viernes, 13 de febrero de 2015

PIP COM



               
               (Opinión) 
           Fredis González


     Actualmente en El Salvador existen una serie de problemas que traen de cabeza a quienes conforman el gobierno, pero los más graves podemos decir son: La seguridad ciudadana, la economía y el desempleo; en ese orden. Si se soluciona el primer problema, lo demás viene por añadidura.
      Como lo hemos apuntado en otras ocasiones, se han inventado una serie de cosas para solventar el problema de la seguridad o inseguridad si se prefiere el término. El último invento que por cierto no es nada nuevo, es la unidad de Policía Comunitaria, proyecto que fue lanzado con bombos y platillos en el mes de agosto del año recién pasado (si no me falla la memoria), y decimos que no es nada nuevo por dos razones: primero porque es un proyecto copiado de otros países como Brasil por ejemplo en donde poco o ningún resultado se ha obtenido, segundo porque la policía comunitaria ya había sido lanzada durante los gobiernos de derecha, hablamos del período después de la firma de los acuerdos de paz.
    Durante este período se organizó la unidad denominada PIP COM que significa Patrullas de Intervención (o Inteligencia si se quiere) Policial Comunitaria;   sin  embargo dicha unidad fue fugaz o pasajera, ya que era ilógico que un gobierno de derecha estuviera hablando de Patrullas Comunitarias, pues esa palabra se deriva de comunidad y esta a su vez de esa monstruosidad llamada "comunismo" por lo tanto esto se les habrá escapado de las manos pero inmediatamente les habrán tirado de la cuerda para que corrigieran el error, imaginamos que les habrán dicho: "Hey, no es el momento de sacar las patrullas comunitarias, ¡todo a su debido tiempo!". La pregunta que surge de inmediato es: ¿Estará confabulada la derecha y la izquierda para llevar al pueblo al borde del abismo, con el objetivo de que el pueblo al verse al borde del mismo y totalmente frustrado acepte lo que sea   que le ofrezcan como tabla de salvación?
     Es impensable que un gobierno de derecha y otro de izquierda se confabulen, ambos contendientes en una guerra civil que se dice duró doce años y en  la cual ni uno ni el otro fue mejor o peor, porque de haberlo sido, la guerra no habría durado tanto tiempo y por el contrario se mantuvo  "tabla" como se dice en el juego de ajedrez que viene siendo lo mismo que una guerra y además, de haber sido mejor alguno de los ejércitos contendientes no habrían necesitado de los políticos para terminar la guerra... 
         Como lo expresó un asesor norteamericano cuando le cuestionamos por qué el ejército de los Estados Unidos había perdido la guerra en Vietnam, él dijo: "Nosotros no perdimos la guerra, fueron los políticos quienes la perdieron".
       Nos reímos en nuestros adentros con esa respuesta y digo así: "nos reímos" en plural porque no soy solo yo sino somos muchos, los miles y miles de agregados sicológicos que vengo cargando desde hace muchas eternidades y yo, cada uno de ellos de vez en vez o de mes en mes, se toma el barco por asalto y dirige el timonel sin que el ser pueda evitarlo... pero bien, creo que ya nos perdimos del objetivo, hagamos un giro brusco y volvamos a la ruta por el camino angosto porque ancho es el camino que lleva a la perdición. Pienso que será cuestión de apreciación o de orgullo  quizá, pues tomando en cuenta que hablábamos del que se considera el ejército más poderoso del mundo; por lo menos en aquellos tiempos, pues ahora han aparecido otros por ahí que los siguen poniendo quietos. Un ejército que tenía y tiene los mayores recursos económicos y tecnológicos, tanto así que le causaron un diluvio universal al estilo bíblico en la ruta logística de los vietnamitas a fin de evitar el trasiego de armas y alimentos. Ya en ese tiempo las lluvias no eran solamente responsabilidad de Dios sino también del nitrato de plata con que los aviones fumigaban las nubes, logrando con esto que las gotas de rocío se condensaran y cayeran por su propio peso para convertirse en lluvia. Llovió perros y gatos por varias semanas y aún así el movimiento de los campesinos vietnamitas no se detuvo.   
       Bueno, eso es lo que cuenta la historia y la historia puede ser tergiversada, "el papel aguanta lo que le pongan" se dirá por ahí. Y que aún así hayan necesitado de los políticos para resolver la guerra, por más que diga el jurado que lo que hubo fue un empate técnico; no se necesita ser iluminado para adivinar que hubo un perdedor. Volviendo al tema de la seguridad en El Salvador, me pregunto: ¿Por  qué será que los gobiernos de derecha y de izquierda que se supone altamente capacitados en materia de seguridad (se supone, después de doce años de guerra deberían) están perdiendo la guerra contra la delincuencia? Si son los políticos los que pierden las guerras, ¿será que no existe voluntad política para ganar esta? ¿Por qué?  



