martes, 20 de diciembre de 2016

"Perfil", música de J. Osmín Aparicio



(Opinión)
René Ovidio González

Después de varios discos y de muchísima dedicación, el cantautor J. Osmín Aparicio, desde el año 2013 nos ofrece una nueva producción musical. Son diez melodías, que andando por el filo de la navaja de la visión social, nos anuncian que la música tiene magia y que si le viene en gana puede encontrar rastros de vida entre las telarañas del pasado, que la misma se lleva muy bien con la poesía, que son hermanas gemelas, y veces hay que la música es poesía y otras que la  poesía es música. Osmín lo ratifica: vive “enlazando versos” y se confiesa “discípulo ciego de la poesía”.

Nuestro coterráneo hace lo que todo buen cantor, es decir, crear y cantar, cantar y crear, cantar y seguir cantando… Eso sí, su voz adquiere un tono de denuncia frente a aquellos que “frustran los sueños a millones” y que “roban al arcoíris sus colores”. En su música, Osmín expresa su eterno anhelo de que nuestros pueblos alcancen esa utopía escurridiza llamada paz; nos pide con fervor que imaginemos a todos los seres respirando aires de libertad y que nos esforcemos para que el humanismo sea el pan cotidiano entre los vecinos del planeta.

Su poesía musical, a ratos tiene la suavidad esponjosa de la espuma y a ratos vuélvese filosa como hoja de afeitar. O se asemeja a una hoz.

“Si cantara Qué lindo es tu cucu, o La bala, sería redundar y algo estéril…” Sí, y tal vez así sonaría en la radio y la televisión… Osmín señalando un escollo que yo mismo he vivido en carne propia con mis escritos. Pero ni la música de Osmín ni mi literatura son de contenidos comerciales. Nuestros andares son llanamente eso: aliados de las causas justas. Por lo mismo despojados de cualquier posibilidad de promoción en un mundo globalizado, cuyas estructuras están al servicio del capitalismo voraz. Bien se puede utilizar aquí las frases del mismo cantautor: el “circo globalizado”, en donde “tu abuela se haría las cruces” y en el cual jóvenes incautos (y muchos veteranos, es evidente), han dejado a la deriva su privacidad enredándose en redes tecnológicas.

Osmín fue favorecido por los inquilinos del Olimpo a la hora de ver la luz la vez primera. Atenea y Afrodita husmeaban por ahí. Orfeo además. Su destino era la música y también el amor. Le canta con amor a la que considera fuente del mismo, su madrecita, a quien le expresa que “no nos conocíamos y ya nos amábamos”. 

Don Quijote de la Mancha dice que “el poeta nace: quieren decir que del vientre de su madre el poeta natural sale poeta…” y agrega: “el arte no se aventaja a la naturaleza, sino perfecciónala…” De manera, pues, que si don Quijote tiene la razón, Osmín nació poeta y cantor, y el arte ha perfeccionado su naturaleza.

Él es un generoso Aladino, y su lámpara es su guitarra. Pero Cupido lo persiguió sin disculpas en el momento preciso, a pesar de su modo de ser reservado y de una autoproclamada marginación total de lo que llaman éxito. Osmín le canta a su Dulcinea: “Sos una nota vibrando en mi cuerpo y mis sentidos… y entre beso y beso… emociones a granel”.

“Había una canción que yo sentía que no era para mí”, cuenta con una sonrisa su esposa, su inspiradora al tratarse de melodías de amor, cuando se le hizo ver que ella era la musa, su Dulcinea. “Se adivinaba que era para una mujer… y nunca la terminaba” Y vaya sorpresa, la postergada composición era para… ¡su guitarra!

Osmín alude a los profesionales de la música con quienes ha trabajado, algunos de ellos acompañantes en giras de Joan Sebastian, o cercanos a artistas de la talla de Jackson Browne. Pero este disco fue producido en su totalidad por su hijo Osmín Aparicio, sin duda también profesional de la música…

El disco “Perfil” de J. Osmín Aparicio es sencillamente exquisito. Deja una sensación agradable. Un sabor a miel, a alegría. Deja ecos de satisfacción y de esperanza. Por eso juzgué necesario escribir estas reflexiones. Y si antes canté y volví a cantar las canciones de “Andanzas”, ahora cantaré y volveré a cantar las de “Perfil”. Orgulloso de mi hermano cantor, de su talento, de su arte, y de su voz que seguirá agitando el viento...

Agosto 18 de 2016

lunes, 5 de diciembre de 2016

Nuestro talento Sergio Méndez: una estrella


(Opinión)
José Víctor González

Inmortalizarse en algún aspecto de la vida, ha sido en el devenir de los tiempos una constante inherente de todo Ser Humano. Desde la cuna ancestral de la humanidad, de aquellos que descubrieron la existencia del fuego, continuando con la magistral invención de la rueda o más recientemente con el fraccionamiento del átomo, cada quien en su época ha sido testigo de este hecho que yace en lo más recóndito del alma esperando el momento de ser realizado.

Pero que además de eso el destino te premie agregando dentro de ti una mezcla de cualidades extraordinarias para la consecución de ese objetivo, es un lujo que muy pocas personas se pueden dar. No todos tenemos la dicha de nacer un 14 de febrero y sentir verdadero amor por nuestra vocación; menos que los números del año en que nacimos sumados entre sí den 17 que de acuerdo a la Cábala simboliza “La Esperanza”… Pero, para nuestra querida ciudad de Santa Elena, aquel 14 de febrero de 1943 conjugó en ambas cosas el más glorioso de los significados.

