viernes, 20 de diciembre de 2019

Apuntes sobre Los Tabales de san Benito


René Ovidio González

Las Tenanzas eran ceremonias con bailes que se realizaban en distintos barrios de la ciudad, en el mes de diciembre todos los años, hasta el día 25. Eran dedicadas a la imagen de san Benito de Palermo, imagen traída a propósito desde el vecino pueblo de Ereguayquín. Bailaban en esas Tenanzas: Leonor Bran, Dominguito Polío, Teresa Alegría (la partera por antonomasia, la más solicitada en el municipio por su eficiencia, con su característico puro en la boca y su peineta de carey en el cabello), Aminta Cortez, y Lucía Ramírez, mujer entusiasta conocida popularmente como La Prima Lucía.

Las Tenanzas eran asignadas a personas en particular, o a familias conocidas. Entre aquellas se puede mencionar a Rosa Flores, María de Jesús Arévalo en casa que era de la señora Blanca Penado, Mercedes Ramírez, Toña López, Agustín Barrera, y Aminta Cortez, quien a su vez, como ya fue expresado, bailaba Los Tabales del santo de Palermo.

Había personas que cantaban las coplas dedicadas al santo, entre ellas se ha de recordar a la señora Francisca Aparicio. Estas son algunas coplas cantadas:
                        
                         “Ya salió la que quería,
                        Estaba que se lambía.
                         Meneá tu culito
                         Que es de palito.
                         Meneá tu cadera
                         Que es de madera.
                         San Benito es mi hermanito
                         Yo no lo quiero
                         Porque es muy negrito…”

Sin importar la discriminación, o si se quiere el prejuicio racial, la coplera seguía cantando con fervor, entre lo religioso de la tradición y lo pagano o picaresco del drama ejecutado:
                         
                          “Agua dulce es la que luce
                          Aguardiente pide la gente.
                          Secos estamos, agua queremos,
                          Si la compramos la beberemos…
                          ¡Ay!, que se quema la casa ajena.
                          ¡Ay!, que se abrasa toda la casa…”

En los años que yo recuerdo ¡carajo!, cómo cambia todo el conjunto que amenizaba estas pachangas olorosas a pueblo era el grupo musical del cantón El Amate “Los Guerreros”. Su nombre oficial era “Alma Guerreros”, lo de “Guerreros” sería por el apelativo de la mayoría de sus integrantes. Dirigiéndolos: don Carlos y don Atilio. Entre estallidos de cohetes, canciones y aplausos, las gentes que se animaban…
      
Los otros bailadores, con ropa limpia, almidonada, y con sus machetes envainados dispuestos a cualquier eventualidad, disfrutaban del baile al calor de unas copas, ¡qué digo!: con su pacha de guaro macho entre pecho y espalda, para no perder la sintonía con sus ancestros y para que san Benito supiera que, en su honor, andaban alegres.
                                                                                                                         Usulután, abril de 1989.


viernes, 6 de diciembre de 2019

Los que se arrastran


(Cuento)

René Ovidio González
         
Cuando saltó sin meditarlo sobre aquella inocente mariposilla de noche, de esas que revolotean cerca de las lámparas encendidas, a las que en otros tiempos llamábanles papalotas, no supo explicarse tal conducta, un suceso intempestivo; lo sintió como un desborde de instintos hasta ahora desconocidos y por completo irregulares en su vida de hombre cultivado en el bien y para el bien.
Le sorprendió la sapiencia de felino y la seguridad con que lo hizo. Aparte de la estrategia y calidad de sus desplazamientos previos. Eran habilidades inverosímiles. En principio creyó que vomitaría de inmediato aquel asqueroso bocado. Para su sorpresa aquella suave comida todavía tibiecita y palpitante sabía a gloria, tenía no atinaba qué de ricura, un sabor de galletica salada con atún, o sabor de esos pasteles de cumpleaños, con sus adornos y aderezos. Pensaba que debía, por imperativo del hambre que empezaba a contorsionar los músculos interiores de su estómago, seguir aquella tarea vital, para ello enderezó su mirada en dirección al cercano horizonte, a escasa distancia del ya débil resplandor de la lámpara aledaña donde minutos antes emboscara a la desprevenida pero sabrosa presa, y vaya׃ eran cientos de papalotas blancas, casi una nube de ellas merodeando allí.

