sábado, 18 de mayo de 2019

Un modesto comentario


Héctor Edgard Trejo

UN MODESTO COMENTARIO SOBRE EL POEMARIO «QUE EL FUEGO CONCLUYA SU MISTERIO» DEL ESCRITOR RENÉ OVIDIO GONZÁLEZ

(Segunda parte)

«La muerte es una trampa, dijo Gabo, hay que derrotarla escribiendo mucho»

Matilde Elena, la Dra. en filosofía y letras decía: “la vida se acaba cuando se muere la ilusión”. El poeta no muere porque sus ilusiones quedan… Agustín Lara, en su lecho de enfermo desahuciado decía: “me voy, pero me quedo”.

Hay también en Ovidio la tentación de la denuncia. La protesta es inherente a su literatura; eterno fuego de lo que se hizo y no se ha dicho, de lo que pasó y no se ha denunciado, fuego que quema dentro por no haberse apagado a tiempo. Ahogándose está el poeta en el fuego de su propia poesía que se refugia en las entrañas cada vez que dejando a un lado todo, rompiendo barreras del silencio nos atrevemos a revelar nuestra intención de no callar más. Entonces, la poesía irrumpe como una explosión de fuegos pirotécnicos, en el recuento desafiante de una guerra que fue de todos, en el reclamo por las vidas desperdiciadas en las noches más largas de la historia; vidas de indios, mestizos, ladinos, mulatos y zambos: América, cuna de héroes. La denuncia misma de la desilusión, de la sensación frustrante del fracaso, habitando en una ciudad sin ojos ni oídos, ni corazón. Aquí se niega todo porque todos están ocupados comprando o vendiendo las baratijas del neoliberalismo y nadie quiere hacer otra cosa más que eso y los que no tienen nada que comprar o vender, se desparraman entre la gente, mendigando para emborracharse, prostituirse o simplemente mendigando un mendrugo en los promontorios de basura privatizada.

Pero aquí se vive, se sobrevive y se muere también muy fácilmente, se muere como Roque, como Monseñor, somos los Ellacuría, mártires de oración y de poesía, gritando verdades desde el púlpito o el paraninfo, pero después del sacrificio, fugitivos de la muerte aletean sus espíritus como aves migratorias que regresan a pesar de las tempestades; como la muchacha que se fue un día, pero no se fue porque su espíritu está siempre presente en el alma del poeta. Por eso el alma del poeta está fundida con el alma de los mártires, porque él también fue, y es un luchador; su poesía lo resume todo: seguir en la lucha, resta dilucidar otra batalla, escribiendo de lo falso, poniendo ante los ojos de la gente lo inmoral; protestando lo canalla de una sociedad envilecida, sin temor a la muerte: La muerte es una trampa, dijo Gabo, hay que derrotarla escribiendo mucho, para robarle mucha vida a la muerte, aun después de muerto.

Escribir, por ejemplo y Ovidio lo hace muy bien, del ruido y del desorden que taladra los oídos, en el concreto ardiente del gran San Salvador; las prendas traslucidas, modelando redondeces y delatando impúdicos ombligos; del despertar entre los sueños un 15 de septiembre, de próceres nuevos en los escenarios de los parques entre banderas manchadas con sangre campesina repitiendo, balbuceando oraciones y cantos a la patria. Escribir de los nuevos metrocentros ¿Quién sabe de dónde sale tanto pisto?; los bulevares, las torres, los hoteles de lujo de 4 o 5 estrellas, donde no pueden entrar los guanacos, los que maldicen furiosos a su histórica miseria. Asentir con Oswaldo que a esto le llamen patria y se le hacen altares y se le cantan himnos y se montan desfiles y otras bayuncadas para que el pueblo en su enervancia perenne consuma más, la basura del neoliberalismo salvaje. Hablar de la tierra sin hombres y de los hombres sin tierra, sin pan. La selva usurpada en un país donde las huellas del indio se han perdido porque no le han dejado por donde caminar; poner en un libro el clamor de los versos, el rostro y el rastro sembrados en la tierra, sembrada de cruces como ofrenda en esta terrible agonía entre lobos, chacales y vampiros. Contar de los azacuanes inmigrantes que ahora no pueden pasar por la muralla racial: odio del vikingo Trump. De hacerse pan para el hambriento, flor en el desierto de la patria arrasada; del hacerse voz de los sin voz; canción de bienvenida para los repatriados: de ser siempre lo que el poeta debe ser. Abundarán calumnias, injurias, envidias, desdenes, pero no podrán evitar otro golpe certero; las palabras si son bien dichas cambiarán al mundo.  
Escribir con persistencia, confiando en el poder liberador de la palabra.