Del amor entre don Esteban Méndez y doña Esther María Bolaños, nació un hijo destinado a brillar. Y es que en la persona de Sergio de Jesús Méndez Bolaños encontramos la síntesis de los anhelos de todos los tabudos: un dedicado adolescente, estudiante de la Canessa y del INSE; joven normalista con aspiraciones superlativas, un magnífico universitario en la UCA…

Cual Demóstenes de una época moderna desarrolló el arte de hablar en público, derivando en una habilidad natural pedagógica que lo llevó a trabajar como maestro de Escuela Primaria de Acción Cívica Militar; sin embargo, tras el primer paso, el segundo: escaló a jefe de Relaciones Públicas de la misma. Con mirada de águila rebelde percibió en su horizonte ilimitado el brillante porvenir… Iniciando la década del 60 había formado parte de nuestro patrimonio deportivo: C.D. EL VENCEDOR.

De ahí pasó a la liga mayor como parte de uno de los equipos de mejor abolengo en El Salvador, me refiero al C.D. Águila de San Miguel… ¡y entonces Santa Elena suena en todo el territorio nacional…!

Luego vino la aventura olímpica de México 68… El “Gigante” Mariona, “Pipo” Rodríguez, “El Ruso” Quintanilla, “El Pulpo” Fernández, “El Lorito” Castro, “El Búho” Ruano, Mauricio “Pachín” González (hermano del “Mágico”), Salvador Flamenco Cabezas entre otros, vieron muy de cerca a un verdadero “guerrero espartano” que dejaba el alma en la cancha defendiendo los colores de la azul y blanco. Con un regreso sensacional y la experiencia recogida allende nuestras tierras, sus acciones subieron; dos años después se viene encima ya el Mundial de México 70 donde tuvimos una modesta actuación como país… ¡pero ahí también estuvo Sergio…! Nuestro digno representante…

DE SANTA ELENA AL MUNDIAL… ¡EL ÚNICO MUNDIALISTA DE NUESTRA CIUDAD…! Atlético Marte (el Bombardero Marciano), con el que logró ser campeón goleador nacional; Firpo, al que ayudó a subir a la Liga Mayor a finales del 73, Comunicaciones de Guatemala, y Águila nuevamente quieren al goleador en sus filas y el goleador les da gusto militando en estos equipos en un tiempo determinado para cada uno. Ni el famoso “tiro imposible” de su amigo y maestro don Paulino Bonilla o la dureza en la cancha del otro baluarte del deporte tabudo, don Juan José Polío, llegaron tan lejos como la visión y la templanza de Sergio Méndez.

De ahí que una revista especializada en el deporte nacional, editada por aquellos días conocida con el nombre de “EVENTOS” dedicara prácticamente un número de su edición al ariete, con fotos acompañadas de sus palabras. Dicha revista, desaparecida hace ya muchísimos años, retrató al goleador con el balón a ras del césped en posición de avanzada y encabezando un pequeño texto en la parte inferior lo siguiente: “SERGIO MÉNDEZ: HOMBRE GOL. Por sobre todo reproche que pudiese recaer en la personalidad futbolística de Sergio Méndez, prevalecerá siempre su carácter ofensivo, su vocación de gol. Y por sobre toda la alcahuetería de los árbitros en la sanción del penal, el ariete del Atlético Marte cobra su verdadera dimensión en el área. Para unos, Sergio Méndez tiene mucho de teatral, para otros la calidad y la medida exacta del prototipo de hombre gol.”

Así era Sergio, “el tabudo” Méndez, como lo llamaba Carlos (Escopeta) Osorio o Raúl (Pato) Alfaro y otros tantos locutores de los tiempos idos…

Todavía yo no abandonaba plenamente mi niñez, cuando alcancé a ver a Sergio echarse uno que otro “masconcito” en la entonces cancha del Remolino ―atrás del INSE― junto a combinados que se formaban con jugadores de El Vencedor, Racing y Remolino, y cómo nos divertíamos por aquellos días, luego, nos íbamos a las calles empolvadas de la ciudad a jugar entre amiguitos… y todos queríamos adelantarnos a los demás diciendo: “¡Yo soy Sergio Méndez…!” Mientras los demás (ni modo) tenían que optar por otro nombre: “¡Bueeeno, yo soy Mon Martínez, pues…!”

Han pasado ya más de treinta años, de aquel momento en que recibimos la noticia del trágico fallecimiento del tabudo más famoso, el amigo, el maestro, el futbolista, el mundialista… Sergio Méndez murió en un accidente de tránsito, cuando viajando en su auto circulaba por esas difíciles curvas conocidas como El Delirio, camino a San Miguel, el día 18 de diciembre de 1976.
Sergio Méndez nos dejó su ejemplo, nació brillando y su brillo aún después de su muerte no se ha podido apagar, porque fue una estrella cuando estuvo en este mundo y ahora más que nunca es una estrella tabuda en el firmamento.
                                                                                                                                                           Atlanta, GA., mayo de 2007.


José Víctor González es colaborador de La piedra encadenada.

sábado, 19 de noviembre de 2016

¿Está Jesús Mondragón?


(Historia)
René Ovidio González

Continuación…

Don Jesús cuenta que una noche, mientras el ejército se mantenía en los alrededores de su vivienda, una columna guerrillera rompió hacia adentro el cerco militar sin ser detectada,  y pasó exactamente por su patio, hizo una maniobra de envolvimiento y atacó al enemigo por la retaguardia. “Balearon a un compa. Lo jodieron bien. Resulta que el compa dejó el fusil y la mochila. En la desesperación de la retirada la mochila se le trabó en los alambres del cerco, y dejó el rastro de sangre por donde pasó. Aquellos se lo echaron al lomo.”

Lipe mañaneó y fue a explorar el lugar de la batalla, ahí encontró la mochila y el fusil, tapó el rastro de sangre, recuperó mochila y fusil y los escondió entre la chácara. A eso de las 9 de la mañana hicieron acto de presencia los militares: “Ojalá no se vayan a la chácara…”

¿Usted sabe algo de una baja que les hicimos anoche a los guerrilleros? ¿No vio rastros de sangre?  ¿Esta propiedad es suya y no sabe nada de lo que pasó anoche?