Entonces creyó poder gritar que su porvenir sería halagüeño, que no pasaría hambre jamás, pero se contuvo y repensó su idea; no debía gritar, espantaría a sus nutritivas víctimas. Y sin querer, pues no supo de dónde, le salió un graznido seco, similar al de algunas aves salvajes. El chirrido se repitió dos o tres veces. Sintió un entusiasmo sórdido, una alegría egoísta pero reconfortante; y volvió a emitir el graznido agorero de pájaro en vías de extinción. O mejor: extinto, pues su canto poseía un eco peculiar, sonaba a escenarios antediluvianos. Olía a dinosaurio, a lagartija con alas…

Las mariposillas se asustaron armando un desparpajo, alborotándose. Entonces él se solazó recordando a su maestra de gramática en la secundaria, en tiempos idos para siempre, quien le hacía repetir la frase a manera de estribillo: del plato a la boca el mono bota la sopa…

Avanzó agazapado, por lo menos él así quiso suponerlo. Experimentó de pronto una incomodidad hasta ese momento inadvertida, al tiempo que movía sus labios intentando articular algunas palabras, sin alcanzar a emitir sonido׃ esto va a ser pan comido…

La causa de la incomodidad no podía discernirla, fue imposible, la percibía, la presentía, la sospechaba en los pliegues de su cuerpo, en sus extremidades con las que palpaba la superficie sobre la que se arrastraba, en el frescor del amanecer bajo su barriga; en el deseo frenético de devorar a aquellas inocentes y torpes criaturas voladoras, en el recuerdo novedoso de gordas moscas azules envueltas en su saliva espesa, o en la terneza que le inspiraban las mínimas arañas domésticas a las que sorprendería por incautas; pero nada evitaba sus ágiles movimientos. Era sin duda que su columna vertebral se prolongaba sin explicación alguna por atrás de sus muslos y sus piernas. Deseaba voltear su cara y algo se lo impedía. Logró ver la piel de sus brazos, de sus manos y le pareció frágil y casi transparente. Se quedó pasmado al percatarse de la facilidad con que avanzaba por aquella inimaginada y gigantesca pared…

Él, a quien tanto temor inspiraban las alturas, se paseaba de maravillas por las sucias paredes, por las vigas de hierro que sostenían el tejado, por el poliducto en cuyo interior estaban los cables de la energía eléctrica, bajo los cuadros con fotografías familiares a sus ojos, entre otras la suya, cuando los años mozos brillaban en su sonrisa; reparó entonces en la intensa similitud de sus facciones con las de su progenitor y se dijo, razonando con un orgullo mezquino, con un aplomo presuntuoso׃ hijo de tigre sale rayado…

A lo lejos, bien abajo, divisó su cama, la vio más grande que de costumbre, remedaba en forma y tamaño a una cancha de fútbol. En la mesita de la par pudo adivinar el montón de libros puestos en desorden, a medida los iba leyendo. Uno de ellos, el de encima, abierto en la página de inicio de capítulo con el título en grandes letras negras: Tierra de reptiles.

Recordó cómo minutos atrás, deslumbrado por la claridad solar, despertó en su cama sorprendido por un raro sentimiento, por una novedad insólita, por un abandono que penetraba lo profundo de su ser. Él, hombre cultivado en el bien y para el bien, experimentaba un prurito insolente, un rechazo a la combinación de su razón de ser con aquella luz invasora, abusiva, violenta. Se deslizó pues, despacio, sin urgencias, por los dobleces de las sábanas. Iba boca abajo y por primera vez reparó en miles de diminutas estructuras que facilitaban su desplazamiento, colocadas en los dedos de sus manos y en los otros dedos también, los de sus pies. Confundido siguió hasta el borde, temió caer al vacío y comprobó luego la sobriedad con que bajó al piso, para eso le servirían en adelante las microscópicas estructuras de sus pies y manos: estaba dotado igual que los gecos, de ventosas…

