sábado, 19 de diciembre de 2015

Impunidad y religiosidad



       (Opinión)
       René Ovidio González
      Mi hermano Chael fue asesinado el 24 de agosto de 1980. Fue hallado con un balazo entre el cuello y la mandíbula, al lado izquierdo de su cara, en el lugar conocido entonces con el significativo nombre de Callejón de la muerte, a pocos pasos de la comandancia militar local.  Hasta el sol de hoy ninguno de los entes facultados para investigar este y cantidad de crímenes cometidos movió un dedo en tal sentido, excepto uno: el juez de paz de aquel momento, que presumiblemente llegó a ciertas conclusiones, aunque por la situación de guerra y la brutal impunidad el caso de Chael y muchos otros jamás fue judicializado.
      No voy a señalar responsables en la muerte de mi hermano, pues las líneas de investigación son variadas y las pruebas son escurridizas. Resulta inaudito que a muchos años de los crímenes los presuntos asesinos se protejan usando de trinchera nada más y nada menos que… una Biblia. O mediante una argucia que raya en las artes ocultas del ilusionismo: desaparecer sin dejar pistas. Óigase bien: pistas, porque las huellas son ruidosamente evidentes.
      Estos tipejos son camaleones, o pulpos de una rara especie: toman los colores y las formas de su entorno más cercano, se camuflan, se disfrazan, se mimetizan entre la alienación religiosa de las masas. Mejor clasificados, son ratas asquerosas abundantes aquí en Macondo y allá en Yanquilandia. Quienes usan la Biblia de búnker lo saben: basta ponerse los atuendos consabidos: saco y corbata, zapatos brillosos, gafas para simular decencia, un podio lujoso con un estandarte en el que se lea Santo~Santo~Santo~Es el Señor~. Y repetir con frecuencia: «Dios les bendiga, hermanos».
      ¿Que a qué se debe tanta exacerbación de mi parte? Será tal vez el coraje al ver, recién, una fotografía de un exmilico en una pose de sacralidad, en un espacio que al parecer es una «Iglesia», con el escudo protector del  Santo~Santo~Santo~ Es el Señor~. El mismo exmilico que invitó a una amiga allá en tierras norteamericanas a escuchar «la palabra del Señor» que él predicaba. El mismo al que la muchacha respondió con indignación, más o menos así: «Con tanto muerto que debés en El Salvador, ¿cómo puedo creerte?».
      Estos militares tenían licencia para matar. ¿Les habrá perdonado su dios la crueldad contra muchos cristianos muertos por sus propias manos? Es sabido, incluyendo testimonio de uno de sus hermanos, que el militar de la foto mencionada salía a matar comunistas por las noches. Y cuántos recordarán en la ciudad los frecuentes tiroteos nocturnos, en los barrios, en la periferia suburbana, en el parque…
      Por las rendijas de las puertas o por los portillos en las paredes de bahareque, el ojo secreto y aterrorizado de sus habitantes, miraba con asco al individuo que pasaba cubriéndose de silencio, fusil al hombro y paso de hiena ensangrentada. El resultado se intuía ya por recurrente: dos o tres cadáveres en medio de calles o caminos vecinales amanecían sin luz en sus pupilas distantes.
      Pero los pensamientos de los dioses son intrincados, y son tantos ramales que más de una vez se les va chancho con mazorca. No se puede tapar el sol con un dedo, refiere la experiencia. Todas las miles de denominaciones religiosas cristianas son hijas de la gran madre Iglesia católica. Originadas a partir de 1517 en la denominada «Reforma» de Martín Lutero, un sacerdote agustino inconforme con el Vaticano por los abusos y corrupciones que ahí sucedían, es lógico que conserven en su genética la catolicidad de sus orígenes.
      Estaba recordando: leí en un libro bastante documentado que en 1209, en una alianza perversa entre el papa y el monarca francés, treinta mil hombres invadieron la tierra de los cátaros para exterminarlos, en las estribaciones de Los Pirineos, al sur de Francia, por  acusaciones de supuesta herejía. En la ciudad de Béziers un oficial invasor preguntó al representante del papa: «¿Y cómo distingo entre los herejes y los que no lo son?». La respuesta del religioso fue sabia e inspirada: «Mátalos a todos. Dios reconocerá a los suyos». ¿Ummm…?
      La ventaja de los matones como el de la foto aludida, reciclado en pastor evangélico, es que la memoria histórica brilla por su ausencia entre los habitantes del Macondo que ya conocemos. Si nuestra gente no olvida su nombre, mejor: el que creen es su nombre, será porque a cada momento alguien se los menciona. «¿Cuál es su nombre?», requerí un día yo a un señor que inscribía a su hija para la escuela. «Mi gracia es Godo Alfredo», me respondió muy convencido. «¿Está seguro?», interrogué. El hombre juró y rejuró que esos y no otros eran sus distintivos personales. Al examinar su documento de identidad yo supe lo cierto: Godofredo R...   