Lipe sabía, pero los milicos no sabían que él sabía. De haber sabido los milicos que Lipe sabía, quién sabe lo que se hubiera sabido después. “Yo oí el cachimbaceo nomás, pero yo estaba encerrado, qué puercas iba a salir.” Don Jesús refiere que cuando los rebeldes llegaban lo despertaban, le daban un fusil y le soltaban una especie de orden disfrazada de petición, que se quedara vigilando. “Te toca la posta, Lipe. Así que yo agarraba aquel fusil y me paseaba de noche por aquí y por allá, entretanto ellos dormían.” La clave era una ventanita del lado posterior de su casa. Los muchachos tocaban con toques acordados por las partes, inmediatamente la gente de la casa se incorporaba y los atendía en las necesidades de alimentación. A veces venían a designarles tareas. A unos cuantos metros de la casa, contiguo al pozo había una arboleda muy tupida. Ese bosquecito era lugar de descanso para las columnas guerrilleras.

Por el otro lado, cerca del camino vecinal, un naranjal abundante. Don Jesús explica: “Yo presentía el riesgo que corría al dormir adentro de la casa, así que ponía una hamaca entre dos palos de naranja, amarraba una capa negra sobre la hamaca, para la lluvia y ahí dormía, ¡arriba de los palos!, bueno, casi no dormía, pero descansaba.” En esos tiempos, los oídos de don Jesús se aguzaban de tal manera que, según asegura, podía diferenciar en la oquedad de la noche pasos militares de pasos guerrilleros que con frecuencia horadaban el silencio.  

A veces, narra don Jesús, encontraban las chiricas de balas las cananas. Y refiriéndose a los miembros del ejército: “Es que esos babosos eran groseros, sin lástima, dejaban botadas esas chiricas.” Doña Marina, atenta a los detalles que ofrece don Jesús, señalando en dirección a la salida, rumbo al camino vecinal, refuerza lo dicho por Lipe: “Ahí hay varias de esas chiricas enterradas.”

Mire don Chungo, usted sabe donde quedó enterrado Beto, ¿verdad?

“Sí, yo sé. Conozco el lugar. Había pasado casi un año desde la caída del compa. El papá y la mamá de Beto me pidieron acompañarles a buscar sus restos.” Beto el recluta, de los combatientes más perseguidos por el ejército se suicidó, según afirma don Jesús, en un lugar de la hacienda de don Simeón Quintanilla, en el cantón Las Cruces. Tomó la decisión en vista de la inmovilidad inevitable al ser tiroteado en una de sus piernas, tras cubrir heroicamente la retirada de su gente que se vio asediada por fuego enemigo. El calendario marcaba el 20 de agosto de 1985.

Beto y su columna bajaron cumpliendo una misión de seguridad hasta Piedra Ancha, exactamente el día 19 por la tarde, ya oscureciendo.  Volvieron por el cantón El Amate, llegaba la mañana del 20. Pasaron por donde un pequeño hacendado, a quien don Jesús designa con un diminutivo: Alfredito. Uno de los trabajadores de Alfredo, al ver llegar a la gente de Beto y pedir desayuno,  fue quien avisó al batallón Atonal. Alfredo pidió las señas a Beto de dónde descansarían para enviarles el desayuno. El desayuno llegó a tiempo. El soplón se prestó a llevarlo. Sin saber, Alfredito le estaba sirviendo en bandeja la chance de ubicar con exactitud a la columna de Beto, y reportar la ubicación…

“Entre las 7 y las 8 de esa mañana, el gran pijaceo, concentraron el fuego en dirección al grupo que desayunaba. Toda la fusilería. Lo que salvó un poco la situación fue un enorme palo caído, cruzado así y enraizado, que sirvió de parapeto mientras se deslizaban a un pequeño barranco. Ahí quedó el rastro por donde se tiraron. Beto les ordenó que se replegaran, que él cubriría…”

Refiere don Jesús que al darse cuenta, horas después, que se trataba de Beto el recluta, el alto mando militar envió dos helicópteros a la zona. Más de alguno sugiere que ambos aparatos descendieron en las cercanías. Don Jesús fue a inspeccionar, al reconocer que sí era Beto y sentir el zumbido de los helicópteros, se retiró de inmediato. Beto tenía un tiro en la cabeza. Por la tarde volvió al sitio con varios trabajadores suyos y dieron sepultura al guerrero caído. Midió en pasos la distancia de la tumba a un cerco de alambre, para lograr localizarlo posteriormente. Se corrió la noticia que después llegaron los esbirros a sacarlo y que separando la cabeza del cuerpo la llevaron como trofeo. Se piensa que esto roza los linderos de lo mítico. Una singular especie de leyenda surgida de la vox pópulli.

“Entonces yo me fui a tratar de localizar el sitio de la tumba. Con el papá y la mamá de Beto. Conté los pasos al mismo cerco. Escarbamos y fue demás: no lo hallamos, ni las botas ni nada.” Don Jesús recuerda con buen afecto a Isaac Lizama: “De Isaac no tengo detalles de cómo murió. Solo se dijo que entre los mismos, por error. Pero eso fue en el 86, varios meses después de que cayó Beto.” Tampoco sabe de sus restos. “No sé nada, es una deuda que se tiene con sus familiares.”  
                 