Levantó la vista con intención de poner las cortinas en aquella claraboya, para evitar la luminosidad matinal alojada en la habitación. Se preguntaba quién sería el necio que puso esa ventana a demasiada altura. Subió hasta allá sin ninguna dificultad, ayudado por los miles de laminillas pegajosas en sus extremidades. Pudo ver en panorámica la calle con algunas gentes que circulaban por ella. Miró pasar vehículos. Cruzó el vendedor de leche con su pregón matutino. Los chicos voceadores anunciaban la edición extra de un periódico campeón en mala reputación: “¡Extra! ¡Extra! ¡Nos invaden los reptiles!” Un mendigo se acercó con sus harapos por el andén allende la verja y espió al interior por entre los espacios de los cristales semiabiertos. A pesar de que él estaba ahí, vivo y coleando, el mendigo hizo un gesto de ¡vaya, por aquí no hay nadie! Aquel gesto hirió su amor propio y se disponía a tapar la ventana cuando descubrió que las cortinas tenían dimensiones extraordinarias…

Su esposa irrumpió en la habitación llamándolo por su nombre, buscándolo donde no hacía un par de horas lo dejara dormido. Se retiró alarmada de no hallarlo, y más que eso: desilusionada de haberlo dejado marchar al trabajo sin siquiera ofrecerle el desayuno.

Fue cuando transformado en uno de esos animalillos escamosos, sin darse cuenta a plenitud de los cambios en su cabeza y su cuerpo entero, integrado sin remedio a la familia de los gecónidos, pariente ya de las salamanquesas, el hombre, nacido en el bien y para el bien, saltó sin meditarlo sobre aquella inocente mariposilla de noche, de esas que revolotean cerca de las lámparas encendidas, a las que en otros tiempos llamábanles papalotas…


Cuento publicado en enero de 2017 en la Antología Internacional «Tinta, palabra y papel». Editorial La Hora del Cuento, Argentina. En el libro aparecen obras de 43 escritores de todo el Planeta. 


viernes, 22 de noviembre de 2019

José Víctor González: Anecdotario clásico


(Fragmentos)

Hemos entrado ya en el mes de noviembre, muy pronto será la fecha de mi cumpleaños, lo cual me da siempre la magnífica oportunidad de reflexionar acerca del tiempo pasado.

Lógicamente, el tiempo pasa incesante y en su devenir, va transformando Ciudades, sus costumbres y físicamente también nosotros vamos cambiando.

Quiero aprovechar este espacio para mencionar algunas costumbres y tradiciones practicadas por nosotros desde tiempos ancestrales de la mejor manera que me sea posible:

Ir al Teatro

En una casa situada frente a la fuente antigua, existió a mediados de siglo, un lugar que se conoció como Teatro Fiallos, era una de las pocas diversiones que la juventud de aquella época tenía, para solaz o para “noviar” también. Hoy gran presentación, decían los anuncios, “La tercera palabra” Con Pedro Infante y Marga López, “Pepe el toro” Con Pedro Infante y Chachita, o alguna de Viruta y Capulina o Germán Valdez (Tin Tan) que por esa época estaban de moda, cuando dicho local cesó su actividad, fue sustituido por la exhibición de películas al aire libre en el Parque Central, y aunque el Cine no era mudo, ni se necesitaba a Rodolfo Valentino ni a la famosa Gatita Blanca de los tiempos idos, nos divertíamos mucho con las películas que ahí se proyectaban en una pantalla rudimentaria: Una sábana bien templada amarrada a dos palos debidamente distanciados ubicados frente a la tienda “La palmera” de Don Fidel Ayala… a veces la pared sur del templo Parroquial también era utilizada para el mismo fin. VENGA Y DIVIÉRTASE…! Decía el carro anunciador… Hoy a las seis de la tarde “Santo el enmascarado de plata contra las momias de Guanajuato”… o de igual manera: “Santo y Blue Demon contra los muertos vivientes”, alguna de Tony Aguilar y Flor Silvestre, Mauricio Garcés y Julissa, Resortes, Clavillazo o Cantinflas…

Bailar pegados

Aunque este es el título de una canción, quiero referirme al hecho concreto de la costumbre antigua de bailar pegado, y no como ahora que nadie sabe “con quién” está bailando, antes las parejas bailaban en “cuatro ladrillos”, bailar con música de cuerdas con los Conjuntos del Pueblo que amenizaban los tabales de San Benito era una delicia, o sentarse a oír música de Los Vikings de Usulután, el grupo Indio, Los Apaches, Los Christian de Santa Ana, Hielo Ardiente, El grupo San Miguel, Uh, la la… era divino… Sin embargo, si alguien prefería algo más movidito, para eso estaban las orquestas de moda: Los Palaviccini, Internacional Polío, Chucho Tovar Flores, en fin, había para todos los gustos… ni por asomo se conocía el moderno Reggaetón.

