sábado, 19 de diciembre de 2020

Vox pópuli, consensus, opinión pública

(Opinión)

René Ovidio González

Si se trata de política partidista, los involucrados simulan tener a su favor a la opinión pública. Pero, ¿es cierto lo que se afirma? ¿En qué consiste ese fenómeno llamado opinión pública? ¿Significa que todos están de acuerdo? Los juristas romanos de la antigüedad ya hablaban de «vox pópuli», locución que significa literalmente «voz del pueblo». Y se asegura que en la Edad Media, filósofos y hombres de leyes llamaban «consensus» a los movimientos de opinión colectiva.

La opinión de un conglomerado puede adquirir fuerza arrasadora si cumple algunas características en su desarrollo. A veces se confunde a la opinión pública con lo que no es y se utiliza con propósitos mezquinos, no digo maquiavélicos, pues asumo que Maquiavelo ha sido desprestigiado por los medios para lograr sus fines: obtener poder. O mantenerse en él.

Son los medios informativos, o desinformativos ―hay de todos colores y sabores―, que proponen agendas diarias. Ponen y quitan temas. Mientras el público discute el terrorífico discurso presidencial acerca del horrendo virus (este es un tema de agenda), el compinche del expresidente que robó del erario y afectó al pueblo, sale libre de cargos (este no es un tema de agenda) … El público, consciente o inconsciente, sigue aquellas temáticas, bailando al son de la agenda mediática, al difundir, al compartir. De esta manera se forman corrientes de opinión. De orígenes falsos, a veces.

En esta época de influencia cibernética, las redes virtuales juegan un rol decisivo en el juego de la información artificial. A diario, de manera persistente, manejan el pensamiento de los internautas. Conducen corrientes de opinión, engañan a un rebaño indefenso que ansía protección y seguridad. ¿Se puede hacer un concurso para determinar cuál presidente es número uno del mundo? Algunos podrán responder con optimismo: ¡Sí! Ahora digamos: ¿Se ha hecho ya? La respuesta es un rotundo ¡NO!

Pero la red mediática hace afirmaciones al respecto, con sinnúmero de corifeos tras esa idea. Ha creado una corriente de opinión cuya base es una mentira. Es tan insidiosa la influencia, que la selfie de un mandatario se vuelve tendencia, no la fotografía de una inocente niña vietnamita quemada por el napalm.

Ahora, veamos ¿qué es un héroe? Aquí responderá la RAE: m. y f. Persona ilustre y famosa por sus hazañas o virtudes. ¿Y qué tal si esa fama es falsa, fabricada por los medios o las redes virtuales, y en realidad, el que quieren elevar a la categoría de héroe solo hace su trabajo, trabajo que otro, que debió hacerlo, no hizo, o que otros ya habrán hecho antes?

Disculpen, muchá, pero responder preguntas en una interpelación y realizar actos propios de un funcionario, no hace héroe a nadie. Se ha sabido, en tiempo real, de muchas interpelaciones en la Asamblea Legislativa. Ninguna, que se sepa, ha mejorado la vida de los ciudadanos. Todas han sido sin pena ni gloria. Más bien son «reallity shows», circos de mal sabor.

Los ciudadanos debieran reaccionar ante las temáticas. Pocos lo hacen de forma consciente. Muchos van a donde va Vicente (del dicho popular, que va adonde va… casi toda la gente) A otros ni siquiera les interesa la agenda. Son indiferentes. De esta manera se forman corrientes de opinión disparejas. Hay una que domina. Explicado de manera sencilla: hay quienes creen que SÍ (aquí se agregan los que van con don Chente); los que opinan NO, son quienes, no importándoles ser minoría se mantienen allí; Y los indiferentes, que forman una enorme masa de pueblo. A menudo la corriente dominante se atribuye como propia esta masa. Contribuye a ello su silencio.

Pero los políticos olvidan algo: si las opiniones no son expresadas, no constituyen corriente, ni forman parte de la opinión pública. Pero en ese manejo sucio de las percepciones colectivas, dada la conectividad a nivel mundial, se ha pretendido mantener el silencio de la mayoría y, echar a quienes no callan al saco de los que no pesan, los del porcentaje menor. ¿Cómo?

Primero respondamos, ¿qué es una corriente de opinión? Ejemplifiquemos: se filtra información periodística, la compra ilegal de insumos del gobierno a la empresa Tal, propiedad de un funcionario Cuál, a precios sobrevalorados. ¡Un escándalo por el holograma de honestidad que proyectan! Los ciudadanos reaccionan. Los argumentos fluyen. Unos exigen rueden cabezas (es lenguaje figurado), otros solo condenan la compra de influencias (no es lenguaje figurado), y los hay quienes toleran el hecho con base a «si los otros robaron, hoy que roben estos».

