(Relato)
René Ovidio
González
(Luis Enrique habla de su hija y de Sandino)
La biografía que me
entregaron los compañeros era extensa. Yo debía sintetizar aquellas seis
páginas a la hora de la presentación. Los amplios detalles biográficos, puedo
asegurar sin temor a equivocarme, eran interesantes. Trato de sintetizar: “Luis Enrique Mejía
Godoy ha difundido no solo su
música sino también la de grandes compositores latinoamericanos, incluyendo a
su hermano Carlos, Pablo Milanés, Alí Primera, Daniel Viglietti, y Silvio
Rodríguez. Viajó por diferentes países
entre 1973 y 1979. Participó en conciertos en su tierra natal, Nicaragua, cada
año hasta 1974, presentándose en centros de trabajo, universidades, barrios
populares y otros lugares. Luis Enrique fundó el grupo Tayacán con el que dio a
conocer el Movimiento de la Nueva Canción, del cual es promotor junto a otros
cantautores y grupos musicales nicaragüenses.”
Dos años pasaron desde
que los combatientes bajaron del monte, cuando se firmaron los Tratados de Paz
y cesó la guerra. En este mismo lugar (la gente lo llamaba “La Curva”, una
intersección de calles en la famosa ciudad: la avenida “Benítez” y la antigua “Ruta Militar”, esta
última polvosa y con una pequeña curva que iniciaba frente a la gasolinera de
la esquina), el 16 de enero de 1992, organizamos el recibimiento de los
insurgentes que se integraban a la lucha política.
A unos veinte metros al
sur de la gasolinera está la escuela que yo dirigía. Días atrás recibía la
solicitud del local firmada por Claribel N, que yo conocía por “Clarita”, y
sellada por una ONG. La susodicha nota fue redactada bajo mi orientación: no
debíamos decir que en la escuela se recibiría a los combatientes para darles
cierto nivel de seguridad, más bien se dijo que se realizaría una cena para las
personalidades invitadas y miembros de la ONG organizadora del recibimiento.
Con la solicitud en estos términos yo me zafaba de cualquier reacción
gubernamental, pues hasta la Ministra de Educación, en comunicación oficial,
nos pedía las “mayores facilidades para el proceso de pacificación del país”.
Aquella petición de la Ministra sería mi amparo legal o mi escudo. Para la
reacción de la derecha más irracional, en cambio, no preví ninguna defensa, lo
único había de ser mi alianza con los exguerrilleros…
Recuerdo al gran mar de
gente. Esa gente ignoraba que el día anterior, la Policía desarrolló cateos en
los alrededores. Por la tarde, a eso de las tres o cuatro, el sitio se llenó de
policías, catearon casas vecinas, unas estaban desocupadas, buscaban de seguro
armas, propaganda o quizás pensaron que los guerrilleros podían estar cerca. Yo
me senté en el andén frente a mi oficinita de director y, diferente a otras
ocasiones, disfruté del operativo, me reía con mucha malicia; y entonces se me
ocurrió llamar a algunos docentes para bromear con ellos:
—¡Escondan las armas, que
vienen los cuilios, no tardan en catear la escuela!
No llegaron tan lejos.
Tal vez ni se imaginaron que la escuela… digo, algunos de nosotros, teníamos
qué ver en la bulla. El acto político había sido promocionado en los medios de
difusión locales, y el pueblo se consideraba invitado de honor. No hubo falla,
después del acto multitudinario, único en la historia de esta ciudad, en el que
participó el jefe insurgente del norte de La Unión, un paisano llamado José
Yánez, alias comandante Pepe, y que tenía el grado de coronel en el ejército
rebelde (esta situación sí nunca pude explicarme: rebeldes de izquierda con
grados militares del ejército de la derecha, al que combatían y se quería
eliminar porque sus elementos abusaban del poder que les otorgaban dichos
rangos; más cuando los insurgentes no ganaban la guerra), después del acto,
repito, se “barrió” la escuela: los compas con su experiencia revisaron cada
centímetro del patio y de los salones. Debían asegurarse que no había peligro
para los chicos que pronto iniciarían su año escolar…
Dificultoso sintetizar
tanto: detalles de discos grabados, giras por incontables sitios del planeta, artistas
con quienes ha compartido el escenario, otros que han cantado sus canciones,
países donde han editado sus discos, festivales internacionales en los que ha
participado, discos con otros artistas, en fin… “Vuelve a su patria hasta 1979, tras cinco
años de ausencia por la represión despiadada del régimen somocista. De
inmediato se integra al Ministerio de Cultura junto al gran poeta Ernesto
Cardenal. Funda el grupo Mancotal, con este realiza giras internacionales,
desde 1980 hasta 1990. En esos años funda la Empresa Nicaragüense de
Grabaciones Culturales y, además, graba distintos discos LP en Holanda,
Alemania, México, Costa Rica, Uruguay y Canadá. Siendo un experimentador nato,
Luis Enrique prueba distintos ritmos como el son, el palo de mayo, la mazurca,
el bolero. Incorpora también influencias musicales del Caribe y del sur de
América, e incluye instrumentos del jazz latino.”