Ir al Mollejón

En esa esquina del barrio Los Remedios, que antiguamente se conoció como “La Brigada”, donde funcionaban las Caridades Católicas y se proveía de alimentos a familias pobres, noche a noche se reunía un grupo de distinguidos Caballeros de las casas aledañas a platicar de diversos temas, pero especialmente de la política nacional, ahí se “arreglaban” en una conversación de dos horas “todos” los problemas del pueblo, del departamento, del país, y si el tiempo lo permitía, del mundo entero, la “discusión” era seria y prolongada, con grandes ponencias acerca de los problemas y a la vez grandes “soluciones” a los mismos…

Tener una Hondilla

(De doce varas mínimo) No había Conciencia ecológica, tampoco instituciones que protegieran el medio ambiente, así que poseer una hondilla y salir a tirar era algo normal, matar los escasos garrobos o los gorriones que revoloteaban de rama en rama, o ponerle laza a las iguanas y trampa de canasto a las palomas alas blancas, se tornaban en habilidades que era imperante tener.

En cierta ocasión, cierta persona “haciendo gente” para una fiesta patronal, provocaba tremendo relajo y zozobra machete en mano, de pronto alguien hace ademanes de sacar algo de la bolsa, todos creemos que se trata de un arma de fuego, y persigue al borracho revoltoso, lleva algo en su mano y apunta…pero pronto nos damos cuenta de lo que es: una hondilla de catorce varas…! Todo pasó a ser solo un susto.

Hacer La Platada

Uno de los mayores problemas que teníamos los jóvenes era el reclutamiento forzoso que el Ejército Nacional realizaba a través de los famosos “Patrulleros”, eran ellos un grupo de señores de cierta edad, que se atrevían a competir contra nuestra habilidad para correr (al menos a mí nunca me alcanzaron), se enojaban mucho al no podernos agarrar y llevar al cuartel a prestar servicio militar. Viendo que el método no daba frutos deseados, el entonces Comandante Local, don Margarito, pensó mejor en hacerlo por cita, a las cuales, lógicamente, la mayoría no asistía; hoy todo ha cambiado, los jóvenes que se quieren alistar en el ejército deben solicitar ellos su ingreso.

“Lo llevaremos a Popo Chin”

Entre el círculo de familiares y amigos cercanos, había un dicho, que cuando alguien fallecía y en vida había solicitado música para su entierro, se contrataba una Banda para que viniera a tocar, a eso le llamaban “llevar a Popo Chin…” simulando el sonido del tambor y los platillos. Una que otra persona con cierta facilidad económica podía pagar los servicios antes mencionados y el día de su funeral era acompañado a su última morada con una extraña mezcla de dolor con música.

Recuerdo perfectamente a cierta respetable señora fallecida en la Ciudad; la más longeva, su entierro tuvo la presencia de innumerables personas, pues era muy querida; compungidos del corazón nosotros fuimos a ver pasar su féretro, los hombres caminaban adelante, las mujeres atrás, la Banda tocaba despacio clásicas canciones para el momento… “Las Golondrinas”, “Cruz de olvido”, “Amarga navidad”, “Te vas ángel mío”, “Espérame en el cielo”, “No le temo a la muerte, más le temo a la vida”, “Te vas, te vas” de la Sonora Siguaray, “Ya ni llorar es bueno” y otras así por el estilo.

La Mayor Aventura

¡Ir a la piedra encadenada! Aunque alguien te llevara “a petuca”… 

Ya viene diciembre, un año va a morir y otro va a nacer…

Es probable que haya otras costumbres que han sido olvidadas o cambiadas para la fecha de hoy, pero las más ya han sido tocadas en otras oportunidades, sin embargo, hablaremos de algunos temas interesantes que atañen a nuestra historia en otros artículos. Por lo pronto les saludo fraternalmente donde quiera que estén.