¿Te acordás, Lipe, que aquí por este puente, arriba de la cancha, en aquella lomita murió un compa? Osorto se llamaba, y según sé era de Morazán. Acababa de venir de un curso de fuera del país…

Quien pregunta y afirma a la vez es de nuevo René Saravia. Lipe asiente y trata de recordar a los compañeros de aquella estructura de milicias que resistieron, aunque algunos no lograron sobrevivir: “A Guillermo lo bajaron de una camioneta. Guillermo, sí. Era parte de este grupo… Recuerdo a otros, y no sé si todos viven aun, que aportaron al proceso, el profesor Willians Córdova, que en ocasiones subió hasta allá arriba; Evelio y varios más.” Se sabe, aunque don Jesús lo reserva, que también su hija Rubidia Mondragón realizaba tareas específicas: ir a cambiar los dólares que aportaba la solidaridad internacional, o visitar la zona de Tres Calles, en San Agustín, en misiones altamente peligrosas…

Mario Flores, conocido por el seudónimo Luna, también participó dentro de la estructura que giraba alrededor de Lipe. “El caso de Marito, bueno, un valioso elemento, él estuvo poco tiempo con nosotros. En el año 1983, se integró del todo a la guerrilla, anduvo aquí en la zona unos 6 meses. Luego emigró para Morazán. Entró a San Miguel durante la ofensiva del 89. Ahí fue herido en combate. Una lesión en la cabeza. Regresa a Morazán, y al recuperarse le asignan una misión civil… Marito volvió acá ya terminada la guerra.”

Al preguntar a Lipe de regresarse 30 años en el tiempo sabedor de las situaciones que azotan hoy a los salvadoreños si volvería a incorporarse a una lucha similar, él expresa su sentir recurriendo a su libre determinación: 

“A última hora los pasos que se han venido dando desviaron el proceso. No fue para nada lo que esperábamos, no fue lo que estaba pintado. Al partido entró mucha gente con intereses particulares… Yo estaba consciente, el partido fmln tenía que abrirse, pero de eso a querer ocultar que aquí hubo guerra… ¡ya ni cantan las canciones revolucionarias! Hay cosas que no funcionan correctamente. Esas actitudes no traen ningún beneficio al pueblo. De mí, los dirigentes se han olvidado. Yo me salí del partido por dos razones: soy demasiado viejo y ya las cosas no son las mismas. A veces me preguntaba: ¿Qué estoy haciendo aquí? Uno fue perdiendo la credibilidad en los que dirigen, y entonces ellos dijeron con burla: Se nos echó el buey más grande, la mula más grande se nos echó. Yo tenía esperanzas durante la guerra, en el FMLN histórico, pues…”

Así era: los ciudadanos honrados tenían esperanzas. Los politiqueros se encargaron de que esas esperanzas no sobrevivieran.          

Noviembre 4 de 2016.


FMLN: Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, guerrilla histórica salvadoreña.


En la fotografía de portada: don Jesús Mondragón y René Saravia con el escritor de esta historia.
En la otra fotografía: el pozo donde la guerrillera embarazada conversó con los soldados.


sábado, 12 de noviembre de 2016

¿Está Jesús Mondragón?


(Historia)
René Ovidio González

Continuación…

En aquellos terribles días ser miembro de la Unidad Nacional de Trabajadores Salvadoreños  UNTS, era igual que suscribir su propia sentencia de muerte. Don Natividad de Jesús Mondragón era militante de esa organización. Representaba a la ANIS de Esquino Lisco. Conoció ahí a Humberto Centeno, a Julio César Portillo, a Febe Elizabeth Velásquez y a otros sindicalistas. Se reunían de manera clandestina: esperaban un taxi que los llegaba a traer a unas cuadras distantes del local de reuniones. “Se observaban muchos grupos y cooperativas”, dice don Jesús retrocediendo por el túnel del tiempo. Un día, se cansó de esperar: el taxi no apareció. Al intentar acercarse a pie por una calle aledaña supo la verdadera verdad: un verdor verdeaba de verde olivo el paisaje citadino. El ejército sitiaba las instalaciones de la UNTS…

Entonces decidieron trasladar sus reuniones a la Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños FENASTRAS. Y fue ahí en FENASTRAS donde una bomba mató a Febe Elizabeth y a no menos de otros 8 sindicalistas. Lipe no estaba en el lugar. Terminaba octubre de 1989 y la tragedia continuaba.

En noviembre de aquel año 89 don Jesús viajó a Panamá. Iba en representación de los indígenas salvadoreños. Así lo animaba su amigo Esquino Lisco:

Mirá Lipe, en esa reunión de Panamá se va a hablar de la guerra, eso es inevitable, y vos sos el que mejor puede hacerlo, así que te me vas…

Preparó su maleta y se fue. “A los pocos días empiezo a ver por la televisión el cachimbaceo aquí, puta hombre, y yo allá solo viendo aquel pijaceo… Llegó la hora de volver. Tienen tomado el aeropuerto de Comalapa. Destino: Guatemala. ¿Por qué no nos vamos para Honduras? O regresemos y nos quedamos en Nicaragua. Mejor arriesguémonos: volemos a El Salvador. De Guatemala salimos para acá…”

Si tienen valor bajen del avión, porque ahí afuera hay guerra…

“En Panamá antes de salir  dimos una conferencia de prensa, yo tuve que hablar de lo que ocurría aquí, la ofensiva guerrillera… Querían señas de lo que estaba pasando… No jodan, el pijaceo, los compas peleando contra los opresores… Nos bajamos del avión. La guerrilla controlaba el aeropuerto. Salimos a buscar transporte. Nada. O casi nada. Solo un pickup…”

Yo los llevo hasta donde pueda o me dejen llegar. Si les parece el trato…

“Tuve que andar a pie desde San Marcos Lempa hasta Jiquilisco. A Usulután llegué en un carrito que se aventuró a venir desde Jiquilisco. Al fin llegué a Santa Elena. Ese día encontré a Jeremías en mi casa, me mandó a comprar las botas y las baterías que ya se sabe, fue cuando cubrí la cesta de lo comprado con matas de yuca que corté de aquel yucal, porque Ángel me avisó a tiempo que no caminara más y que no llegara a la casa porque aquí me esperaban los soldados.”

Doña Marina Romero, esposa de don Jesús, refiere que en cierta ocasión, inesperadamente observó que un soldado se dirigía a su vivienda. El soldado se sentó muy cerca, y así sentado preguntó si había más gente en la casa, si estaba su esposo…

¿Y cómo van las cosas por aquí?