Páginas aparte. Ovidio nos regala más de su poesía vibrante con ese su estilo vanguardista emotivo y de profunda penetración en la conciencia humana como él lo sabe hacer. En esta poesía, la esperanza aparece como llevando a cuestas el renacer y la liberación. El alma se libera cuando después de todas las tormentas, algo queda, aunque sea solo eso: La esperanza que en el poeta hace brotar palabras del silencio: "Esperándote compañera con mi bandera rota" EL renacer es un coleccionar de futuros; un rearmar rompecabezas que quedaron inconclusos; hacer polvo los temores del pasado; renacer en la poesía en la fuerza de cada verso.

La liberación no es cosa de elecciones. La palabra es el arma contundente; es un río místico limpiando de reptiles y de plagas; alimañas de lo que será la última plaga en el advenimiento de una patria liberada. Liberación es recordar sin recelos a los hermanos que se fueron, con quienes debemos de vernos para preguntarnos qué fue del puño y de la flor; que de la idea y de la lucha... y quién sabe, una recriminación: "Volviste faltando a tu promesa", a encontrarte con el polvo de los años. El ausente volverá como los odiseos a jugar con los niños de su pueblo añorado y caminará de nuevo por las calles empedradas mirando los ojos de todos que es toda nueva una sombra del pasado que se esfumó y ahora solo queda programarse para las ansiedades del fututo, para espacios distantes, para épocas propicias cabalgando en la brisa, también nueva. Disfrutar la música en todos sus componentes elementales llámense: Madonas, Beatles, Bee Gees, cigarras, grillos, ranas, en la ducha tibia de un baño mañanero. Y luego escribir tranquilo, sosegado, a la sombra de un árbol coterráneo, sobre cómo Adán y Eva se perdieron en el paraíso; de la crisis energética en Honduras; de bananas y sindicatos; de las grandes heladas en Brasil; de las marchas en Cuba contra las políticas migratorias gringas; de los poetas apolíticos que se tragan la saliva para no quedar mal con sus protectores: dioses de la prensa libre, entre comillas; hablar de Sebastián en Londres, de la torre de Big Ben, el Thames river; con su caca pegajosa los palacios majestuosos. Hablar del país, de la patria, de los despatriados, de los sueños de hacerla nueva de cal y cantares, acicalando todo, desde el parpado amoratado hasta el remendado corazón. Como manchas, poesía en varios actos, miradas introspectivas de sucesos que tratados con habilísimos juegos de retrospección nos lleva a mirar desde dentro lo que pasó en la conciencia de los lacayos que al servicio de las tiranías cumplieron tareas de exterminio feroz. El morbo patológico de la muerte acosando interioridades: como hileras de hormigas se desplazan los condenados entonando canciones de lucha. A veces el verdugo desfallece no se sabe si de ansiedad o de miedo, el pánico corroe, y vienen y ya se siente un latir de corazones. Las simientes del amurallado cuartelón de estilo colonial tiemblan estrepitosamente... El grito militar resuena, es la orden... Es la orden, el grito del exterminio brutal. El miserable que vende su alma al diablo por una bolsa de dinero que antes eran colones, pero hoy son dólares manchados de sangre. Treinta míseras monedas crucificaron a Jesús. ¿Cuántos pesos o dólares fulminaron el corazón ardiente y amoroso de Monseñor Romero...? Pero no los mataron y la ira de los justos reventó ayer y revienta hoy en el recuerdo de todas las barbaries; y en los noviembres de lucha y de sangre (1989).