Vuestro amigo: José Víctor González


José Víctor González es colaborador de La piedra encadenada.







viernes, 8 de noviembre de 2019

Testigo y sobreviviente

(Poema)

 René Ovidio González

señalaban a sus víctimas marcándoles la cruz homicida

Poco hablé, ciertamente, aquella tarde.
No podía de rencor.
Mudas las palabras rodaban al abismo ruinoso
de miserias temporáneas.
Dioses originarios enviáronme sus códices inveterados
repletos de presagios.
Debía sobrevivir para contar lo sucedido.
Relatar aquella trágica verdad,
guardar las muertes, nuestras muertes,
para que no se repitieran,
para que no pudieran ya matarnos…

Sin yo saberlo,
invisibles a las capuchas tenebrosas,
duendes ancestrales pusieron un manantial de voces
en el cauce de mi sangre plebeya.
Duendes juguetones.
Hadas adorables.
El Ermitaño. La Sihuanaba y El Justo Juez.
Me ofrecieron sus alas de cristal y sus alforjas,
sus caites y sus sombreros de petate.
Que huyera…

Estuve allí:
décimo octavo día del onceavo mes. 1982.
Testigo y sobreviviente.
Mirando sin ver a los verdugos deleznables.
Expuesto a la oquedad siniestra de la Parca.
Les faltó valor para encararme,
a ellos, inquilinos de fortalezas decoradas
con cráneos humanos,
llenas de gritos y torturas;
ellos, con pistolas y fusiles,
con botas lustrosas y uniformes camuflados.

Estuve allí:
al pie de la sierra Tecapa-Chinameca.
Bajo la fronda de aquella vieja ceiba.
Escapé ileso pero herido.
Mi nombre ilegible de víctima repetitiva
se hallaba siempre en sus listados.
Ellos tenían la guadaña sobre un pueblo asediado,
y yo a nuestro favor una esperanza.
Yo tenía una lucha, una batalla que librar,
un poema acusador y universal,
tenía un nombre, y cien y mil:
yo me llamaba Pedro, Félix, Juan y Fidel…

Yo había muerto otras veces.
Caía siempre asesinado en mil matanzas.
Perros famélicos devoraban mis cadáveres desfigurados.
Me llevaban a pedazos volando en sus picos encorvados
las aves carroñeras.
Madres y abuelas me lloraban cada vez.
A cada hijo, a cada hija, dejaba en la orfandad.
Pero no era yo sino todos:
también nos llamábamos Meme,
Orlando, Leónidas, Cirilo, Jairo y Jesús…

Por eso vengo ahora con la palabra antigua,
con el coraje vengo
y el batir sonoro de este caudal de sangre,
con los ríos de mi fuego, ardiente magma,
fluyendo hasta el recuerdo de tanto mártir nuestro,
de cuanto caído de nosotros…



viernes, 25 de octubre de 2019

En silencio

    
(Poema)

René Ovidio González

Quedarse en silencio
es resignarse a morir día a día.
Es exponerse al dolor que palpita,
que hiere, que duele.
Dolor como río que se siente atascado
al norte de los puentes.
Quedarse en silencio
es abolir puertas y ventanas
para inventar corazones cerrados.
Quedarse en silencio
es esconder claraboyas y umbrales.
Es derribar voces disonantes,
que riñen, que increpan.
Quedarse en silencio
es inmolar las palabras
y en seguida volver a inmolarlas.

    Julio 15 de 2011.


viernes, 11 de octubre de 2019

Tienda "Las Palmeras"


(Cuento)

Omar Gabrielí

Continuación...

Tenía don Fidel instalado en lo más alto de su casa un altoparlante con el cual de cuando en cuando anunciaba sus productos y uno que otro fallecimiento acaecido en el pueblo, con el que hacia la competencia al Padre Rodas... En una que otra ocasión nos deleitaba poniendo música de moda por aquellos años. Así, era normal que algunas noches nos acostáramos con una buena serenata, emanada de aquella vieja radiola con su tocadiscos long play, ya que por esos días el audio casete y el CD eran asunto de ciencia ficción; ahí, canciones como: "Amor de pobre", "He perdido una perla", "Los aretes de la Luna", "Celoso"; y ahí fue donde por primera vez escuche esa canción titulada "El sube y baja" (esa que dice: "A donde Irán los muertos quien sabe dónde Irán"). O bien despertarnos con aquel porro titulado: "Te bañas Pedrito lindo".

Eran contadas las casas del pueblo que gozaban del privilegio de tener radiola y televisor de tubos...y esta era una de ellas.

Por la bocina se escuchaba el anuncio de las pastillas “cataratas”, chispa del Diablo, y hasta ese mortífero veneno que llevaba el nombre de paratión... (productos estos destinados a fines específicos pero que lamentablemente algunas personas les daban otros usos...)