Don Jesús no estaba y ella tuvo que ingeniárselas para salir del paso, explicó al militar lo difícil del vivir en medio de la guerra y justificó la ausencia de su marido. El soldado pidió comida para él y su tropa. Un tanto incrédulo escuchó decir a doña Marina que les daría con gusto, “pues en esta casa la comida no se le niega a nadie… ¿Ni a los guerrilleros?... Ni a ellos, porque también tienen derecho a comer.”

Este viejo caitudo ha de tener pisto, hacendado ha de ser…

Mientras Lipe escuchaba con ojos vendados esta frase despectiva,  afuera se gestionaba para liberarlo, a él, a Yildari y a otros de los secuestrados por el batallón Atonal. Blanca Lidia Mondragón, hija de don Jesús, coordinaba esfuerzos con Adrián Esquino Lisco y con entidades defensoras de derechos humanos, ofrecía en San Salvador una conferencia de prensa en la que daba detalles de los atropellos. La lucha fructificó: los prisioneros fueron liberados. 



 ¿Y Jesús Mondragón, quién es?

Llegaron cuatro hombres armados vestidos de civil a casa de don Jesús. El mozo que  trabajaba con él lo señaló y les dijo quién era Jesús Mondragón. Para ese tiempo se ocupaban en destusar maíz. Se aproximaron apuntándole con las armas de grueso calibre que traían:

Somos de la guerrilla, va a entregar las armas que guarda aquí…

“No sé de qué me están hablando…” Así fue su respuesta.  Aunque la verdad era que Lipe tenía un arma. Pero el arma en mención estaba enterrada. Era una pistola calibre 38 ya matriculada. Los impostores llevaron a don Jesús a que desenterrara la susodicha pistola, cuando Lipe comenzó a escarbar, oyó que uno de los intrusos se dirigía a otro del grupo: “Ponete vos a escarbar, y cabal me apartó y escarbó, ahí encontró la pistola, pero sin tiros… ¿Y los tiros?... Ahí los tengo. Se los entregué. Que se los pone, y que la animala no dispara. Y la avienta por allá…”

Esta mierda no sirve…

“Qué lamentable que no sirviera la 38, pero las otras armas, los fusiles M-16 que estaban metidos en el volcán de tusas bien cerquita, sí que servían…” Lipe ríe a carcajadas. Los fusiles se los habían traído los verdaderos guerrilleros un día antes. Uno de los individuos no dejó de apuntarle en ningún momento y, según cuenta don Jesús,  todos se veían así, medio nerviosos…

“Por allá había un palo de quina, teníamos un lote de carabinas y escopetas cuando se da un combate por todo esto, y nosotros muy pendientes. Después de ese chipustiado, escarbamos en medio de las matas de chácara, ahí hicimos varios entierros. En cajas de madera, así las enterrábamos, si parecía que enterrábamos a un muerto, y después, aquel sandial bien hermoso, arrastrábamos las matas de sandías, todas las guías y se las tirábamos encima, ni señas se veían.”

Es que con esas carabinas empezamos, ¿te acordás Lipe?, después de gustosos pedimos que nos mandaran los M-16, y rápido vinieron.

Quien hace tal aseveración es René Saravia, de seudónimo Yildari. “Sí hombre, René, en esos días, fueron los comienzos de este bolado, me acuerdo que le preguntaban a una viejita si había ido a ver a los guerrilleros y la viejita contestaba que sí, conque hasta toqué a uno…” Carcajadas de don Jesús. Risas de los demás. Lipe asegura que uno de los primeros en visitar y explorar el  cerro El Tigre y alrededores fue Roberto patojo, pero también afirma que ya antes se conocía de un asiento guerrillero en la zona, al parecer de una organización distinta a la que lo había ingresado a sus filas…

Recuerda que entre los mandos rebeldes que él conoció están Isaac Lizama o Froilán,  Heriberto Coreas o Beto el recluta, mencionado a veces con el seudónimo Jorge; recuerda a Róger Blandino Nerio, alias Jeremías. También cita a Elmer, de quien no conoció el nombre legal. “Hasta después supe que me habían tomado en cuenta como parte del ERP.”

Un día de tantos, Froilán apareció con una preocupación pintada en su rostro. Conversó con don Jesús:

Lipe, a vos te cae el pencazo. A vos te toca. Ahí ve cómo te las arreglás…

“Cabal, hombre, por la noche me traían a una mujer panzona ya para tener el cipote. Unos diítas después el ejército que llega. Le explico  a Marina: que la muchacha se vaya al pozo y dale esto y lo otro. Marina le dio un rollo de trapos y la mandó a lavar… Y que llegan los soldados, y que van al pozo, y que se ponen a platicar con ella…” Pero la joven no daba la cara, decía que don Jesús y doña Marina eran sus padrinos, y que venía de Santa María.

Continuará…

ERP: Ejército Revolucionario del Pueblo.

En la fotografía de portada: don Jesús y su esposa Marina Romero.
En la otra fotografía: don Jesús y su hija Blanca Lidia Mondragón.




sábado, 5 de noviembre de 2016

¿Está Jesús Mondragón?


(Historia)
René Ovidio González

¿Está Jesús Mondragón?

Un soldado del batallón Atonal indagaba al respecto. El esbirro dio marcha atrás sin obtener respuesta satisfactoria. Su tropa esperaba al acecho en los alrededores de la vivienda campesina de don Chungo o Lipe, tal se le conocía a don Natividad de Jesús Mondragón en las filas guerrilleras. Eran los inicios de aquellos trágicos años 80, y la escena ocurría en el cantón Las Cruces, a pocos kilómetros al noreste de Santa Elena, cerca de la carretera que conduce hacia la ciudad de Jucuapa.