Fredis  González es colaborador de La piedra encadenada.
La responsabilidad de cada texto será asumida individualmente por su autor. La piedra encadenada podrá o no estar de acuerdo con lo escrito.
                                                                         


viernes, 6 de febrero de 2015

El Ermitaño


                (Cuento)
                René Ovidio González

           Habían pasado algunas décadas desde la fundación de Santa Elena, y esta, otrora hacienda, era ya un pequeño poblado. Situado en la inmensa planicie costera, al sureste de la cadena montañosa que escolta al volcán de Usulután en el punto geográfico donde el español Luis de Moscoso detuvo sus huestes conquistadoras, el pueblo tenía calles cortas y angostas por las que transitaban carretas tiradas por bueyes o coches de caballos, medios usados en la época para el transporte de carga y de uso exclusivo de los patronos y hacendados dueños de la producción agrícola.
          Contaba el lugar con el tiangue que abarcaba desde la ceiba frondosa que se hallaba frente al cabildo hasta una cuadra arriba; entre los habitantes, el sacristán Francisco Jerez ocupaba un lugar prominente: hombre humilde y servicial que, en cuanto podía, ayudaba a la gente, sobre todo a los más necesitados…
       Una noche el pueblo se despertó sobresaltado: las campanas de la ermita elevaban sus clamores al viento, presagio de desgracia; esta había tomado fuego en su parte posterior.
            
            ―¡Fuego…, fuego! ¡Se quema el pueblo…, levántense…!
          
         En medio del pánico y el terrible resplandor cerca de las gigantescas lenguas de fuego, las campanas seguían su canto angustioso; el incendio amenazaba destruir el reducido número de casas del lugar, el barrio La Parroquia fue consumido rápidamente. Era imposible detener la catástrofe. Minutos más tarde las campanas guardaron silencio sepulcral y únicamente se percibía el crujir devorador del fuego; al momento, cabizbajo y sudoroso salía lentamente del interior de la ermita… ¡Chico Jerez!, aquel joven que solía criticar la nefasta administración de la riqueza de nuestro suelo de parte del peninsular usurpador…
          Las “autoridades” españolas y sus aliados criollos aprovechando la tribulación dictaron con soberbia su sentencia:
          
            ―¡El sacristán! ¡Es el culpable, él causó el incendio…!
          
       No encontrando mejor ocasión, descargaron la violencia contra el popular sacristán: se formó un tumulto, se oyeron gritos, maldiciones y… ¡Escapó! Entró de nuevo a la capilla en cuyo interior se escuchaban ruidos de derrumbes y el rugido del fuego. Y entonces el incendio perdió fuerza hasta cesar por completo; dicen los pobladores que Chico no murió, que la Emperatriz Elena (la Virgen, o más bien la imagen de la Virgen a la que falta un dedito en una de sus manos) lo protege siempre.
          
           ―¿Escapó a la muerte? ¿La Virgen? ¿Que se llevó la imagen al volcán? ¡Creencias, la Virgen también se quemó…!
          
           Algunos viejos creen en una venganza “del que vive en el volcán de Usulután”, por lo que con sus familias y unas pocas pertenencias emigraron más al oriente, para que el recuerdo de aquel hombre no los atormentara y el majestuoso Chaparrastique los “protegiera”.
      Cuentan que baja los viernes a la medianoche, viste de negro y cansado, entra a la casa parroquial; el hombre barbado llora desconsoladamente ante las ruinas de la ermita asegurando su inocencia; otros con perspicacia afirman que prepara a un grupo de jóvenes para invadir el pueblo y expulsar al gachupín injusto y chupasangre. ¡Él es el Ermitaño! Vive en una cueva, se alimenta de raíces y frutas; por la acción del tiempo y su vida montaraz, el pelo ha crecido en casi todo su cuerpo, y más en la barba, dándole así un aspecto temible; se hace rodear de animales y muchos aseguran que en noches de luna se sube a la colosal “piedra encadenada” en la cima del volcán para meditar allí.
          Aunque sus hermanos lo niegan, en amistosas conversaciones suele colarse el comentario: “El Ermitaño es una realidad, un santo hombre; morirá solo cuando muera el último de su familia: Manuel; ya entonces el invasor habrá partido…”
          En cierta oportunidad, en un ambiente de sombras, tenso y silencioso, hombres al servicio de los “hacendados” lo esperaban con crucifijos y machetes  agazapados tras los árboles de la oscura plaza. Por la puerta del convento apareció el señor cura, al cerciorarse que la plaza estaba solitaria regresó al interior; luego se proyectó otra silueta: era él. Lo siguieron hasta la calle que conduce hacia El Nanzal:
          
            ―¿Quién sos? ¡Respondé! ¿Sos alma que andás en pena?
          
         El Ermitaño volvió la cara sin decir palabra. Se abalanzaron contra él, quisieron maniatarlo pero… ¡Escapó! Al instante un tropel sintióse en la distancia y un fuerte resplandor cubrió el cráter del volcán iluminando la zona; el pánico hizo presa de los habitantes, la lava cual río de sangre se deslizó por quebradas y riachuelos, y después, calma, silencio aterrador… La gente reunida en la plaza aquella medianoche, escuchó de nuevo repicar las campanas en un clamor por justicia… ¡solas!