lunes, 9 de octubre de 2017

El Che en mi memoria



(Historia)

René Ovidio González

Era octubre de 1967, cursaba yo el segundo grado.  Para mí sigue siendo un misterio inextricable cómo llegó a mis manos aquel periódico.  Un diario de circulación nacional. Fue así que descubrí la noticia: había muerto el Che. La información contaba palabras más, palabras menos que “el terrorista argentino-cubano Ernesto Che Guevara fue muerto en combate por el ejército boliviano…”
    
Desconocido para mí aquel personaje, leí una y otra vez la noticia, examiné con detención la fotografía, una fotografía del Che con mirada baja y en la que destacaba la boina en su cabeza, y al hacerlo comprendí que algo no encajaba. En aquel momento la idea de “terrorista” que yo debía manejar sería terriblemente vaga, estrecha, inexacta. Aquel rostro, no obstante, no podía ser el de un terrorista. El de la mirada baja parecía ser un buen hombre, y ciertamente era un buen hombre. El periódico que lo etiquetaba con ese mote mentía. Eran los verdaderos terroristas quienes calificaban al Che sin ningún pudor.

Corroboré, con el transcurso de los años, que mi apreciación de niño era correcta. Que no había equivocación. Investigué mucho, leí más. La vida del médico guerrillero se presentó, desde su nacimiento en Rosario, Argentina, sus viajes por diversos países, su incorporación a la lucha de liberación de Cuba, su gran propósito de dignificar a los pueblos oprimidos de Latinoamérica y el mundo, en fin, su férreo antiimperialismo.

El retrato que yo tengo en mente de Ernesto Guevara de la Serna, es el de un auténtico ser humano, un muchacho excepcional, un heroico ciudadano del mundo. Un hombre singular de accionar congruente con sus ideas, las que desarrolla ampliamente en sus múltiples escritos. Tal vez por eso mismo Fidel indica que cuando los cubanos digan cómo desean que se eduquen sus niños, deben decir sin vacilación que quieren que se eduquen en el espíritu del Che.

Siempre tuve la seguridad de que algún día visitaría el cementerio donde reposaran los restos de ese  patriota latinoamericano, y vaya que la vida sí es cosa grande: un día, mejor dicho dos días continuos, visité el Mausoleo y Memorial del Che en Santa Clara, ciudad del centro de Cuba. Estar a un metro del nicho donde duerme eternamente el Comandante, muy cerca de donde también descansa su tropa, sus compañeros de gesta, es algo que no se puede estampar en solo palabras…

Una amiga santiaguera Adela es su nombre, residente en Santa Clara desde pequeña, me narró detalles de cuando llevaron los restos del Che de La Habana hasta el Mausoleo en esta ciudad: “Toda la gente estaba en la calle esperándolo, no se podía ni caminar, no cabía más nadie, aquello era conmovedor: ¡todos lloraban! Mira que traían al Che, y ya tú sabes…”

Por esos antecedentes he escrito dos poemas en memoria del Jefe Rebelde. Al primero lo titulé Che Guevara, y al otro Un hombre, en alusión a una frase leyenda o realidad, no lo sé atribuida al Che y expresada a la hora que el asesino entró al salón de escuela rural donde él permanecía prisionero. Al vacilar el verdugo, y sabiendo el Che a lo que iba, dicen que le dijo: “Dispara, cobarde,  vas a matar a un hombre.”


Fotografía tomada por René Ovidio González: Memorial del Che en Santa Clara, Cuba.