“Le entramos de lleno al proceso”, cuenta satisfecho don Jesús, a sus ochenta y tantos años de edad. Y ríe a carcajadas: “yo ya era un viejo, un hombre macizo.” Un día recibió una visita que marcó su vida para siempre. Llegaron unos muchachos a contarle historias de rebeldías y de insurrecciones. A uno de los visitantes lo recuerda solo por un nombre: “Los que vinieron primeramente fueron Chabelo y, ¿quién era el otro?… corría  el año 1980, si no me equivoco.” Y él, don Chungo,  tenía ya lista la respuesta en la punta de su lengua: “Si ese bolado es así como dicen ustedes, ahí voy.”

Todos sus vecinos consideraban a don Jesús Mondragón como un líder de la comunidad. Y él aceptaba sin ínfulas su condición de cacique. Antes, refiere sin ningún complejo de culpa, fue simpatizante de Napoleón Duarte. “Aficionado al duartismo”, aclara, pues jamás fue militante activo. Inclusive ejerció de Jefe de Comisión, es decir, comandante cantonal. “A mí me gustaba el militarismo. En mi juventud, pues, y yo tenía carnet de patrullero, ese carnet me daba ventajas frente a la autoridad…”

Con paciencia, y con la labor de René Antonio Saravia, de seudónimo Yildari, fueron atrayendo e incorporando al proceso a varios jóvenes del lugar. Pero… (Siempre surgen los peros) “Cuando empezaron los militares a matar gente, casi todos se desinflaron… De allá nos mandan a decir que teníamos que ir,  un grupo de los de aquí, a San Felipe, y estos no quisieron ir, se ahuevaron.” Don Chungo entonces tomó la decisión. Partió a San Felipe, en Jucuarán, junto a René Saravia.

Al verlo en San Felipe, Heriberto Coreas llamado Beto el recluta con expresión de asombro le dijo:

¡Maistro! ¿Aquí anda usted?

Sí, ahí andaba don Jesús, o Felipe. Ni Isaac Lizama ni Heriberto Coreas sabían de su militancia. Estos son solo trozos de su emocionante historia: “En Jucuarán me daban un fusil G-3 para entrenarme… y esa babosada pesa… nos ensayábamos con el fusil, para hallarle el modo.” Una vez Beto el recluta lo llamó aparte:

Lipe, vamos a visitar la hacienda El Congo, antes de que la gente se vaya, para hablarles de esta guerra, y usted va a ser el de la charla, siendo campesino podrán entenderle…

Lipe agarró su mochila, y salieron. Antes de llegar a un puente que habían de cruzar vio que venían tres individuos: “Fulano, zutano y mengano… Manuel y Luis eran dos de ellos… me reconocieron… Se nos han perdido unos animales y los andamos buscando… Bueno, después tuve que hablar con aquellos amigos, porque los otros compas querían advertirles, no, les dije, yo mismo hablaré con ellos. Y así fue. Me prometieron que no dirían nada, que me fuera sin cuidado, que ellos no habían visto a nadie…”

Don Jesús, no camine más, no llegue a su casa, allá lo están esperando los soldados.

Era Ángel, su yerno, el que lo prevenía cerca de La Charcona. Polo había salido por otro rumbo en una motocicleta a llevarle la misma noticia. Esa vez andaba trayendo un encargo del comandante Jeremías, alias de Róger Blandino Nerio. “Compro las botas y las baterías en Usulután, compro todo lo que me encargó Jeremías, y cuando me apeo de la camioneta en Santa Elena los compas ya se habían ido, ¡y hervía de uniformados!... El primer retén en la ANDA me dejó pasar, y yo con aquella cesta a la espalda…”

Don Jesús vio que cerca de la carretera había un yucal, cortó matas de yuca y cubrió la cesta. Encargó a Ángel que avisara a los compas dónde quedaba la cesta y huyó con Polo en la motocicleta. “Esa noche la fui a pasar a un hospedaje.” Lipe ríe al recordar tales percances. “Pero nosotros seguíamos trabajando: las tareas a veces eran difíciles y peligrosas, como esa vez había otras que me mandaban a comprar materiales…”

En el año 1986, la seguridad de don Jesús corría peligro inminente. Por las noches hormigueaba su patio y su casa  de combatientes guerrilleros. En una de esas noches, mientras el ejército rodeaba su vivienda, una columna guerrillera rompió hacia adentro el cerco militar sin ser detectada,  y pasó exactamente por su patio, hizo una maniobra de envolvimiento y atacó al enemigo por la retaguardia. Quizás por situaciones semejantes, en cierta ocasión, desde cerro El Tigre Jeremías le envió un mensaje:

Lipe, venite del todo con tu gente, porque ustedes ya van a caer, ya los andan taloneados.

Ese año 86, precisamente, don Jesús Mondragón fue capturado por el batallón Atonal. Al mismo tiempo capturaban a René Saravia o Yildari cerca de la farmacia Santa Elena. Yildari había estado en el parque de la ciudad avistando la presencia o movimiento de milicos. La comandancia del ejército estaba en la esquina contigua al lado sur del parque, sobre la calle a barrio El Calvario. Al replegarse y caminar varias cuadras buscando la salida, dos soldados del batallón mencionado lo abordaron desde distintas direcciones. No hubo escape. Martínez o Saravia, era el mismo de la lista.


Lipe y Yildari fueron conducidos a la comandancia local. Ninguno sabía del secuestro del otro, pues las horas no coincidían. Lleváronles vendados al cuartel del batallón Atonal. Luego les trasladaron a la sexta brigada de infantería, siempre vendados. Don Jesús venía esa vez con los bueyes, de arar. El soldado llegó con el mensaje de su oficial:

Mi jefe quiere hablar con usted, está allá por la carretera.

Y se lo llevó. “Esa vez que me llevaron no dejó de llover en toda la noche, aquellas láminas tronaban por el huracán…” Ambos prisioneros fueron torturados físicamente: “Me ponían boca abajo y se paraban en mí, brincaban, me pateaban y después boca arriba y lo mismo.” Eso recuerda don Jesús…También usaban con los secuestrados la tortura sicológica. Eran especialistas en ello, para eso los enviaban a adiestrarse al país del norte…

¡Ya va a venir el que mata!

