viernes, 25 de octubre de 2019

En silencio

    
(Poema)

René Ovidio González

Quedarse en silencio
es resignarse a morir día a día.
Es exponerse al dolor que palpita,
que hiere, que duele.
Dolor como río que se siente atascado
al norte de los puentes.
Quedarse en silencio
es abolir puertas y ventanas
para inventar corazones cerrados.
Quedarse en silencio
es esconder claraboyas y umbrales.
Es derribar voces disonantes,
que riñen, que increpan.
Quedarse en silencio
es inmolar las palabras
y en seguida volver a inmolarlas.

    Julio 15 de 2011.


viernes, 11 de octubre de 2019

Tienda "Las Palmeras"


(Cuento)

Omar Gabrielí

Continuación...

Tenía don Fidel instalado en lo más alto de su casa un altoparlante con el cual de cuando en cuando anunciaba sus productos y uno que otro fallecimiento acaecido en el pueblo, con el que hacia la competencia al Padre Rodas... En una que otra ocasión nos deleitaba poniendo música de moda por aquellos años. Así, era normal que algunas noches nos acostáramos con una buena serenata, emanada de aquella vieja radiola con su tocadiscos long play, ya que por esos días el audio casete y el CD eran asunto de ciencia ficción; ahí, canciones como: "Amor de pobre", "He perdido una perla", "Los aretes de la Luna", "Celoso"; y ahí fue donde por primera vez escuche esa canción titulada "El sube y baja" (esa que dice: "A donde Irán los muertos quien sabe dónde Irán"). O bien despertarnos con aquel porro titulado: "Te bañas Pedrito lindo".

Eran contadas las casas del pueblo que gozaban del privilegio de tener radiola y televisor de tubos...y esta era una de ellas.

Por la bocina se escuchaba el anuncio de las pastillas “cataratas”, chispa del Diablo, y hasta ese mortífero veneno que llevaba el nombre de paratión... (productos estos destinados a fines específicos pero que lamentablemente algunas personas les daban otros usos...)

No faltó el desdichado que por alguna desesperación económica o una decepción sentimental usara dichos venenos como pasaporte al otro mundo...

En cierta ocasión, un amiguito, por cierto muy pícaro me hizo una inesperada invitación: ―Vamos a la tienda―me dijo― quiero ver si me "bajo" a don Fidel. Y yo, en mi inocencia decidí acompañarlo, poniéndonos en marcha hacia el lugar que esta ocupaba; durante el trayecto íbamos pensando cómo decirle lo que se le acababa de ocurrir al malandrín aquel... el camino se nos hizo corto, pues nosotros vivíamos cerca de la escuela, y cuando acordé ya estábamos en las gradas de la tienda, ahí encontramos a don Fidel  absorto en una conversación que le estaba desarrollando don César acerca de una aventura tenida hacía tres noches en los alrededores de la piedra encadenada, cuando tratando de apoderarse de la flor que nace alrededor de la misma y que según él, sirve para hacerse invisible y pasar a otra dimensión, se había encontrado con el cadejo y de la forma que supo enfrentar la espeluznante situación.

Imaginando a don César con una flor en la mano lanzándose al vacío desde lo alto de la piedra y llegando en un instante a su casa del barrio calvario, mi mente infantil agarró vuelo y me acomodé para seguir escuchando las increíbles narraciones de aquel singular señor de nuestro pueblo, pero me acordé que más noche iba a estar soñando, preferí tratar de llamar la atención del tendero carraspeando la garganta.... además, nosotros sentíamos otro tipo de vacío en el estómago y recordamos el motivo por el cual estábamos ahí.

El maestro nos lanzó una mirada de regaño, y decidimos esperar pacientemente el momento que se nos presentara para hacer la petición.

Ellos parecían no tener ganas de terminar la plática, pero por fin don Fidel nos preguntó: ―Qué van a llevar cipotes...? El amiguito respondió: ―Que dice mi mama que me dé una bolsita sorpresa y una espumilla, pues mi papá ya está trabajando en la chapoda en el huatal de donde Segovia, y le están pagando 50 centavos por tarea y que el sábado, segurito le manda su pisto.

Él se paró y se lo llevó al interior de la tienda y le dijo, a la vez que señalaba un cartel colgado en la pared: ―¿Sabes leer “cipotío”...? ―No. respondió. Yo me retiré apresurado del lugar y al momento de alejarme volvía a verlo afligido de vez en cuando. No sé si fue que no le creyó o no le quiso fiar lo que le pedía, y se fue para otra tienda con la esperanza que allá no tuvieran colgado ningún cartel.

Así se pasaba los días inventando cuentos y siempre se topaba con el desdichado cartel que, por no saber leer todavía, se había vuelto un verdadero enigma para nosotros.

Yo en lo particular, me hice el propósito de aprender a leer un día y así poder descifrar el misterioso letrero que el profesor nos mostrara cada vez que llegábamos con cierto grado de "mala intención"...

Cumplidos los siete años de edad, fui recibido como alumno del primer grado en la Escuela de Varones "14 de Diciembre de 1948", bajo la tutela de la Profesora Berta Amaya, hija de don Carlos, quien con mucho esmero y dedicación me enseñara a leer y escribir....

Ah, qué recuerdos más bonitos tengo de mis inocentes días de escolar.... cuando corría muy alegre y descalzo por el empedrado patio de "La Catorce"... todo era maravilloso... un verdadero juego de niños... Así pase a segundo y a tercero, donde Amparo de la O y Vilma de Rivera con muchísimo amor reafirmaron en mí el anhelo de aprender...

Prácticamente ya estaba listo para solucionar el misterio del letrero aquel...

Un sábado por la mañana me envalentoné y esta vez fui yo quien invito al amiguito de marras, le dije que tenía el objetivo de leer de corrido el desdichado cartel…

Fue entonces cuando hice el terrible descubrimiento de la infame frase con la que se topan innumerables pobres en el mundo:

HOY NO SE FÍA, MAÑANA SÍ...

Omar Gabrielí es colaborador de La piedra encadenada.