No faltó el desdichado que por alguna desesperación económica o una decepción sentimental usara dichos venenos como pasaporte al otro mundo...

En cierta ocasión, un amiguito, por cierto muy pícaro me hizo una inesperada invitación: ―Vamos a la tienda―me dijo― quiero ver si me "bajo" a don Fidel. Y yo, en mi inocencia decidí acompañarlo, poniéndonos en marcha hacia el lugar que esta ocupaba; durante el trayecto íbamos pensando cómo decirle lo que se le acababa de ocurrir al malandrín aquel... el camino se nos hizo corto, pues nosotros vivíamos cerca de la escuela, y cuando acordé ya estábamos en las gradas de la tienda, ahí encontramos a don Fidel  absorto en una conversación que le estaba desarrollando don César acerca de una aventura tenida hacía tres noches en los alrededores de la piedra encadenada, cuando tratando de apoderarse de la flor que nace alrededor de la misma y que según él, sirve para hacerse invisible y pasar a otra dimensión, se había encontrado con el cadejo y de la forma que supo enfrentar la espeluznante situación.

Imaginando a don César con una flor en la mano lanzándose al vacío desde lo alto de la piedra y llegando en un instante a su casa del barrio calvario, mi mente infantil agarró vuelo y me acomodé para seguir escuchando las increíbles narraciones de aquel singular señor de nuestro pueblo, pero me acordé que más noche iba a estar soñando, preferí tratar de llamar la atención del tendero carraspeando la garganta.... además, nosotros sentíamos otro tipo de vacío en el estómago y recordamos el motivo por el cual estábamos ahí.

El maestro nos lanzó una mirada de regaño, y decidimos esperar pacientemente el momento que se nos presentara para hacer la petición.

Ellos parecían no tener ganas de terminar la plática, pero por fin don Fidel nos preguntó: ―Qué van a llevar cipotes...? El amiguito respondió: ―Que dice mi mama que me dé una bolsita sorpresa y una espumilla, pues mi papá ya está trabajando en la chapoda en el huatal de donde Segovia, y le están pagando 50 centavos por tarea y que el sábado, segurito le manda su pisto.

Él se paró y se lo llevó al interior de la tienda y le dijo, a la vez que señalaba un cartel colgado en la pared: ―¿Sabes leer “cipotío”...? ―No. respondió. Yo me retiré apresurado del lugar y al momento de alejarme volvía a verlo afligido de vez en cuando. No sé si fue que no le creyó o no le quiso fiar lo que le pedía, y se fue para otra tienda con la esperanza que allá no tuvieran colgado ningún cartel.

Así se pasaba los días inventando cuentos y siempre se topaba con el desdichado cartel que, por no saber leer todavía, se había vuelto un verdadero enigma para nosotros.

Yo en lo particular, me hice el propósito de aprender a leer un día y así poder descifrar el misterioso letrero que el profesor nos mostrara cada vez que llegábamos con cierto grado de "mala intención"...

Cumplidos los siete años de edad, fui recibido como alumno del primer grado en la Escuela de Varones "14 de Diciembre de 1948", bajo la tutela de la Profesora Berta Amaya, hija de don Carlos, quien con mucho esmero y dedicación me enseñara a leer y escribir....

Ah, qué recuerdos más bonitos tengo de mis inocentes días de escolar.... cuando corría muy alegre y descalzo por el empedrado patio de "La Catorce"... todo era maravilloso... un verdadero juego de niños... Así pase a segundo y a tercero, donde Amparo de la O y Vilma de Rivera con muchísimo amor reafirmaron en mí el anhelo de aprender...

Prácticamente ya estaba listo para solucionar el misterio del letrero aquel...

Un sábado por la mañana me envalentoné y esta vez fui yo quien invito al amiguito de marras, le dije que tenía el objetivo de leer de corrido el desdichado cartel…

Fue entonces cuando hice el terrible descubrimiento de la infame frase con la que se topan innumerables pobres en el mundo:

HOY NO SE FÍA, MAÑANA SÍ...