La poesía de Ovidio es un rosario infinito de esforzado ejercicio introspectivo y retrospectivo. Sueño: la introspección de un viaje a la eternidad. El silencio introspectivo de mejor callar. La visión del propio epitafio. La visión interior de sí mismo en la ciudad a oscuras en vísperas de la muerte, encadenado en la roja rebeldía cotidiana y cavilando sobre la muerte, el retorno a la vida, a lo que quedó en la historia de encanto... y desencanto.

Todo esto es la poesía de Ovidio. En verdad leer a Ovidio es sumergirse en un mundo lleno de espacios que han sido recorridos todos por el poeta absorbiendo con pasión intensa cada gota de la vida que se encierra en cada paisaje, en cada suceso. El poder de auscultación de espacios, ideas, escenarios y sucesos en sus versos de corte vanguardista, cargados de una visión existencialista de la vida nos impresiona, aunque también son de gran relevancia sus cuadros surrealistas que nos hacen detenernos con frecuencia intrigados; para absorber mejor y a profundidad esos contenidos impresionantemente sugestivos. Esto y mucho más es la poesía de Ovidio González.


sábado, 4 de mayo de 2019

Un modesto comentario


Héctor Edgard Trejo

UN MODESTO COMENTARIO SOBRE EL POEMARIO «QUE EL FUEGO CONCLUYA SU MISTERIO» DEL ESCRITOR RENÉ OVIDIO GONZÁLEZ

(Primera parte)

«Habrá mucha poesía tirada al viento; habrá mucho insomnio y quizá muchas pesadillas»

La poesía es como ese pájaro azul que el divino Rubén con su fino olfato de poeta universal adivina en las intimidades de aquel bisoño de la poesía, compañero de bohemias llamado Garcín si no mal recuerdo su nombre. Ave incisiva que con sus aleteos de fuego, pretendiendo escapar al mundo azul del universo, abrasaba las fibras sensibles, entrañas de carne humana, aprisionando alas y gorjeos. Había que dejarlo escapar, pero no de ese modo que lo hizo Garcín, posiblemente sospechando que no regresaría.

Los Garcín que confiadamente lo liberan, saben siempre de su retorno, y el corazón y la mente y el espíritu saben de estos regocijos y el poeta vuelve a ser protagonista de nuevas y grandes aventuras espirituales: Poesías de trino y colores que, en alas de una estrofa llena de azul, sugerencia de profundas emociones, sentimientos inesperados, alas de ilusión que son como latidos en verso, se muestran oferentes al intelecto universal. Es un decir a la gente que mi pájaro azul vuela libre en mi poesía que late en mi corazón y en el universo mismo; que palpita en mi cerebro, lo mismo que inunda con su arcoíris pintando de azul las más profundas oquedades del universo entero.

La inspiración es un fuego que quema por dentro, fuego purificador, fuego que tiempla el filo de la espada. Pero hay que rescatar del fuego los diamantes aun incandescentes. Sean diamantes, rubíes o topacios de fulgurante luz, no deben apagarse nunca: piedras preciosas, lingams de poesía nueva que incendien el mundo radiando amor, que es la alegría de vivir del hombre, y que el fuego concluya su misterio.

La inspiración, sinsonte, ruiseñor o chiltota, arrullo y color anidando en la conciencia del poeta incuba en fuego fecundo las más insólitas premoniciones… soplos de vientos antiguos como dice Ovidio pero no el Ovidio clásico, si no el Ovidio de las profecías poéticas, el contemporáneo que a su vez es la poesía misma en sus visiones concretas de dolor, de angustia, de soledad; imágenes que escapan ente las grietas de los tiempos idos, escenas que irritan la memoria, imágenes incisivas: dientes acerados corroyendo la conciencia; angustias y acontecimientos que se niegan a ser devorados por el tiempo.