Surgen rumores, además, que la empresa Tal tiene vínculos con un pariente del mandamás, pero este hecho fue ocultado por la prensa. El pueblo no lo supo. En este escenario hipotético, se formaron al menos tres corrientes de opinión en torno a lo que publicaron los medios. Lo que no publicaron, por arte de magia, no existe. Las tres corrientes aludidas forman lo que se llama opinión pública.

¿Y cómo pretenden callar a la población y borrar así la opinión pública? Con ardides y mañas. Para identificar la opinión pública se necesita que la gente se manifieste. Lo que un país piensa, si no lo dice, es nada. Se trata de la colectividad expresándose. No solo en redes virtuales. Vale afirmar: no todo lo expresado forma opinión pública. Si los arreglos de transferencias de futbolistas en clubes europeos son bajo de agua ―a pesar de las críticas de hinchas enardecidos―, y si el tema no es visible para la mayoría, si no es un hecho social, no será catalogado de aquella manera.

Las opiniones se vierten en lugares o espacios concretos, aparte de en los citados, en sitios de comunicación interpersonales: mercados, autobuses, plazas, oficinas, escuelas, fábricas, o en casa. Con el famoso virus y la exigencia de cuarentenas legales o ilegales, las posibilidades se redujeron a lo mínimo. Se nos amordazó, se nos pidió distancia social para quebrar la interacción, y se nos confinó a ser entes sin sentido de colectividad.

Si solo se puede opinar en casa y no se socializa con los amigos del barrio o la ciudad, no hay corriente de opinión. Si nos atenemos a las redes virtuales, inundadas de cuentas falsas, y operadas por ideólogos del poder con agendas exclusivas…Prrrrrrrfff (ruido despectivo, de un cachinflín soplado) … Lo próximo tal vez sea la clasificación de voces que reflejen colectivismo de «en desuso». Nos van a prohibir que emitamos juicios. Que escribamos. Que cantemos. Van a intentar estoquearnos con el estribillo: «Te ves más bonito cuando estás callado».

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Publicado en sección editorial de «El Emporio Digital». Septiembre 1 de 2020.

viernes, 20 de noviembre de 2020

Me quedé tan a deshoras...




(Poema)

René Ovidio González 

La tierra es rica y el maíz necesario.

El maíz y la tierra tienen algo de mar en la sonrisa

algo de camino

algo de ida

algo de retorno…

¡Cómo nos cuesta esta tierra cargada de mar

de senderos

de viajes nunca empezados

y de maíz risueño!

¡Cómo dejarla tras la línea del horizonte umbrío!

Mirame al rostro que aún está mi frente alzada

aunque mis zapatos estén viejos y gastados.

Me quedé donde dejaste todos los recuerdos

me quedé porque en mi barrio sembré cosas urgentes

y en el mismo solar mis pobres huesos

se harán polvo al renovarse las generaciones.

Me quedé y no te culpo

tan a deshoras supe que debía volar en pos de tu mirada

que quiero todavía y para siempre…

Estoy dispuesto digo

a que mis huesos se hagan tierra y algo mar.

Se hagan maíz risueño.

Se vuelvan convite

en la estirpe de los que mueren de hambre.

Aquí donde el ombligo también es solo nada…

 

viernes, 23 de octubre de 2020

Invasión, barbarie y saqueo


(Opinión)

René Ovidio González

Según los apologistas de la invasión al «nuevo continente» en octubre de 1492, incursionando los «civilizadores» en andurriales inhóspitos y sin civilizar, se paralizaron ante lo inhumano de los sacrificios de sangre de sus antiguos lugareños. Dichos sacrificios eran dedicados a sus ídolos, sacaban el corazón de sus víctimas, desollaban a sus prisioneros…

Los ídolos, eran los dioses de aquellos pueblos. En lo que respecta a creencias religiosas se sabe que no hay imposibles. Aquel enfoque ignora adrede la historia de las civilizaciones o culturas planetarias. Los nativos ―a pesar de la iglesia, que lo puso en tela de juicio― mostraban así su condición humana…

A los aborígenes les impulsaba quizás la misma fe con que ahora, religiosos aclaman, cada uno, a su dios particular. ¿Qué les parecería si hoy llegaran agresivos invasores con extrañas ideas sobre un dios desconocido, y lo impusieran con raros métodos, es decir, armas biológicas o tecnológicas, a costa de muerte y destrucción? ¿Y qué tal si se justificaran señalando idolatría? ¿Dónde quedaría la libre determinación de los pueblos? ¿Y su soberanía?

Los apologistas susodichos afirman que todo el exterminio europeo en contra de los nativos no fue, y que solo es el producto de leyendas negras. Las leyendas son «negras» porque, por ejemplo, dicen, Bartolomé de Las Casas no contó lo positivo que hicieron los españoles y exageró lo negativo. ¿Lo positivo?