      Una noche negra como el corazón del ébano e inolvidablemente lluviosa, mientras los truenos penetraban filosos en los oídos y los relámpagos resplandecientes cubrían amenazadores los tejados mojados y las piedras, visité en su antigua casa a un guerrillero conocido llegado a hurtadillas. Era el mes de mayo de 1982. Mi sorpresa fue gigantesca al encontrarlo departiendo alegremente con el milico de entonces y ahora reciclado pastor. Yo me cuestionaba: ¿Qué tendrán en común un militar y un guerrillero? ¿Qué estarán celebrando? Bebían guaro sin ninguna desconfianza…
      ¡Se emborrachaban juntos! Y ya borracho el uno, aparte del otro, viendo mi contrariedad me expresó: «Si te pasara algo, este cabrón sabe que yo en persona vendría a matarlo». Y el otro, casi evadiéndose del primero, quiso explicar infructuosamente lo relativo a la muerte de Chael: «Yo no tengo nada que ver, hace días quería hablar con vos, es Fulano el que dice que tu mamá me acusa». Su aseveración podía significar una advertencia velada, si no un lavarse las manos ante la posibilidad real de una represalia. Su boca expulsaba la materia miasmática que contenía su cerebro. Al calor del alcohol. Ahora estoy seguro que ambos mixtificaban. Y que yo o quizás Chael era tema de sus conversaciones. Ambos se cubrían. Ambos hacían «cosas» juntos. Entre esas «cosas» no incluyo la de chupar, sino otras, otras…
      Pero no era mi mamá quien lo acusaba: don Fulano, juez de paz en ese tiempo, había confiado a mi madre las conclusiones a que llegaron sus pesquisas. Todos los caminos conducían a Roma, según su informe. Transcurrido el tiempo y con más elementos de juicio no estoy seguro de que todos los caminos terminen ahí. Sé que fue uno el que disparó a Chael, por cierto bastante inexperto, pero sin duda tuvo cómplices, que fue un plan elaborado y dirigido por gente curtida en contrainsurgencia, una estructura. Que hubo traición, además. Trabajo de zapa. Un infiltrado, o varios. Que hicieron esfuerzos para engañarnos con coartadas falsas intentando implicar a otros.
      Cuando vi al milico, 33 años más viejo, fotografiado en sus aires de predicador,  despertó mi curiosidad impugnable de si ese matacomunistas habrá referido al dios que pregona todas sus hazañas contrainsurgentes, o si su alma irá a parar junto a las almas de los que despachó de este mundo, y si estando allá esas almas afrentadas no lincharán la suya.
      Supe también que el susodicho guerrillero hizo una visita a don Fulano. De noche, claro está. Que acompañado de un grupo de hombres armados subió como gato al altillo, a la segunda planta, por la parte exterior de la casa. Ningún amigo llega por sorpresa saltando muros. ¿Qué fue a comunicarle? Nunca lo he sabido. Aunque no creo haya llegado a felicitarlo por su cumpleaños. ¿Dónde estará el antiguo dizque guerrillero? Nadie lo sabe. Quizás fue discípulo de Francis Fanci o de Balí. Si acaso murió en la guerra, quién vio, o quién lo afirma. ¿Cuándo pasó? ¿O es otra historia apócrifa igual a la del indio Atonal? Porque las fechas y los sucesos no coinciden: un paisano se lo encontró en un comedorcito de la capital, después de su muerte. ¡Ja, qué estampa más insólita! Pasado un tiempo lo vio en una parada de buses, en el Parque Centenario. ¡Qué fantasma este para ser mago! Ummm… quise decir: vago. Si no murió, ¿qué se hizo y qué siguió haciendo?
      Desde luego: la situación que me ocupa cuando hablo de «el susodicho guerrillero», es una situación excepcional, es una circunstancia concreta de un lugar específico; por tanto no estigmatiza a la gran mayoría de combatientes rebeldes, quienes, dicho sea, merecen mi admiración y respeto. 
      En todo caso, el actual predicador hace borrón y cuenta nueva en su glorificada vida.  Cuenta nueva porque los números contienen demasiadas cifras ya, y hay que empezar de cero. Un soldado de su fe, un cruzado de su dios deberá emular a los inquisidores de los siglos XII y XIII, deberá ser a imagen y semejanza de los súbditos de Inocencio III: el abad Arnaldo Amaury o el fraile Domingo de Guzmán. Arrogantes y déspotas, despreciables criminales a quienes el brazo indulgente de la justicia, aquí en Macondo y allá en Yanquilandia, no ha querido alcanzar. Al fin y al cabo, la famosa cruz y la espada también, símbolos de religiosidad y militarismo invasivo─, llegó a estas sagradas tierras con las velas de las naves de Colón, junto a los inquisidores… 
    
    Los autores de tantos crímenes atroces podrán invocar al despiste de cara a un pueblo olvidadizo, pero los afectados no padecemos de amnesia, la realidad vivida ha quedado sellada con fuego. Podrán con ardides seguir utilizando la Biblia y la denominación religiosa que sea ya se sabe que tienen miles de opciones para seguir haciendo creer a la gente, cegada por el artificioso esplendor de su verborrea, que son intocables pues «si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?». Pero jamás podrán esconderse de la ley natural de la compensación. Yo le llamo la ley del boomerang. No hay eximente. Qué  maravilloso.                                                                                                                                                            

Diciembre 8 de 2015.