Pero hay también imágenes de muchachas que se cuelan en el borbollón de los recuerdos; muchachas de aquellos tiempos en la estación. ¡Quién sabe si vendrá, quizá no venga! Es igual, porque no hay promesas y quién sabe la esperanza puede quedar solo en sueños, en pensamiento, en soledad resignada… Evocación de recuerdos agotados, de lo que es seguro y lo que no se sabe, porque no hay ni cartas ni llamadas y lo peor, no hay poesía que encienda la hoguera con palabras ardientes.

Sin embargo, la poesía de Ovidio, Ovidio González, brota de la geografía… borbollón de imágenes incrustadas en la distancia en el reflejo del fuego de la luna, golondrina extraviada en la esquina silenciosa del bohío; la carta no contestada, la compra de miradas, de corazones y pies desnudos a precios de millonarios; la insistencia del retorno a los juegos de la infancia, bajando por los escalones de cristal; miradas de muchachas que nos hacen despertar a la realidad del tiempo sin retorno. Pero la espera es real como lo es también la ausencia y el silencio.

La poesía de Ovidio… esta poesía, arde con el fuego existencialista de Sartre, la angustia del parto creativo y el temor de quedarse sin decirlo todo. La angustia de la despedida, el llanto de la ausencia que salpica al viento ligero que trae de nuevo el recuerdo de la muchacha lejana. Pero en el recuerdo hay vida; vida de la mariposa dibujada en el viento; vida en la verdad que se llevó con ella, en el tiempo arrancado que se fue volando en alas del tiempo; la esperanza del retorno hecha poesía; la espera en la ventana, el ansia de volver a caminar los pretéritos caminos en el silencio de las edades tope para dejar que el fuego concluya su misterio en las cenizas del silencio, donde todo concluye al polvo hay que regresar.

La angustia del retorno está siempre presente en la poesía de Ovidio: poner el tiempo en retroceso y detener la vida en los momentos del ayer para ver desde un escenario del momento, los cuadros más sentidos del drama del ayer inolvidable. Es hora de decirlo: angustia tamizada en el gozo poético de decir lo que no hemos podido gritar a los cuatro vientos sobre el cansancio ancestral en las raíces del árbol generoso de donde brota la savia elemental de esta poesía que bien podría ser distinta, distinta de vaguedades; pero así es. Los poemas brotan con atropellamiento, fluyen inoportunamente vacíos y se niegan a decir la extraña realidad de una vida que consume sus anhelos persiguiendo utopías, anzuelando quimeras. ¡Qué fácil le resulta decir estas cosas a Ovidio! Los versos no se sueltan, revientan explosivamente, aceleradamente, automáticamente como al azar y se resuelven en la mitificación del poeta: estatua de sal.

Todo encaja en el automatismo psíquico de Breton: fundamento del surrealismo estético que se expresa en esta poesía gratamente compleja y sugerente. Las pesadillas son revelación de los días de hiel intolerables; los días y las noches estacionarias en la espera, es solo que el insomnio está pariendo desconsuelo, desesperanza en el terco renacer de un porfiado anhelo; es solo que el fuego no ha concluido su misterio y todo escapa despavorido. Las ideas que fluyen en la mente, huyen también mientras los perros de la noche fugitiva mordisquean el silencio con sus aullidos nerviosos. Mañana, con el sueño aun mordiendo los párpados reincidentes aun soñando con ellas, volver macilentos al trajín del pueblo y de los tiempos que solo en sueños y a veces en pesadillas regresan a la mente para volver a ver las muchachas que ahora sin saber quiénes somos, hurgan en sus memorias perturbadas preguntando: ¿Quién será? Pero en el delirio de muchachas hay una, y solo una que alumbra el subconsciente y revive días extraños de soles incandescentes, sin entender la agonía de poeta, sigue negando la esperanza táctil y emotiva de manos que se funden, piel que se hace una en la diversidad de dos anhelos. Las imágenes desfilan una a una y se pierden, y la tristeza como un nubarrón de tormenta envuelve la ciudad y solo queda el corazón con su empeño fallido que más parece una locura; locura pertinaz de volver a la ventana angulada. Al frente los rostros se apiñan. Van llegando y pasan sin saber del escrutinio de unos ojos abiertos para una interrogante que no tiene respuesta, la ventana, el secreto bien guardado, solo queda en estas letras temerosa también de ser negada.