Escribe Bartolomé de Las Casas:

«Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas…? ¿Cómo los tenéis tan oprimidos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les imponéis se os mueren, y por decirlo mejor, los matáis por sacar y adquirir oro cada día?»

Desde siempre el sistema educativo enseñó que a Colón había que rendirle pleitesía, pues era «audaz navegante que una senda ignorada cruzó…» Sus barcos eran sublimes y triunfantes. Era formador de mundos. Jamás se explicó la tragedia que sobrevino a los pueblos originarios. La palabra «invasión» fue evitada a toda costa. La palabra «barbarie» y la otra, «saqueo», ni se diga. Se escondió, además, la práctica inquisitorial aplicada. Mejor ignorar la cotidianidad del fraile Diego de Landa entre los Mayas.

Escribe Diego de Landa:

«Hallamos un gran número de libros… y no contenían otra cosa que no fuese superstición y mentiras diabólicas por lo cual los quemamos todos, cosa que les produjo mucha aflicción y gran resentimiento».

Escribe un cronista, acerca de Diego de Landa que en derredor de lo escrito solo veía hechicería:

«Recogió los libros y ordenó que fuesen quemados. Quemaron muchos libros históricos relativos al Yucatán antiguo que hablaban de sus principios e historia, cosas de gran importancia». 

Pero la iconoclastia de la incineración de libros se queda corta frente a este testimonio:

«Y… este testigo encontrándose en el dicho pueblo de Maní y Homun, vio a los dichos frailes colgar a muchos indios por los brazos y a algunos de los pies y colgarles piedras de los pies y azotarlos y rociarles cera caliente y maltratarlos tan de mala manera que más tarde, en el dicho tiempo, cuando como él ha dicho se les dio la penitencia y fueron sacados en el dicho auto público, no había una porción sana de su cuerpo en que se les pudiera azotar…»

Las bases que con frecuencia destruyen los invasores a los invadidos son las cognitivas, las culturales. Su historia, sus libros. De manera simultánea socavan su voluntad y su fortaleza física. No es cosa de sorpresa lo escrito por un tal Prescott: «…qué difícil es hacer de Francisco Pizarro un héroe, cuando era un individuo que ni siquiera sabía leer su propio nombre…»

Los nativos de acá conocían la importancia de sus anotaciones acerca de plantas, de animales, de astros, de hazañas pretéritas. Se afligieron. Se resintieron. Les llegó el desgano vital, falta de deseos de vivir, al verse atropellados: privados de sus tierras, de sus grupos sociales, de sus diversiones, de sus cultos…

La España actual no sería culpable del holocausto que sus majestades ejecutaron. Es probable deseen hallar lo catártico del asunto. Pero los ciudadanos de lo que ahora es Latinoamérica, al contrario, tienen la obligación de rememorar, porque si se diluye en olvido lo acontecido se corre el riesgo inminente de repetirlo. De sufrir lo que los pacíficos habitantes primigenios sufrieron. Aunque, viéndolo bien, no cabe duda ya se ha repetido, ya se ha sufrido. Han cambiado no más los tiempos, las formas y el nombre del invasor.

 


 

sábado, 26 de septiembre de 2020

Nostalgia


(Poema)

Omar Gabrielí 

He recogido tus palabras en mi bolsa

Cuando solo marché por el camino;

y he comprendido el valor de tu destino

en el claro rumor de cada cosa.

 

He recogido tu mirada en una rosa,

y el aliento sutil que te da vida

ha soplado mi alma temblorosa

cuando en mí posaste tus labios, despedida.

 

Hoy solo me queda tu recuerdo

y el eco de tu voz que a veces pierdo.

En la impresión de una mirada que reclama

me da la impresión que alguien te llama:

 

En el sol de la mañana, en la brisa

en cada arroyo cantarino,

y en la flor que me embelesa.

 

Vuelo de un ave o sonrisa

desde lo celeste o desde la tierra

que están gritando tu nombre:

Elisa… Elisa… Elisa…


Omar Gabrielí es colaborador de La piedra encadenada.

  


 

sábado, 12 de septiembre de 2020

Mil gallinas



(Cuento) 
René Ovidio González

Luciana, joven y diligente, se dedicó con afán a la avicultura. Empezó con unos cuatro animalitos y al cabo de un breve lapso, se convirtió en propietaria de mil aves de corral.

Con precio fijo de cinco pesos por gallina aliñada, se iba a la ciudad a distribuir el producto, y la distribución era efectiva: regresaba vacía de mercadería pero con sumas considerables en su cartera.

Un día de calor hirviente pues campeaba el verano, notó no sin preocupación que sus emplumadas amigas ―las aves, claro está―, antes lozanas y alegres, se veían tristes, desganadas.

