(Opinión)
René Ovidio González
A diario se intenta establecer corrientes
de opinión para incidir en el ánimo del público, y es difícil, ciertamente,
dilucidar si las aseveraciones son reales o si, por el contrario, son
simuladas. La gente tiene la tendencia de “cuadricular” a un individuo, a
menudo por lo que dice a secas, creyendo que lo que dijo lo dijo bien o lo dijo
mal y no por lo que dice entre líneas. También se “cuadricula” por lo que unos
cuantos dicen que ha hecho, pero aún más por lo que aquellos “con mayor
calificación” que las plebes expresan de tal o cual personaje ya sea de la
farándula, la política o el deporte. Y más cuando se trata de medios noticiosos
“especializados”…
Así, el mundo entero caracterizó a Osama
Bin Laden como el carajo más odioso y el mayor de los matones planetarios, pues
los señores de la guerra así lo pintaron. No se llama Osama ─eructaban
ciertos predicadores evangélicos desde sus púlpitos─,
su nombre es Osodia. Hoy sabemos que ese “odioso asesino” fue vástago bastardo
de los que por su imperialismo militar y económico se autoproclaman dueños del
universo. En otro momento un presidente yanqui, Franklin D. Roosevelt,
refiriéndose al dictador dominicano Leónidas Trujillo dicen que dijo: “Sé que
es un hijo de puta, pero es nuestro
hijo de puta”. Por supuesto: lo anterior pudo haberlo dicho igual de cualquiera
de los Somoza. O del dictador Hernández Martínez. Sin embargo aún en nuestros
días hay quienes añoran el somocismo en la patria de Rubén, y el trujillismo
por allá o el martinismo por acá…
Enrúmbense las miradas hacia el sur.
Quién no recuerda al general Manuel Noriega, enarbolando un agresivo machete,
golpeando furioso el podio desde donde proyectaba sus discursos
antiimperialistas. ¿Actuación? ¿Seguía Noriega como buen histrión el libreto de
un drama Made in USA? El mundo sabe
hoy que Noriega era así (vean esos dos dedos índices apareados) con los
norteamericanos. Y se preguntarán por qué el General ha estado preso tanto
tiempo. Elemental y diáfano: mal paga el demonche a quien bien le sirve.
Regrésese en avión y aterrícese en Macondo, llamado El Salvador, un paisito
de Centroamérica. Poco más de la mitad de la población pensó, durante la
campaña proselitista de 2014 y a pesar de la forma como lo “cuadriculaban” los
medios, que el candidato “de izquierda” a la presidencia de la República, iba
furibundo (colocarse bien los lentes: se lee furibundo no Farabundo), con un
mazo de decisión y honestidad, con los cañones de la eficiencia y la justicia,
a demoler los muros que tienen confinado al pueblo del Macondo en mención. Similar pensamiento colectivo envolvía cual
manto sacro a la “dirigencia” del “partido”. Las agresiones sistemáticas de
parte de medios impresos, o las tretas de corporaciones televisivas salvadoreñas, creando una relación mediática que les endilgaba conspiraciones
junto al gobierno bolivariano, sugerían que él y su “partido” eran quienes
debían ser: liberadores de este miserable pueblo hambriento de cambios y de
verdadera democracia.
Quienquiera sabe ahora, sin necesidad de
forzar su entendimiento, que agresores y agredidos caminaban por el mismo
andén, igual a una pareja que deambulara sonriente por el parque o la playa,
manoseándole la retaguardia el uno a la otra; no cuesta imaginar, dada la
variedad de indicios, que hoy los feroces rivales retozan gozosos, extasiados
de felicidad: mordisquean de la misma guayaba. La agudeza de la disputa resultó
fingida, pues las cartas habían sido echadas. ¿Y las plebes, qué?, creciéndoles
las barbas, todavía esperando que san Juan baje el dedo y entonces lleguen los cambios
prometidos. Ni aún teniendo escaso coeficiente intelectual se dejaría de
inferir: el señor mandamás y su “partido” están construidos a la medida exacta del
capitalismo.
Octubre 10 de
2015.