Omar Gabrielí es colaborador de La piedra encadenada.

sábado, 21 de septiembre de 2019

Tienda "Las Palmeras"


(Cuento)

Omar Gabrielí

Aun cuando muchos maestros llegados a nuestra tierra, mostraron un extraordinario amor por todo aquello que formaba parte de la vida que desarrollamos a través de los años, tal como el Profesor Enoc Turcios, con quien trabajamos duro en la construcción de la cancha de básquetbol de la Escuela “Roberto Edmundo Canessa”, quizás ninguno caló tanto en el sentir de la gente como Don Fidel Ayala.

Todavía no comenzaba mi primer grado cuando él ya llevaba algunos años jubilado. Para disfrutar de su apacible retiro, decidió invertir un poco de dinero abriendo una tienda en la casa que habitaba, ubicada exactamente al costado norponiente del parque central; de esa forma, podría obtener algunos ingresos extras para complementar su condición de pensionado del gobierno.

Era normal encontrar a Don Fidel por las tardes conversando seriamente con Don Silvestre, quien vivía a unos 50 metros al norte de la tienda, sobre distintos temas que generalmente iban dar al asunto del método a utilizar para educar los hijos y el respeto que se debía tener hacia las personas de mayor edad.

Era imperante en esa época que si uno encontraba un anciano debía saludarlo con mucha cortesía según la hora del día. Ellos decían, por ejemplo, que mi hermano mayor era muy educado, pues siempre que los encontraba les decía según la ocasión: Buenos días don Fidel o Buenas tardes don Silvestre...

En la tienda "Las Palmeras", solían encontrarse artículos para diferentes necesidades, pues a fuerza de vender, más parecía una mezcla de tienda, venta de mercería, mini farmacia y mini almacén.

Al par de los consabidos frijoles monos, negros, rojos o blancos, trigo y el maicillo, también se podía comprar maíz negrito, chocolate en polvo "La Reina", café de palo y su pedazo de dulce de panela...  o el azúcar moreno para endulzarlo.

Igualmente, la reconocida manteca de chancho, el almidón, el jabón de semilla de aceituna y el famoso jabón de cuche... con el cual acostumbraban muchos irse a bañar al río, la candela de sebo de res, el gas kerosén para el candil, cerillos caballo rojo, y los cigarrillos pradito.

Después que don Fernando se había convertido en el terror de todos los infantes del pueblo con sus dolorosas inyecciones, era mejor averiguar si en "Las Palmeras" había belladona para el tope, esencia coronada para la “soplazón” o la imprescindible esencia de los siete espíritus para alguno que otro desmayado.

Si te hacía falta un botón en la camisa, sencillamente ibas a la tienda de don Fidel y ahí encontrabas hilo, sedalina, agujas y botones de todos los tamaños, alfileres, remaches y broches para la parte de atrás de los vestidos de las mujeres, o hule negro para sus calzones, ya que el elástico no estaba de moda; hule amarillo para hondillas, botones para pantalón de hombre, pues no se usaba el zipper; cintas, pasta y cepillo para zapatos. Bolitas de Naftalina para las polillas, y el siempre útil y poderoso desinfectante de la época: La creolina.

Como todo hombre de negocios, incluyeron sus ofertas de productos algunas telas, como el “Dacrón y McArtur”, tela de manta (para las bolsas de los pantalones de hombres) y aquella, ahora pasada de moda, tela de mantilla que usaban las señoras para taparse la cabeza cuando iban a misa.... ¿Te daba hambre...? Pues por qué no disfrutar de una sabrosa guaracha, o aquella otra conocida con el clásico nombre de “peperecha”; o un buen pedazo de budín.... ¿Eras todo un apuesto jovencito adolescente...? Entonces había que comprar líquido para el cabello, y así, este luciría como que te habías recién bañado.... ¿Eras una bella damita y deseabas irte al "cumbión"...? Ah, en ese caso, era necesario pasar por donde don Fidel, comprando dos que tres sobrecitos de polvo "cuatro rosas", para perfumarte las axilas.... no fuera que sudaras bailando....

Como reza el dicho popular, en esa tienda había casi de todo “como en botica”. Peines, diademas, peinetas de carey, y peine fino para liendres y piojos...Y como todo buen maestro, no podían faltar el siempre útil Silabario y el libro Mantilla, para aprender a leer, cartulina y plastilina, cuadernos "El Siglo", lápices y borradores, etc,

Como quiera que desarrollé mi niñez en los alrededores de la antigua escuela de varones, con su viejo portón de madera y sus altos trascorrales de adobe, a la cual asistí en habiendo llegado a los siete años, pude ser testigo directo de muchas situaciones que sucedían muy cerca de la misma. Dicha escuela estaba entonces regenteada por dos insignes Maestros de la localidad: don Jorge Vargas (Director) y don Eufrasio Méndez (Subdirector), quien con el tiempo fue mi maestro de sexto grado.