Frente al temor de que pudiera haber llegado la peste a sus dominios, tomó una rápida decisión: revisó una a una las mil habitantes del corral y, ¡vaya!, solo trescientas estaban en condiciones saludables. ¿Qué debía hacer? Sacrificaría las trescientas animalitas para evitar el contagio. Dicho y hecho…

― ¿Trescientas?

― Sí, señora, trescientas…

― ¿Y por qué tantas?

Luciana tuvo que explicar a la dueña del restaurante Gallina India, la razón de aquella masacre de plumíferas.

― A ver― dijo la señora―, ¿me vendes trescientas gallinas ya peladas a cinco…?

Y de súbito, un fanal iluminó su cara regordeta, y abriendo enormes sus ojos:

― ¡Vamos a tu granja Luci…!

― ¿A qué, señora?

― Mira: te compro las trescientas gallinas, y las otras setecientas también, pero a mitad de precio…

― ¿Está bromeando? ¿Me compra las enfermas también?

― Todas, muchacha, a mitad de precio. Haz cuentas, trescientas gallinas a cinco pesos son mil quinientos, y mil gallinas a dos cincuenta son dos mil quinientos… ¡Mil pesos más! ¿Qué prefieres? ¿Que se mueran y perder ese billetal?

Luciana no terminaba de convencerse, ¿haría negocio con aquellas aves agonizantes, casi muertas? ¿Para qué servirían unos animales accidentados? Solo para dárselos a los perros, quizás…

La granja Las aves de Luci estaba a 25 minutos en vehículo. Llegaron…

La compradora inspeccionó a las moribundas emplumadas con ojos bien abiertos. Las colgaba tomándolas de las patas, chorreaba de los agujeros nasales un líquido espeso, “Ya están mocosas”, murmuraba. Otras no levantaban cabeza, el pico se pegaba a la tierra, la señora las sacudía y los agónicos seres no se meneaban…

“Estas son de la familia gallináuseas…”  “Esta pobre está más de allá que de acá…” “Esta otra ya estiró la pata”.

Los zopilotes planeaban en círculos arriba de las colinas, posándose de cuando en cuando en los árboles de los alrededores.

 “Ya sienten el tufo de la muerte…”

 ― Bueno, Luci, tú decides. ― Habló al fin la señora, dispuesta a efectuar la transacción.

 ― Pues, si usted se arriesga, yo…

 ― De acuerdo, mujer. ― Y sacó un teléfono móvil. Marcó un número:

 ― Mándame al motorista con el camioncito, que traiga cajas de cartón, vamos a cargar un producto.

El camión asomó perseguido por una gruesa nube de polvo, por el camino que cruza a cien metros de la granja Las aves de Luci…

Zas, zas, zas, empacaron.

―Aquí tienes tu cheque, muchacha, cámbialo ahora mismo si quieres.

Y ruuuuumm, ruuuuumm, el camión. Otra vez persiguiéndolo la nube de polvo. Los zopilotes planeaban sobre el vehículo, en un evidente intento de asalto. Luci los seguía con la mirada, meditabunda.

“Ya sienten el tufo de la muerte…”

Días, semanas, meses corrieron sin freno. Luciana volvió a la ciudad para hacer unos comprados.

― ¡Hola, Luci, preciosa! ¿Qué? ¿Me trajiste más gallinas?

― No, señora, es que aquel día me quedé pensativa. ¿Le habrá salido bien el negocio de las gallinas? ¿No se le murieron?

― ¡Ah!, muchacha, ¿y cómo iba a salirme mal tan buen negocio?, ¿para qué crees que son esos hornos modernos?, ¿no has escuchado nuestro lema en la radio?... “Del horno a la mesa, ¡uuumm!, sabrosura”.

Luciana quedó estupefacta. Y la señora:

 ―Con decirte que a varios comensales les oí que comentaban: ¡Qué gallinas! ¡Es que son indias!

 


sábado, 8 de agosto de 2020

La marca

(Cuento)

René Ovidio González


Al hablar de cualquier zorro, todos piensan en el héroe californiano cuya máscara escondía a un aristócrata señor: don Diego de La Vega.  Más aún quienes gozaron de niños la teleserie de 1957, en la que el famoso espadachín marcaba zetas al por mayor en la barriga hinchada de un sargento bonachón, silbaba a su caballo inteligente y se despedía haciendo un gesto de amabilidad, mientras tocaba el ala de su sombrero.

