viernes, 22 de noviembre de 2019

José Víctor González: Anecdotario clásico


(Fragmentos)

Hemos entrado ya en el mes de noviembre, muy pronto será la fecha de mi cumpleaños, lo cual me da siempre la magnífica oportunidad de reflexionar acerca del tiempo pasado.

Lógicamente, el tiempo pasa incesante y en su devenir, va transformando Ciudades, sus costumbres y físicamente también nosotros vamos cambiando.

Quiero aprovechar este espacio para mencionar algunas costumbres y tradiciones practicadas por nosotros desde tiempos ancestrales de la mejor manera que me sea posible:

Ir al Teatro

En una casa situada frente a la fuente antigua, existió a mediados de siglo, un lugar que se conoció como Teatro Fiallos, era una de las pocas diversiones que la juventud de aquella época tenía, para solaz o para “noviar” también. Hoy gran presentación, decían los anuncios, “La tercera palabra” Con Pedro Infante y Marga López, “Pepe el toro” Con Pedro Infante y Chachita, o alguna de Viruta y Capulina o Germán Valdez (Tin Tan) que por esa época estaban de moda, cuando dicho local cesó su actividad, fue sustituido por la exhibición de películas al aire libre en el Parque Central, y aunque el Cine no era mudo, ni se necesitaba a Rodolfo Valentino ni a la famosa Gatita Blanca de los tiempos idos, nos divertíamos mucho con las películas que ahí se proyectaban en una pantalla rudimentaria: Una sábana bien templada amarrada a dos palos debidamente distanciados ubicados frente a la tienda “La palmera” de Don Fidel Ayala… a veces la pared sur del templo Parroquial también era utilizada para el mismo fin. VENGA Y DIVIÉRTASE…! Decía el carro anunciador… Hoy a las seis de la tarde “Santo el enmascarado de plata contra las momias de Guanajuato”… o de igual manera: “Santo y Blue Demon contra los muertos vivientes”, alguna de Tony Aguilar y Flor Silvestre, Mauricio Garcés y Julissa, Resortes, Clavillazo o Cantinflas…

Bailar pegados

Aunque este es el título de una canción, quiero referirme al hecho concreto de la costumbre antigua de bailar pegado, y no como ahora que nadie sabe “con quién” está bailando, antes las parejas bailaban en “cuatro ladrillos”, bailar con música de cuerdas con los Conjuntos del Pueblo que amenizaban los tabales de San Benito era una delicia, o sentarse a oír música de Los Vikings de Usulután, el grupo Indio, Los Apaches, Los Christian de Santa Ana, Hielo Ardiente, El grupo San Miguel, Uh, la la… era divino… Sin embargo, si alguien prefería algo más movidito, para eso estaban las orquestas de moda: Los Palaviccini, Internacional Polío, Chucho Tovar Flores, en fin, había para todos los gustos… ni por asomo se conocía el moderno Reggaetón.

Ir al Mollejón

En esa esquina del barrio Los Remedios, que antiguamente se conoció como “La Brigada”, donde funcionaban las Caridades Católicas y se proveía de alimentos a familias pobres, noche a noche se reunía un grupo de distinguidos Caballeros de las casas aledañas a platicar de diversos temas, pero especialmente de la política nacional, ahí se “arreglaban” en una conversación de dos horas “todos” los problemas del pueblo, del departamento, del país, y si el tiempo lo permitía, del mundo entero, la “discusión” era seria y prolongada, con grandes ponencias acerca de los problemas y a la vez grandes “soluciones” a los mismos…

Tener una Hondilla

(De doce varas mínimo) No había Conciencia ecológica, tampoco instituciones que protegieran el medio ambiente, así que poseer una hondilla y salir a tirar era algo normal, matar los escasos garrobos o los gorriones que revoloteaban de rama en rama, o ponerle laza a las iguanas y trampa de canasto a las palomas alas blancas, se tornaban en habilidades que era imperante tener.

En cierta ocasión, cierta persona “haciendo gente” para una fiesta patronal, provocaba tremendo relajo y zozobra machete en mano, de pronto alguien hace ademanes de sacar algo de la bolsa, todos creemos que se trata de un arma de fuego, y persigue al borracho revoltoso, lleva algo en su mano y apunta…pero pronto nos damos cuenta de lo que es: una hondilla de catorce varas…! Todo pasó a ser solo un susto.

Hacer La Platada

Uno de los mayores problemas que teníamos los jóvenes era el reclutamiento forzoso que el Ejército Nacional realizaba a través de los famosos “Patrulleros”, eran ellos un grupo de señores de cierta edad, que se atrevían a competir contra nuestra habilidad para correr (al menos a mí nunca me alcanzaron), se enojaban mucho al no podernos agarrar y llevar al cuartel a prestar servicio militar. Viendo que el método no daba frutos deseados, el entonces Comandante Local, don Margarito, pensó mejor en hacerlo por cita, a las cuales, lógicamente, la mayoría no asistía; hoy todo ha cambiado, los jóvenes que se quieren alistar en el ejército deben solicitar ellos su ingreso.

