miércoles, 20 de enero de 2016

Un cuento a Linda Claribel



            (Cuento)

            René Ovidio González

          Lindaclari, sí. Ustedes debieron verla. Apenas ha saltado el valladar de los cuatro eneros. De tez morena clara, destaca en su carita la vivacidad de un par de hermosos ojos bajo el arco de las crespas pestañas. Su naricilla fácilmente delineable compagina con los labios de carmín natural, acentuando la menudez de su boca. Un sinnúmero de gajitos de cabellos castaños cuelgan sobre sus hombros.
          Si la hubieran visto: se acercó con tiento, retenía el aliento y sin esperar la cuenta regresiva inició el ataque. Soplaba con el ímpetu que a sus pulmoncitos era permisible. Quería apagar una lucecita que acaso segundos atrás, se moviera sin rumbo aparente. Nunca nada la cautivó así, ni cuando el elefante del zoológico, grande y torpe; ni cuando los tigres del circo, a los que su ingenio infantil calificó de “gatitos pintados” e insistía en llevarse uno a casa…
    Aquella vez la casa toda era penumbras. Una lucecita comenzó a desplazarse con intermitencia. Proyectábase la mínima luz e iluminaba su entorno por breves instantes. La chiquilla reparó en aquel inusitado suceso: ¿Quién está alumbrando?, preguntaba a media voz, casi en un monólogo. ¿Quién alumbra? ¿Una estrellita dormida?, y repetía esperando que si casualmente fuese un fósforo, este respondería que no era estrella ni nada…
         Quiso averiguarlo a riesgo propio. Se puso quieta como para aclarar sus ideas. Tenía frente a sí el misterio y, resuelta, se inclinó cuanto pudo (pues ahora la luz yacía en el suelo), y soplaba con fuerza cada vez esta encendía. Ella deseaba apagarla, como solía ver a otras niñas apagar las velitas del pastel de cumpleaños. No podía imaginar que solo se trataba de una frágil luciérnaga…
        Al cabo de corto tiempo abandonó su empresa, no sin antes satisfacer sus indagaciones: Que si las luciérnagas tenían foquito, que qué comían y que dónde aprendieron a volar; que si les gustaba jugar con muñecas igual que a las niñas, que si tenían papá y mamá y si iban al kinder… Porque Linda Claribel es una niña elocuente, suelta en el hablar, preguntona. Se levantó, pues, y se olvidó del asunto, con esa pureza de pensamiento y transparencia de corazón exclusiva de la infancia.


martes, 5 de enero de 2016

Ana Laura



(Poema)

René OvidioGonzález

Preciosa  negrita isleña
que vives tu cubanía a plenitud,
¿sabes quién es Octavio de la Concepción de la Pedraja?
De seguro te habrán explicado en tu escuela…
Hablas del Che en tono fraterno
y de Fidel ya ni se diga.
Compites con este advenedizo que soy
a subir en carrera la Loma del Capiro
y yo me dejo ganar porque no puedo más.
Tu risa se va en vuelo de mariposa,
en el aire que aún guarda griterías de combates
y fragores de guerras  pasadas.
Quieres que junto a mí
te tiren una foto cerca al monumento del Héroe.
¿Sabes que en el mundo hay millones de niños
padeciendo de hambre y de desnudez?
¿Sabes que el analfabetismo abate a millares de seres?
Ya llegará el día en que lo sepas, ya llegará…
Platicas y platicas, confiada
de que hablas con un amigo perdurable:
tu inteligencia y tu ingenio de siete escasos añitos
me han cautivado…
Preciosa negrita, Ana Laura, a ver:
mejor adivíname esta adivinaja:
anda
siempre
muy despacio,
¡aunque
tiene
muchos pies…!
si quieres
adivinarlo
multiplica
diez x 10=…
No, no es la zanahoria.
Tampoco el cien patas.
¡El ciempiés…!


Ana Laura García es una niña de Santa Clara, ciudad histórica de Cuba.