Desde Douglas Fairbanks hasta Antonio Banderas, las espadas no han dejado de marcar zetas, y los antifaces se han puesto de moda. Muchos caballos comunes optaron por llamarse igual que su pariente estrella: Tornado. Además, con las ventajas de la industria tintórea, lograron cambiar su pelaje de colores desteñidos―crin y cola incluidas―, a un pelaje negro brilloso…

El tal Banderas, a pesar de su españolidad, no superaba un problema en el plató al intentar marcar la célebre “zeta” a los representantes de la ley. Su entendimiento no lograba discernir, cómo siendo California de los Estados Unidos, y Los Ángeles también, aunque en la teleserie semeja un pueblito ibérico primitivo, hayan sido españoles malos y no buenos ingleses quienes gobernaran; él opinaba que no debía ser “zeta” de zorro sino “efe” de fox la que debía marcar, siendo que “La Máscara del Zorro” o “La Leyenda del Zorro”, en las que compartiría con Catherine Zeta Jones, serían películas parladas en inglés.

“Serán subtituladas”, le explicaban los productores. Subtítulos son los parlamentos escritos a pie de pantalla en el idioma de cinéfilos o televidentes. Además ―intentaban remitirlo al diccionario―, fox significaba zorra…           

El caso es que al marcar, su lógica predominaba. Siempre marcaba la “efe” de fox. La escena tenía que ser filmada otra vez y director y productores enloquecían. Han de saber las fans que siendo el actor compatriota de Fernando e Isabel, que equivale a decir Juan Carlos y Sofía, aquel don Diego comprendía mejor el inglés y el lenguaje a señas de Bernardo, y al conversar en su idioma natal revelaba un raro acento.        

Un día de tantos, fatigados de rodar y editar, tuvieron una ocurrencia. Harían un pedido a España de una espada doble, que parlara en castellano, así a la hora de filmar la escena de la marca, esta doblaría a la espada principal y marcaría la tan ansiada zeta de zorro y no la efe de zorra.

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Del Libro inédito: Cuando escampe ®. René Ovidio González ©.


sábado, 25 de julio de 2020

Inspiración


(Poema)

Omar Gabrielí

Yo diría si una tarde que se incendia
entre los rojos esplendores del ocaso
contenerse entre las manos se pudiera
te la daría… si tú quisieras por si acaso.

Por qué no regalar ese momento
un verso, un cantar, un pensamiento…
Como el quieto volar de una paloma
que al jardín del Edén nos asoma.

Ah, ya sueño mucho como si fuera
cierto, más yo quisiera…
y una poesía poder escribirte
y con ella poder decirte
que una canción se pierde en tus misterios.

Que cuando al verte me recuerdo
Aquella canción que comienza así:
“¡Lindo capullo de alhelí…!”


Omar Gabrielí es colaborador de La piedra encadenada.

viernes, 3 de julio de 2020

La bella durmiente

 

(Cuento)

René Ovidio González

Ese día milagroso Coralina me dijo que llegara como a las dos de la tarde, hora compasiva y propicia… A pesar del sol desencantador de marzo me fui a la cita, puntual y ansioso. Llegué a su casa, la hoja de la puerta estaba entreabierta. La empujé y con tiento intenté abrir la reja pero no pude: tenía puesto el cerrojo. Penetré con la mirada buscando una respuesta. Me fijé que Coralina estaba dormida en una hamaca. Sin alternativa posible me acomodé en la grada y la observé durante mil años. Quién de los dos soñaría más.  De qué duendes o brujas malvadas huiríamos. A qué hadas encontraríamos sin la desgracia de despertar sobresaltados por el germen de la insolación. Qué monstruos asaltarían sus sueños. En qué personaje conocida encarnaría su aventura: en Alicia, la del país de las maravillas, o en Blancanieves, la de los siete enanos…

Coralina hizo un ligero movimiento. Sus muslos seductores mostráronseme retadores. Dormida como está durante mil años de maldición, se volvió para mí una diosa. O una bella durmiente. Su cuerpo está indefenso, abandonado pero palpitante, invadido de sensaciones impronunciables. Qué soñaría, soñando. Soñaría acaso lo que yo digo siempre a manera de bromear con el santo y también con la limosna: Anoche soñé que estaba despierto y cuando me desperté, seguía dormido. Cómo reiría Coralina. Si supiera que observo embebido la tranquilidad de su sueño, sé que reiría. O quizás su pudor le impediría reír y no soportaría mi implacable mirada… 

Lo que digo solo son conjeturas: ella duerme a profundidad y yo me pregunto en qué sucesos andará metida. Qué espacios cruzaría como sombra sin la compañía de guardaespaldas de este admirador suyo. Si supiera que me he quedado aquí, acogiendo en mis ojos su belleza exclusiva, tocado por la espada filosa de su voluptuosidad. Con cuánta ansiedad yo le pediría en secreto a su oído que me hiciera el generoso favor, por lo que más quisiera, de confesarse conmigo contándome en qué ha estado soñando los últimos mil años de su existencia necesaria. Y ella, por lo que más quiere, haría el prodigio de decirme con su dulzura de costumbre: En nosotros, solo en nosotros.
         