“Lo llevaremos a Popo Chin”

Entre el círculo de familiares y amigos cercanos, había un dicho, que cuando alguien fallecía y en vida había solicitado música para su entierro, se contrataba una Banda para que viniera a tocar, a eso le llamaban “llevar a Popo Chin…” simulando el sonido del tambor y los platillos. Una que otra persona con cierta facilidad económica podía pagar los servicios antes mencionados y el día de su funeral era acompañado a su última morada con una extraña mezcla de dolor con música.

Recuerdo perfectamente a cierta respetable señora fallecida en la Ciudad; la más longeva, su entierro tuvo la presencia de innumerables personas, pues era muy querida; compungidos del corazón nosotros fuimos a ver pasar su féretro, los hombres caminaban adelante, las mujeres atrás, la Banda tocaba despacio clásicas canciones para el momento… “Las Golondrinas”, “Cruz de olvido”, “Amarga navidad”, “Te vas ángel mío”, “Espérame en el cielo”, “No le temo a la muerte, más le temo a la vida”, “Te vas, te vas” de la Sonora Siguaray, “Ya ni llorar es bueno” y otras así por el estilo.

La Mayor Aventura

¡Ir a la piedra encadenada! Aunque alguien te llevara “a petuca”… 

Ya viene diciembre, un año va a morir y otro va a nacer…

Es probable que haya otras costumbres que han sido olvidadas o cambiadas para la fecha de hoy, pero las más ya han sido tocadas en otras oportunidades, sin embargo, hablaremos de algunos temas interesantes que atañen a nuestra historia en otros artículos. Por lo pronto les saludo fraternalmente donde quiera que estén.

Vuestro amigo: José Víctor González


José Víctor González es colaborador de La piedra encadenada.







viernes, 8 de noviembre de 2019

Testigo y sobreviviente

(Poema)

 René Ovidio González

señalaban a sus víctimas marcándoles la cruz homicida

Poco hablé, ciertamente, aquella tarde.
No podía de rencor.
Mudas las palabras rodaban al abismo ruinoso
de miserias temporáneas.
Dioses originarios enviáronme sus códices inveterados
repletos de presagios.
Debía sobrevivir para contar lo sucedido.
Relatar aquella trágica verdad,
guardar las muertes, nuestras muertes,
para que no se repitieran,
para que no pudieran ya matarnos…

Sin yo saberlo,
invisibles a las capuchas tenebrosas,
duendes ancestrales pusieron un manantial de voces
en el cauce de mi sangre plebeya.
Duendes juguetones.
Hadas adorables.
El Ermitaño. La Sihuanaba y El Justo Juez.
Me ofrecieron sus alas de cristal y sus alforjas,
sus caites y sus sombreros de petate.
Que huyera…

Estuve allí:
décimo octavo día del onceavo mes. 1982.
Testigo y sobreviviente.
Mirando sin ver a los verdugos deleznables.
Expuesto a la oquedad siniestra de la Parca.
Les faltó valor para encararme,
a ellos, inquilinos de fortalezas decoradas
con cráneos humanos,
llenas de gritos y torturas;
ellos, con pistolas y fusiles,
con botas lustrosas y uniformes camuflados.

Estuve allí:
al pie de la sierra Tecapa-Chinameca.
Bajo la fronda de aquella vieja ceiba.
Escapé ileso pero herido.
Mi nombre ilegible de víctima repetitiva
se hallaba siempre en sus listados.
Ellos tenían la guadaña sobre un pueblo asediado,
y yo a nuestro favor una esperanza.
Yo tenía una lucha, una batalla que librar,
un poema acusador y universal,
tenía un nombre, y cien y mil:
yo me llamaba Pedro, Félix, Juan y Fidel…

Yo había muerto otras veces.
Caía siempre asesinado en mil matanzas.
Perros famélicos devoraban mis cadáveres desfigurados.
Me llevaban a pedazos volando en sus picos encorvados
las aves carroñeras.
Madres y abuelas me lloraban cada vez.
A cada hijo, a cada hija, dejaba en la orfandad.
Pero no era yo sino todos:
también nos llamábamos Meme,
Orlando, Leónidas, Cirilo, Jairo y Jesús…

Por eso vengo ahora con la palabra antigua,
con el coraje vengo
y el batir sonoro de este caudal de sangre,
con los ríos de mi fuego, ardiente magma,
fluyendo hasta el recuerdo de tanto mártir nuestro,
de cuanto caído de nosotros…