editado sus discos, festivales internacionales en los que ha participado, discos con otros artistas, en fin… “Vuelve a su patria hasta 1979, tras cinco años de ausencia por la represión despiadada del régimen somocista. De inmediato se integra al Ministerio de Cultura junto al gran poeta Ernesto Cardenal. Funda el grupo Mancotal, con este realiza giras internacionales, desde 1980 hasta 1990. En esos años funda la Empresa Nicaragüense de Grabaciones Culturales y, además, graba distintos discos LP en Holanda, Alemania, México, Costa Rica, Uruguay y Canadá. Siendo un experimentador nato, Luis Enrique prueba distintos ritmos como el son, el palo de mayo, la mazurca, el bolero. Incorpora también influencias musicales del Caribe y del sur de América, e incluye instrumentos del jazz latino.”

El día seis de marzo, casi dos años y dos meses después de cuando los combatientes bajaron del monte, Luis Enrique se presentaba en el acto de cierre de la campaña proselitista del, ahora partido político legal, Frente Farabundo Martí Para la Liberación Nacional. Fui asignado como Maestro de Ceremonias. Antes tuve una conversación con Luis Enrique, acerca de la naturaleza de su actuación, de su música, de cómo veía a los dos pueblos: salvadoreño y nicaragüense. Recuerdo que él no paraba de hablar. Hablaba de Sandino, de los treinta que eran, con él. Hablaba de la canción preferida de la tropa, La Adelita: Si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar, si por mar en un buque de guerra, si por tierra en un tren militar…

Mis dos hijas, Evelin de ocho años y Linda de seis, me acompañaban. Entonces Luis Enrique dejó de ponerme atención (eran cosas muy serias las que yo hablaba, estábamos bajo la tarima principal, sentados en viejas sillas, acosados por un tremendo calor), y se dirigió con gran amabilidad a mis chiquillas:
 —A ver, dime, ¿cómo te llamas?
—Me llamo Evelin Marisol…
—¡Mira, pero qué precioso nombre! ¿Y tú…?
—Linda Claribel González Mejía.
—¿Mejía dijiste? Oye y… ¿no seremos parientes?
—No sé…— dijo Linda y volvió a verme como interrogándome.
         
Yo intervine para no quedar mal puesto:
 —Es probable, si tenemos los mismos orígenes, además, por Adán y Eva…
         
Luis Enrique sonrió, e ignorando mi chascarrillo, siguió su plática con las niñas:
 —A ver tú, chavala, te llamas Marisol, ¿no es cierto?, ¿te gusta la música?
—Sí… La de Cepillín.
 —¿Y la de Luis Enrique?... Bueno, no importa… A ti —dijo dirigiéndose a Linda— quiero contarte algo, fíjate, yo tengo una chavalita de tu edad, es así de pequeña, y no me vas a creer, le gusta cantar y bailar. Es muy parecida a ti. Cuando yo regrese a Nicaragua, ¿sabes por dónde queda Nicaragua?, le voy a contar que te conocí aquí en El Salvador y que tiene que ser tu amiga, así como Sandino fue amigo de Farabundo, ¿sabes algo de Sandino? ¿Te han hablado de Farabundo? Un día haré muchas canciones, para ti y para tu hermanita, para mi hija y para todos los niños del mundo…

Luego nos despedimos. Luis Enrique Mejía Godoy dio un abrazo a cada una de mis niñas. Estrechamos nuestras manos y él se quedó preparando el material para el concierto. Mientras tanto cantaba en voz baja: Le decían bandolero por mirar el sol de frente, quería tanto a su gente, no quería ser presidente. Aprendió de la montaña y de su reino animal que hay que matar la serpiente y su veneno mortal, y se fue, se fue, eran treinta con él…


Fotografía en blanco y negro: Guerrilleros del FMLN histórico participando del acto político.                                                  


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