Del libro de cuentos El Ermitaño. René Ovidio González. San Salvador, año 2017.

viernes, 5 de junio de 2020

Bicicleta maravillosa


(Cuento)
René Ovidio González

(De cuando fui perseguido por dos policías
 malintencionados, después de salir de mi trabajo)
          
La bicicleta lo sabía: eran policías vestidos de civil. Estiraron el pescuezo para reconocer a su víctima. Aclaro que la víctima sería yo…

La bicicleta intentaría advertirme: “Son policías, o magos pues hacen desaparecer gente. ¡Se la traga la tierra!”

La bicicleta estaba al tanto de todo: entendía perfectamente que la guerra no terminaba. Aunque recién entraba a su fase final. Se negociaba quién sabe qué intereses, poco se supo después.

La bicicleta escuchó decir que mi nombre estaba en unos listados, que tenían fotografías mías. Por eso se esforzaba en no fallar.

La bicicleta percibía que juntos hacíamos un solo cuerpo y que su viveza era fundamental para mi seguridad. Eso explica con eficacia su actitud de aquella tarde…

La bicicleta vio a los dos cobardes vestidos de civil, entonces giró en redondo. Regresó. Viró a la izquierda. Los cláxones de los vehículos sonaron insultantes. Iba en dirección al poniente, huía, buscaba salir sin tropiezos. Los policías se descolgaron para intentar tapar la ruta de escape, desde el soportal del Bazar Primavera.

La bicicleta giró de nuevo en redondo, a la altura del portón de la Alcaldía, entre un concierto de pregones, y estruendos de motores en marcha, y radios en circuito cerrado. No puso atención ni a las radios, ni a los motores ruidosos, ni a los pregones: “Los que van a Pasaquina, Pavana, La Unión”. “Suba, El Amatillo, frontera, frontera”. “A San Miguel, la última, a San Miguel”.

La bicicleta evitó que me agarraran. No me hallaron. Ella los burló. Me llevó por este rumbo al barrio Las Delicias, se fue por el otro lado, sobre la calle que lleva al Estadio Municipal, entró invicta a la carretera, corrió, se esfumó, se hizo invisible. Finalmente me dejó en el lugar apropiado: mi casa.

La bicicleta debió pensar que en la casa los cuilios no se atreverían a husmear. Tendrían miedo. Un miedo enorme a perder. 


Del libro inédito «Desde la piedra encadenada». Registro de Propiedad Intelectual en CNR, San Salvador.



viernes, 8 de mayo de 2020

¿De qué el poema?


(Poema)
René Ovidio González

De reírse uno en su mismísima tumba
De levantar ambas manos
y mostrarlas más que limpias
De lucir un sombrero sobre tu intelecto
al infiltrar un poema con toda propiedad
De tu compañía antiquísima-abuelita-ancianita
De esa bandera que aunque no quieran es mía
y de esa ceiba frondosa de allí
De la muchacha con cámara fotográfica
y zas-zas otro retrato y otro
De tu sonrisa con risa
De llevar un rebelde a la altura del pecho
y de los Bee Gees en la radio
De esas paredes al fondo teñidas de frescura
Del abrazo de la siguiente generación
y de los chicos de escuela que qué es esa jodedera
De ese gran poeta que vivía en México
De mi barba negra-roja-parda-blancuzca
y del perfil de tu rostro
con tu posible estatua-efigie-figura
entre claroscuros
Del reloj arriba en la torre del palacio
que a tiempo cuenta el destiempo
De tu cabello de joven tan largo como el de ella
y de tu caricatura ya viejo-algo-arrugado


viernes, 24 de abril de 2020

Con Duarte aunque no me harte


(Relato)

René Ovidio González

Hasta una canción le cantaban. Díganle que no se meta, díganle que no se meta porque a mi pueblo se le respeta. Los estudiantes universitarios lo recibieron en las calles de San Salvador a tomatazos y huevazos. Muchos imaginaron una entrada triunfal para él, después de casi una década fuera del país, pero no, los cipotes de la Universidad Nacional olfatearon la verdad. EL beso público a la bandera estadounidense, siendo presidente de un estado “soberano”, confirmaría después aquella verdad. La negación de la masacre del caserío El Mozote, en los tiempos de la Junta de Gobierno de la cual era integrante, reconfirmaría la misma triste verdad. Dijo más o menos que, siendo él, el presidente provisional y comandante general del ejército no tenía conocimiento de ninguna masacre, que ese era otro de los intentos propagandísticos de la guerrilla…

