jueves, 22 de enero de 2015

La piedra encadenada





                           René Ovidio González
                                             
                                      “aire frío, cielo espléndido…”
                                        FRANCISCO GAVIDIA
                                        Del cuento La loba.
                                                                           
        
       Una impresionante sensación de vacío se experimenta al observar el singular panorama ante los ojos de asombro de los expedicionarios. A uno y otro lado el abismo espera con paciencia. Un descuido y el descenso sería vertiginoso. Hasta el fondo…
       Por momentos el viento golpea con furia. Golpea las escarpadas barrancas. Un árbol de amate, varios guarumos, cualquier arbusto interpuesto en el sendero, o la pérdida momentánea de la vereda, hace más difícil el tránsito hacia donde se yergue imponente el pico volcánico en el que se encuentra la monumental piedra. Entre lianas y matorrales, la piedra está en lo más alto del volcán de Usulután. Tiene una sola vía de acceso. Una estrecha y peligrosa vereda que repta por el filo de la agreste montaña.
       La “Piedra Encadenada” es un gigantesco bloque, de proporciones grandiosas. Su nombre proviene del hecho de estar rodeada (“acuñada” debiera decirse con mayor propiedad)  de gran cantidad de también enormes peñascos. Peñascos colocados como enigmas vivientes en el lugar. Los comentarios han sido abundantes en relación a creencias ancestrales: “Si esa piedra llegara a rodar, seguro que destruiría el pueblo…” “Nadie sabe cómo llegó hasta ahí… Los campesinos cuentan que han visto sobre ella espectaculares danzas de indios y que de pronto las visiones desaparecen…”
       Con insistencia se habla de un misterioso y barbudo habitante de los alrededores de la piedra. Este huye de la mirada de cualquier intruso: es el legendario Ermitaño. Que vive de raíces y frutas y se hace acompañar de duendecillos y animales. Se afirma también la existencia de gradas en el inmenso bloque. Que fueron labradas ex profeso. Y que  “si alguien sube por ellas se pierde, porque el lugar es encantado…”
        A medida se asciende por el escabroso camino, un creciente temor empieza a brotar. “Si ven unas flores raras, bonitas, ¡cuidado!, no intenten tocarlas. Desaparecen y vuelven a aparecer adelante. Hasta llevar al abismo a los incautos…” La advertencia de una anciana resuena maliciosa en alas del aire fresco y supersticioso que se descuelga desde arriba, del bosque. Todos esperan ver detrás de cada piedra al barbudo habitante. En cada grieta cerca del empinado sendero, bien pudiera encontrarse una descomunal serpiente. Un profundo orificio obliga a pensar en una terrible erupción… El temor a las alturas y el cansancio hacen volar la imaginación de los exploradores. El sobresalto acecha paso a paso, en cada brecha abierta, en cada paraje solitario.
       Cualquiera se figura al verla a lo lejos, que la “Piedra Encadenada” podría desplazarse de manera estrepitosa. Estando sobre ella y sintiendo el temor de extraviarse, de rodar ladera abajo, el miedo es insospechado. De pie sobre la gran roca el visitante puede contemplar el iridiscente paisaje natural. Los retazos de tierra. Los verdes cafetales en flor o los que con sus frutos enrojecen el paisaje, dependiendo de la época del año. Las cumbres cercanas: “La Manita”, “El Tigre” y otras. Además, se puede disfrutar la extasiante cincha azulada del Océano Pacífico…
       Quién sabe si todo lo que se dice entre la población es verídico o fantástico. Podríamos de buena fe creer que aquí ―en las faldas del volcán cercanas a la piedra―, haya existido algún asentamiento indígena. De extremada inteligencia y desarrollo. Que debieron conocer los extraños métodos utilizados por los constructores de las grandes pirámides egipcias. Para transportar y elevar los pesados trozos de granito. Y que tal vez serían ―por su posición inexpugnable― los últimos en caer bajo la bota opresora del ambicioso conquistador. O es posible que sus descendientes liderados por un “Ermitaño” hayan defendido y ocultado por un tiempo los vestigios de su antigua cultura.
     De ser así, la piedra es probable haya servido de Altar de las Ofrendas. Los nativos la habrían “encadenado” ahí en tiempos inmemoriales… ¿O sería la Madre Naturaleza que realizaría esa hazaña de acuñarla en el sitio donde permanece inamovible? ¿De verdad este lugar estaría “encantado” como refiere la creencia popular?
      Nadie lo sabe. No obstante, muchas generaciones de jóvenes impulsados por las curiosas historias que se cuentan, visitan, palpan, toman fotografías y hasta sienten el palpitar de un leve balanceo de la piedra. Aquella grandiosa “Piedra Encadenada” situada en las alturas. Desde hace mucho tiempo. Quizás miles de años.
                                                                                                        Santa Elena, enero de 1989.