“Tuvimos suerte, tuvimos mucha suerte pues no nos mataron…” Eso lo dice don Jesús mirando a su camarada René Saravia. Y tras asegurar que fueron capturas arbitrarias, es decir secuestros, lucha por recordar más detalles: “¿Fueron cinco o cuántos días, René?”  

Yo no creo que este señor ande en esas babosadas…

Así comentaba un soldado en voz baja al ver a don Jesús tan íngrimo y tan inerme como él se veía. Y otro militar se expresaba al verle con caites y no con zapatos:

Este viejo caitudo ha de tener pisto, hacendado ha de ser…

Parte de la identidad de don Jesús eran sus caites que usaba en los afanes agrícolas, y su matlatl o matata que nunca le faltaba. Una herencia de antepasados originarios de estas tierras. Tal vez por eso trabó amistad con Adrián Esquino Lisco, dirigente de la Asociación Nacional de Indígenas Salvadoreños ANIS, siendo don Jesús afiliado al tal gremio. Esquino Lisco estuvo en más de una ocasión en casa de Lipe, en dos de esas ocasiones Jeremías pudo bajar a conversar con el líder aborigen.

Continuará...


ANDA: Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados.

En la fotografía de portada: don Natividad de Jesús Mondragón, Lipe.
En la otra fotografía: don Jesús Mondragón y René Saravia, Yildari.



jueves, 1 de septiembre de 2016

Le decían Chael



                           

     (Historia)