Este no era el José Napoleón Duarte de 1972, al que robaron el triunfo en las elecciones de ese año. La fórmula presidencial de la Unión Nacional Opositora (UNO), Duarte-Ungo ganaría los comicios, pero, donde manda capitán no manda marinero, el presidente fue escogido, como era habitual, por la oligarquía y la cúpula militar reinante. Duarte y Ungo abandonaron el nido, y el país sería gobernado por el soldado de turno. De este coronel se hizo una variedad de chistes, pero el que más me hizo gracia contaba de una entrevista a la madre del militar, la cuestionaban acerca de por qué leía el hijo tan despacio sus discursos, y tan silabeado… Entonces la madre explicó con expresión de inocencia y, a la vez, de culpabilidad: De haber sabido que iba a ser presidente, lo hubiera mandado a la escuela…

El bolado es que cuando Duarte volvió, el país estaba destartalado. Corrijo: el país seguía destartalado. Lo había estado desde la llegada de los invasores españoles y lo seguía estando con los modernos invasores norteamericanos. Y Napoleón se lanzó en carrera por la guayaba, por la silla presidencial, por el poderoso poder, creyéndose poder ser poderoso, y haciéndole creer a la gente que hoy sí meteríamos el chuzo a los ricos, y que él, José Napoleón, se quitaba el nombre (parte inmaterial, abstracta de su existencia, pues ya muchas partes materiales, tangibles, le fueron seccionadas con anterioridad, unos cuantos dedos, por ejemplo), si no cumplía las promesas. Que su gobierno no sería como el de aquel que le robó la presidencia en 1972, que decía que no daría un paso atrás en la reforma agraria, pero que salió en carrera abierta de retorno, dejando hasta la guerrera con sus charreteras y condecoraciones ganadas en ninguna guerra; y que el chabacán con quien competía por la olorosa guayaba, era solo eso, un charlatán sin cultura, que lo único que aprendió a hacer, es a ofenderlo a él llamándolo viejo cuto, que lo había escuchado en una radio gritando como loco: “Lo que más le encachimba al viejo, es que yo le diga  cuto”. Y que esos dedos a los que hacía alusión ese sinvergüenza los perdió en la lucha, al ser capturado por el ejército, cuando apoyó el golpe de estado dirigido por el coronel Benjamín Mejía; y que los dedos se los cortaron los soldados…

¡Miren!, gritaba Duarte mostrando los ñuñucos y con la baba deslizándosele por las comisuras, ¡Miren mis manos! Después tocaba sus pómulos saltados: ¡Aquí me golpeaban con las culatas de los fusiles! No quiero que mi pueblo sufra lo que yo sufrí… Y los aplausos no tardaban. En los mitines siempre hay “hacedores de aplausos”. Y “hacedores de vivas”. En medio de los discursos siempre alguien rasga su garganta para hacer más emocionante aquel momento: ¡Viva Duarte! Y los demás: ¡Viiiivaaaa! Después traslapan otra cualidad del candidato, actual o futura, real o ficticia: ¡Viva nuestro valiente Presidente! Y los presentes: ¡Viiiivaaaa! 

Otra modalidad en las contiendas es atacar al adversario en medio de los discursos: ¡Abajo la corrupción! ¡Fuera ladrones del poder! ¡Váyanse ineptos! Y el mar de correligionarios repitiendo: ¡Abajo! ¡Fuera! ¡Váyanse! ¡Se siente, se siente, el pueblo está presente! ¡Con Duarte, con Duarte…! Hasta que el orador, en este caso Napoleón Duarte, se ponía listo y mandaba a hacer silencio para proseguir su discurso, antes de que los agitados seguidores se equivocaran por la excitación del momento y complementaran la frase con la otra necesaria: aunque no me harte.

Hay que decirlo. El ingeniero José Napoleón Duarte era un tremendo orador. Orbelinda y yo, asistimos por curiosidad al famoso mitin. Ella apenas cumpliría diecinueve años el mes en que se realizaría la elección. Yo estaba unos años mayor. Ambos queríamos conocer al famoso líder, en persona, de cerca. La multitud era grande. Y el calor sofocante. Duarte hablaba, hablaba, hablaba. Y gesticulaba, gesticulaba, gesticulaba. De repente mi curiosidad se fue transformando en simpatía, en admiración, ¡hablaba tan bien ese gordo! Los ojos azules le brillaban bajo los párpados agobiados, a ratos perdía el grueso de su voz y quedaba colgando de un hilillo, pero se recuperaba, la transpiración le mojaba su camisa verde, babeaba, movía sus brazos, aplausos, aplausos y vivas. El pueblo le creía. Todos creíamos un poquito…

Cuando bajó de la tarima, la multitud se abalanzó sobre él para saludarlo. Fue cuando yo recordé al Chele Ávila. El Chele Ávila fue por mucho tiempo el compañero de Aniceto Porsisoca, en la televisión y en programas radiales. Programas de humor que me gustaban mucho, por la calidad interpretativa de los comediantes. Aunque en aquella época no habría sabido explicar el porqué. Cierta vez, Aniceto colocó una bolsa con harina sobre el dintel de una puerta cerrada, de manera que al abrir esa puerta, la harina se derramaría sobre el atrevido. Aniceto advertía al Chele, “No la abrás Chele”. El Chele necio por la curiosidad de saber. “La curiosidad mató al gato, Chele”. El Chele de testarudo. “Bueno, ahí ve vos, Chele”. El Chele que abre la puerta y ¡plos!, quedó más chele de lo que solía ser. Aniceto, con la cebadera, teniéndose el estómago de la risa: “Yo te lo dije Chele, te lo dije”.