Es hora de refugiarse en el dolor, el dolor de lo que pasó en las manos que se juntaron y se hicieron una en el momento de los anhelos fallidos. Pero en este dolor hay también resignación a la esperanza que se niega y hay fe en el retorno por el mismo camino; retorno de risas de hermanos y amigos que se apagaron por la ausencia de la mujer amada que también llegará oferente con su carne, con sus huesos… y la ausencia solo será una imagen de las ansiedades derrotadas, y el dolor se irá diluyendo con las lluvias de un junio de hoy. Pero este llegar es un futuro impreciso. Habrá mucha poesía tirada al viento; habrá mucho insomnio y quizá muchas pesadillas, mucho viento habrá retozado levitando en torno a la ventana que muchas veces ha visto secar las lágrimas de la esperanza perdida en esta ciudad que hoy se cubre de pasos extraños. La esperanza de que te hayas ido sin quererlo y que solo haya sido un arrastrar de vientos fuertes que te acercaban y alejaban al mismo tiempo y otras tantas razones elucubradas anteriormente: sospecha de valladares o prisiones, y con los vientos del verano incitando al vuelo, como el papelote que revienta el hilo y se remonta en la azulada inmensidad, tal vez quiso marcharse con los vientos del verano.

Pero la puerta se abre y el fuego está encendido con la perseverancia de una premonición renuente. La renuncia franca a las mutuas culpabilidades y rebeldías abrirán esa ruta del retorno a pesar de las lágrimas y las prolongadas angustias. Esto es un despertar a la recuperación del mundo cotidiano, volver al yo de las propias sospechas como alguien que regresa de un largo viaje por los portales del tiempo y descubre que hay un mundo que es el de él y de su propia realidad, que hay lluvia en mayos y junios colmados de flores y mariposas, que hay poesía blanda y húmeda y que esa es su propia poesía, obstinada, impetuosa y algo más… el confesionismo, sugerencia de grandes sentimientos y valores. El intimismo de esta poesía es sencillamente invasivo. Tiene un poder de penetración en la conciencia ajena extraordinario: la intimidad de los días aciagos en el pueblo aquel, el vacío de los que se han ido y las premoniciones dolientes de los que ya están por irse; la ceiba fulminada por el hacha arboricida y hasta la fuente de aguas cristalinas que se vertían en un remanso oferente por el mismo corazón de Santa Elena. Todo lo que antes era, ya no es o simplemente es una sombra de lo que fue antes. La Patria entera ha cambiado, pero sigue en pie y los arboles sembrados en el patio, añosos y encorvados aun rebosan de nidos que fueron la poesía de ayer. La patria limpia y perfumada de las ventanas invadidas por pájaros que gorjean y su canto se confunde con las risas de los niños, en sus lechos reconstruidos en su esencia, en una patria nueva para vivir de nuevo y para morir en la poesía, en la flor de la vida: “Si muero hoy, no quiero flores, ni quejas ni llanto de nadie; quiero mis manos húmedas y tibias, abiertas y ansiosas por unirse a las tuyas. Quiero tus ojos extrañados, tempranamente cerrados. Quiero la canción que yo te decía; quiero rebelde ganar el combate al olvido; si muero hoy, quiero tus nueve grafías, tus nueve alegrías, tus nueve meses crecientes; quiero tu voz enredada en mi boca, tus silabas dulces, sonoras; quiero que cantes, que cantemos la canción del futuro sin nosotros, del fruto permanente para todos, del ejército de hijos nuestros, rebelados. Quiero que cantes conmigo, la canción que yo te decía”.