      René Ovidio González

  Continuación...
      En la noche que fue asesinado, Fredis y Víctor vieron a Chael. Andaba en el culto al dios Baco. Pensábamos después en otra posibilidad, en otro actor en el trágico desenlace. Un vecino del barrio con suficiente crédito y talento para despachar prójimos al más allá. Pero… 
        Fredis explica: 
     Yo también pensaba en eso cuando se dijo que Chael había salido del Marañones, pero dice Víctor que él vio a Chael como a las 8 o 9 ya borracho en la esquina del billar (por donde los Lizama), y yo creo que lo vi también desde la esquina de la viuda…
     Se rumoraba que las ancianas habían declarado pero no creo mucho (la gente no hablaba de esas cosas por miedo). Don Jacobo hizo el reconocimiento porque era el juez de turno y por ende también efectuó indagaciones al respecto llegando a la conclusión de que fue ese que mencionan que fue, porque según a él lo vieron que lo llevaba junto con otro al que no reconocieron.
      Refieren que gritaba “No me matés Pedro”, pero ni Fredis ni yo lo creemos verídico. Esa frase, difundida con insistencia, persigue un propósito: verter en el mar de las conjeturas los hechos, despistar, voltear nuestras miradas, hacer que pasemos inadvertidos a los sujetos a quienes se debe enfocar. 
        Fredis, lo expresa así:
     Que Chael decía “No me matés Pedro”... no lo creo, porque conocí la serenidad de Chael y el valor que tenía (a menos que por andar embriagado)... Te digo que conocí su serenidad en cierta ocasión que estando yo frente a la casa llegó Gonzalo y me preguntó por él y cuando le expliqué que no estaba me dijo: “Decile que manda decir Pacheco que hoy en la noche va haber cateo en las casas y que busque la manera de irse… Decile que Pacheco y un grupo nos vamos para un terreno allá por La Guasa y vamos a estar armados por si acaso... otro grupo se va para allá por donde los Bonilla”... 
     El caso es que mi mamá estaba al tanto de que llegó el bicho a buscar a Chael y tuve que decirles, mi papá se enojó mucho y cuando aquel llegó lo regañó y le dijo que lo llevaría para Analco a que durmiera allá… Yo les dije que no me quedaba porque si me hallaban a mí solo de varón y al no encontrar a quien buscaban me la iba a soplar... Ya estando donde la abuela, Chael salió al patio (no recuerdo si me llamó o yo me fui detrás), el caso es que me dijo: “Yo me voy a ir, y en la mañana si alguien pregunta le decís que acabo de salir”. Le pregunté si iba para La Guasa y me dijo: “No, voy para donde los Bonilla”...
     Eran tiempos de organización popular. El país estaba en la situación de un volcán en erupción y cinco organizaciones en rebeldía se disputaban la militancia latente. La conspiración era un hervidero por el rumbo que se viera. En la ciudad y en el campo los jóvenes tomaban sus propias decisiones. Y el enemigo no dormía. 
       Refiriéndose al susodicho Fredis me explica:
      La vez que yo lo vi... entré como de costumbre y el señor se me atravesaba en el camino para que yo no pasara la puerta hacia la otra casa, pero pasé y me encontré con la señora que también trató de impedir que entrara pero yo alcancé a ver al susodicho en la puerta y él le hizo señas que me dejara pasar... habían otros dos bien dormidos... cuando entramos a platicar sobre el tema trató de darme paja: dijo que eran tres que habían participado en la muerte de Chael, mencionó a dos de El Rebalse. Un guardia… y otro. Dijo que a esos dos ya los había matado con sus propias manos y que solo faltaba Pedro (De allí puede provenir esa versión, ellos la habrán inventado porque en ese tiempo no habían muerto guardias de El Rebalse, obviamente estaba mintiendo). Prosiguió diciéndome que el enano (Chael) no lo dejaba descansar en la montaña, que cuando estaba durmiendo soñaba que le decía: “Levantate jodido” y que le puyaba las costillas... Fue cuando yo le dije viéndolo de frente a los ojos (él con la Mp5, o Uzi no sé, terciada): “Es que la conciencia es jodida...” Se puso incómodo y serio y me preguntó: ¿Por qué decís eso?... Le dije: “No, nomás porque como ustedes eran grandes amigos y siempre andaban juntos para todos lados y casualmente esa noche vos no andabas con él... ¿o me equivoco?... Imagino que la conciencia te ha de reclamar...” No recuerdo qué dijo después, pero me despedí diciendo: “Ha sido un gusto, cuidate y cuidá a tus compas no te los vayan a matar...” Di la vuelta y me fui sin volver la vista...
     Hay un hecho bien curioso que sucedió cuando yo estaba limpiando a Chael (se lo comenté a Víctor). Ya lo había limpiado completamente de la sangre de la cabeza y el cuello que por cierto ya la tenía seca, ya no sangraba (científicamente postmorten ya no se sangra porque el corazón ya no bombea y Chael ya estaba rígido) cuando entró Lupa y dijo: ¡Ahí viene el (susodicho)...! Y yo le pregunté: ¿Y qué tiene que venir a hacer el (susodicho) aquí? ¡Díganle que se vaya!... Me contestó: ¡Pues como eran grandes amigos!... Le dije: ¡Con amigos así para qué tener enemigos!... Y Chael comenzó a sangrar del oído... Lo limpié y salí a la puerta, el susodicho estaba en la esquina y nada más me vio se pegó la huida... Supuse que algo no andaba bien y en ese momento no reparé en el sangrado de Chael hasta que hace poco leí algo al respecto en un libro de Helena P. Blavasky…
     Se me olvidaba… no sé si Víctor te ha contado que él vio a Chael poco después de muerto, allá por la orilla de la quebrada... No les quiso decir a los viejitos por no asustarlos, solo les dijo que había visto algo por ahí y el viejito salió con el machete y la lámpara pero ya no vio nada.
       A muchos años de distancia yo intento rescatar los pedazos de recuerdos de las cenizas todavía calientes de mi desmemoria:
     Aquella vez volví a Santa Rosa el sábado porque allá se iniciaban las fiestas, había baile y mi idea era asistir a ese baile. Al final solo anduve rondando por ahí y no entré. Un compañero andaba bebiendo y se resistía a dejar aquel molote, aunque yo no bebía lo acompañé hasta que regresamos a donde vivíamos, porque alquilábamos entre él y yo un mismo cuarto. De repente, y a pesar de las vacaciones y que pensaba quedarme, decidí regresar. Nadie me avisó. Madrugué el siguiente día más de lo acostumbrado, pero fue sin saber. Cuando iba entrando a barrio Los Remedios, en la vuelta que daban los buses por la 2a. calle oriente, buscando “el punto” que era por El Río, frente al palomar, Juan José, el vendedor de periódicos, me iba a hacer una pregunta, y se detuvo, “Ah, si vos no sabés”, se disculpó. “¿No sé, qué?”, le pregunté. Y entonces él me lo dijo. Era domingo y la fecha se grabó para siempre en los resquicios de la memoria…
      A Chael lo enterramos el mismo domingo por la tarde. Al amanecer del lunes, estando nosotros en la puerta de la casa, desolados por lo acontecido la víspera, vimos asomar a Manuel chiquitín, quien con su corvo colgado y su brincadito al andar se acercó mostrando signos de nerviosismo. Con sus grandes ojos tornados bien abiertos nos ofreció en bandeja la novedad: “Hay otro muerto en la canchita, es Yoni, un cipote de pelo chele”. Al decir “otro muerto”, nos quería expresar: “aparte del de ustedes, de ayer”. En el mismo suceso había resultado baleado Oscar Aparicio, azúcar. El motivo de querer eliminar a azúcar sería tal vez porque este había estado comentando algo durante el entierro de Chael. 
     Al preguntarle a un amigo quién cree fue el asesino de Chael, dice: “Sí, él fue quien mató a Chaelito, si lo vieron cuando lo arrastró”. Se refiere al cuñado que reclutó al infiltrado…Y ciertamente, el cuñado también es acreedor de fuertes sospechas. Otro intenta evadir la respuesta aunque la sugiere con algún disimulo: ... “¿Quién mató a Chael?... no creo que no sepás, pero de nada sirve que te diga porque ese ya está lejos...” Ya el cuñado del susodicho se había ido. No especificó pero dijo: “Ese que mencionan fue”.
     En realidad, ateniéndose a sus indagaciones, Víctor asegura fueron cuatro individuos que participaron. Quienes vieron cuando lo llevaban reconocieron a tres. Al otro no lograron identificarlo. Víctor cuenta que un amigo suyo en Houston le refirió que conversando con un paisano frente a su casa de barrio Analco, casi al anochecer, se fijaron que cerca estaba un borracho fondeado. El paisano le dijo: “Ese baboso no debería estar dormido ahí, porque ese fue el que mató a Chael”. Era un individuo del cantón Joya Ancha. Se supo después que capturado por la guardia sufrió torturas, aunque se ignora el motivo. Su hijo del mismo nombre huyó y ahora vive en el norte. Víctor me sugiere cinco nombres entre los que pueden estar los cuatro implicados. Incluye al susodicho y a su cuñado, al fondeado de Joya Ancha, al guardia nacional que se dio a la tarea de asesinar personas en la ciudad, hasta que topó, y a un individuo de quien no daré señas.
     El “otro muerto” del que informó chiquitín había estado en la vela de Chael, yo lo vi llegar. Me refiero a la vela de día... En “El cuerpo”, es decir, cuando estaba tendido el difunto. Yoni llegó, pienso que era aún en la mañana, y si no me equivoco lloró y dijo algo que no alcancé a percibir o quizás no lo recuerdo. De seguro que lo que dijo fue su condena... Eran tiempos complejos. Tiempos dolorosos en los que la impunidad se enseñoreaba a ráfagas de terror, a latigazos de sangre y de tragedia. 



Agradecimientos: 
A mis hermanos Fredis y Víctor. A Fredis por los detalles y porque sin sus investigaciones no me hubiera sido posible escribir. A Víctor por sus aportes contundentes a este proceso de búsqueda de la verdad.
A los amigos que han contribuido con sus testimonios y que han confiado sus saberes, sus vicisitudes y sus angustias.