Lo que sucede es que el Chele Ávila era como la voz gemela de Duarte. En el 72 le contrataron para que, en la radio, le imitara. “Si miento”, decía el Chele emulando al candidato opositor, “Si miento, que se derrumbe esta tarima”. De inmediato se escuchaba el efecto radiofónico de un derrumbe de tarima, y los quejidos de Duarte, personificado por el Chele. Aquello era una genialidad. No había discusión: Duarte mentía…

Aun así, la gente quería saludarlo. Se detuvo entre el gentío. Abrazaba a la gente. Estrechaba las manos extendidas que lo buscaban con avidez. Orbelinda se coló entre la muchedumbre, y yo tras ella, se me escapaba, intentaba detenerla pero se escurría sin que yo pudiera evitarlo. Al fin estuvo cerca del líder democristiano. Duarte, que ya iniciaba la retirada, se detuvo. Alargó su brazo y estrechó la mano delicada de aquella jovencita de diecinueve años, de ojos amarillos y cabello castaño, que se acercaba entre el remolino de simpatizantes. Duarte sonrió de una manera impecable, ahora sabía con seguridad que ganaría las elecciones, no porque los gringos se lo hubieran prometido. Ni porque la Fuerza Armada pactara con él, sino porque sí, ganaría, así como triunfó en 1972.

Me miró con una mirada fugaz. Esperaba quizás mi saludo, pero mi instinto me detuvo. Y deteniéndome me rebelaba a la realidad futura. En mis oídos percibí una tonada familiar pero con la letra modificada: Díganle que no se meta, díganle que no se meta, porque aquí le romperán la jeta. No era la orquesta Zúniga, era el grupo Cutumay Camones.  Luego oí con claridad estereofónica los alaridos de la plebe: ¡Con Duarte aunque no me harte! ¡Con Duarte aunque no me harte! La alegría de los cuscatlecos no duraría mucho con el gobierno verde del ingeniero…

A escasos metros del candidato esperé a Orbelinda. La esperé para enfrentar juntos la tragedia que sobrevendría en el transcurso de los tiempos presentes que empezaríamos a vivir, siendo José Napoleón Duarte presidente de El Salvador.


Fotografía del libro Historia de El Salvador, Tomo II, 1994. MINED.



viernes, 10 de abril de 2020

Cienfuegos


(Poema)
René Ovidio González

Cienfuegos es joya entre las joyas de Cuba.
¡Qué monumento de ciudad imaginaron sus autores!
¿Sería  otra Venecia? ¿O sería otra París?
Cienfuegos jamás cambiaría nada que le pertenezca
por nada de  lo hermoso de esas urbes modernas.
¡Ah, si las calles fueran canales!
¡Ah, si el Sena desembocara en la bahía!
Caminar por un alegre bulevar bullicioso,
próximo está el Malecón y es suficiente:
el mar Caribe dormitando adentro de su límite
y brisas del sur retozando entre barcos fondeados en la ría.

No tendría torres Eiffel  ni arcos del Triunfo.
¿Para qué  necesita arcos y torres
si solaza las miradas de riquezas arquitectónicas?
Un Teatro Tomás Terry,
un histórico Colegio San Lorenzo, el Palacio de Valle...
Inquieta y radiante de sol como está,
desde el Malecón, en la ribera salobre,
se descubre su hermosura diamantina
al abrazo de su vigorosa lozanía.

Cienfuegos: planicie perfecta y trazo matemático.
La deslumbrante lejanía reverbera
exhibiendo en dimensión inmensurable
las oscuras espigas humosas de los Centrales Azucareros…
¿No es aquella silueta profunda y difuminada
el imponente macizo montañoso?
¿No es aquella mancha grisácea la serranía de El Escambray?

Cienfuegos es la huella fresca
del transitar de Tania rumbo a la historia.
Aquí anduvo Fidel con su tropa el 7 de enero de 1959.
Aquí nació, refieren, la legendaria Cubanita
en las luchas de Martí…

Benny Moré lo dijo:
«¡Cienfuegos es la ciudad que más me gusta a mí!»
¿Y cómo no?