Cuando alguien llegaba a comprar hule amarillo, él preguntaba: ―Ah, cuántas varas vas a llevar...? ― Deme cuatro Don Fidel. ... y estiraba el hule a lo largo del brazo al tiempo que decía: ―Son diez centavos. Cuando el cipote pretendía hacer su hondilla se daba cuenta perfecta que el hule no le alcanzaba.... Así, era el maestro, el comerciante, el anunciador.

Continuará...

Omar Gabrielí es colaborador de La piedra encadenada.

sábado, 17 de agosto de 2019

El resorte secreto


(Opinión)

José Víctor González

«Abundan por doquier Conferencistas de toda ralea, fascinadores de multitudes, rapaces apóstolobos: A todos los impulsa el mismo resorte...»

Hace ya muchos años surgió una bella joven italiana que cantaba una canción titulada "Gira el amor"... Esa melodía tenía unos versitos que decían más o menos así: "...y sabes por qué, el mundo es así, porque a su alrededor gira el amor... Y entonces por qué, tú dímelo Mamá, tenía un borreguito y no lo tengo ya...? Pobre de ti, pronto sabrás, que en la fortuna no puedes confiar...". Eran tiempos de sencillez y esperanza. Entonces la CAPACIDAD DE ASOMBRO, como factor natural de la esencia humana, aún no se había perdido. El aroma de la amistad impregnaba las relaciones humanas y la malicia solamente aparecía como una leve mancha muy fácil de limpiar.

Pero, como dice otra canción, el tiempo pasa... La evolución de la sociedad se detuvo para dar paso a la involución. En la actualidad, gentes de todo tipo le hacen creer a los demás que están trabajando duro para hacer el bien: Son Maestros del mal...! Hacer el mal por el mismo mal; ejercitarse en él.

Así, han surgido las clásicas ESCUELAS POSITIVISTAS; FALSOS ORGANISMOS DE NUEVAS IDEAS POLÍTICAS; EVANGELIOS DE LA PROSPERIDAD...

Abundan por doquier Conferencistas de toda ralea, fascinadores de multitudes, rapaces apóstolobos: A todos los impulsa el mismo resorte...

Ellos dicen que en tu horóscopo todo va bien, que ya se inició EL GRAN CAMBIO y que alguien "ya pagó por ti...", aunque te des cuenta que los cobros te siguen llegando.

LA HUMANIDAD PERDIÓ SUS VALORES y se ha lanzado a la más abyecta adoración del becerro de oro. NO IMPORTA LO QUE HAYA QUE HACER...!!!

Hacia donde uno dirija su mirada puede ver: Chispeantes oradores intelectualoides en salas inmensas abarrotadas de público ansioso de poseer ingentes riquezas... Plazas inundadas de gente deseosa que su líder les dé la clave para salir de la pobreza económica, en donde precisamente esos mismos líderes los tienen metidos... Santuarios rebosantes de fieles que van en busca, ya no de salvación, sino de poder económico que les dé "vida en abundancia"...

Estadios a reventar en donde ya no cabe "un alfiler", Centros comerciales que parecen hormigueros, en fin...

Vídeos en internet en donde te regañan porque aún no eres rico...

EL APOCALIPSIS SE DESINFLÓ !!!!!

YA NO GIRA EL AMOR...

Señores y Señoras, llegó la nueva era: LA FURIA DE POSEER...!!!!!

He ahí la red en donde se encuentra atrapada la humanidad. De arriba hacia abajo, de un lado a otro.

Nos debatimos pues en el dilema del ser o no ser de la filosofía.

LA CODICIA ES EL RESORTE SECRETO DE LA ACCIÓN Y NUESTRA ÚNICA SALVACIÓN ES HALLAR "EL VELLOCINO DE ORO".

CONVERSEMOS PUES CON JASON Y LOS ARGONAUTAS PARA QUE NOS REVELEN SU MARAVILLOSO SECRETO.


José Víctor González es colaborador de La piedra encadenada.