El día seis de marzo,
casi dos años y dos meses después de cuando los combatientes bajaron del monte,
Luis Enrique se presentaba en el acto de cierre de la campaña proselitista del,
ahora partido político legal, Frente Farabundo Martí Para la Liberación
Nacional. Fui asignado como Maestro de Ceremonias. Antes tuve una conversación
con Luis Enrique, acerca de la naturaleza de su actuación, de su música, de
cómo veía a los dos pueblos: salvadoreño y nicaragüense. Recuerdo que él no
paraba de hablar. Hablaba de Sandino, de los treinta que eran, con él. Hablaba
de la canción preferida de la tropa, La Adelita: Si Adelita se fuera con otro, la seguiría por tierra y por mar, si por
mar en un buque de guerra, si por tierra en un tren militar…
Mis dos hijas, Evelin de
ocho años y Linda de seis, me acompañaban. Entonces Luis Enrique dejó de
ponerme atención (eran cosas muy serias las que yo hablaba, estábamos bajo la
tarima principal, sentados en viejas sillas, acosados por un tremendo calor), y
se dirigió con gran amabilidad a mis chiquillas:
—A ver, dime, ¿cómo te
llamas?
—Me llamo Evelin Marisol…
—¡Mira, pero qué precioso
nombre! ¿Y tú…?
—Linda Claribel González
Mejía.
—¿Mejía dijiste? Oye y…
¿no seremos parientes?
—No sé…— dijo Linda y
volvió a verme como interrogándome.
Yo intervine para no
quedar mal puesto:
—Es probable, si tenemos
los mismos orígenes, además, por Adán y Eva…
Luis Enrique sonrió, e
ignorando mi chascarrillo, siguió su plática con las niñas:
—A ver tú, chavala, te
llamas Marisol, ¿no es cierto?, ¿te gusta la música?
—Sí… La de Cepillín.
—¿Y la de Luis
Enrique?... Bueno, no importa… A ti —dijo dirigiéndose a Linda— quiero contarte
algo, fíjate, yo tengo una chavalita de tu edad, es así de pequeña, y no me vas
a creer, le gusta cantar y bailar. Es muy parecida a ti. Cuando yo regrese a
Nicaragua, ¿sabes por dónde queda Nicaragua?, le voy a contar que te conocí
aquí en El Salvador y que tiene que ser tu amiga, así como Sandino fue amigo de
Farabundo, ¿sabes algo de Sandino? ¿Te han hablado de Farabundo? Un día haré
muchas canciones, para ti y para tu hermanita, para mi hija y para todos los
niños del mundo…
Luego nos despedimos.
Luis Enrique Mejía Godoy dio un abrazo a cada una de mis niñas. Estrechamos
nuestras manos y él se quedó preparando el material para el concierto. Mientras
tanto cantaba en voz baja: Le decían
bandolero por mirar el sol de frente, quería tanto a su gente, no quería ser
presidente. Aprendió de la montaña y de su reino animal que hay que matar la
serpiente y su veneno mortal, y se fue, se fue, eran treinta con él…
Fotografía en blanco y negro: Guerrilleros del FMLN histórico participando
del acto político.
No hay comentarios:
Publicar un comentario