sábado, 19 de diciembre de 2015

Impunidad y religiosidad



       (Opinión)
       René Ovidio González
      Mi hermano Chael fue asesinado el 24 de agosto de 1980. Fue hallado con un balazo entre el cuello y la mandíbula, al lado izquierdo de su cara, en el lugar conocido entonces con el significativo nombre de Callejón de la muerte, a pocos pasos de la comandancia militar local.  Hasta el sol de hoy ninguno de los entes facultados para investigar este y cantidad de crímenes cometidos movió un dedo en tal sentido, excepto uno: el juez de paz de aquel momento, que presumiblemente llegó a ciertas conclusiones, aunque por la situación de guerra y la brutal impunidad el caso de Chael y muchos otros jamás fue judicializado.
      No voy a señalar responsables en la muerte de mi hermano, pues las líneas de investigación son variadas y las pruebas son escurridizas. Resulta inaudito que a muchos años de los crímenes los presuntos asesinos se protejan usando de trinchera nada más y nada menos que… una Biblia. O mediante una argucia que raya en las artes ocultas del ilusionismo: desaparecer sin dejar pistas. Óigase bien: pistas, porque las huellas son ruidosamente evidentes.
      Estos tipejos son camaleones, o pulpos de una rara especie: toman los colores y las formas de su entorno más cercano, se camuflan, se disfrazan, se mimetizan entre la alienación religiosa de las masas. Mejor clasificados, son ratas asquerosas abundantes aquí en Macondo y allá en Yanquilandia. Quienes usan la Biblia de búnker lo saben: basta ponerse los atuendos consabidos: saco y corbata, zapatos brillosos, gafas para simular decencia, un podio lujoso con un estandarte en el que se lea Santo~Santo~Santo~Es el Señor~. Y repetir con frecuencia: «Dios les bendiga, hermanos».
      ¿Que a qué se debe tanta exacerbación de mi parte? Será tal vez el coraje al ver, recién, una fotografía de un exmilico en una pose de sacralidad, en un espacio que al parecer es una «Iglesia», con el escudo protector del  Santo~Santo~Santo~ Es el Señor~. El mismo exmilico que invitó a una amiga allá en tierras norteamericanas a escuchar «la palabra del Señor» que él predicaba. El mismo al que la muchacha respondió con indignación, más o menos así: «Con tanto muerto que debés en El Salvador, ¿cómo puedo creerte?».
      Estos militares tenían licencia para matar. ¿Les habrá perdonado su dios la crueldad contra muchos cristianos muertos por sus propias manos? Es sabido, incluyendo testimonio de uno de sus hermanos, que el militar de la foto mencionada salía a matar comunistas por las noches. Y cuántos recordarán en la ciudad los frecuentes tiroteos nocturnos, en los barrios, en la periferia suburbana, en el parque…
      Por las rendijas de las puertas o por los portillos en las paredes de bahareque, el ojo secreto y aterrorizado de sus habitantes, miraba con asco al individuo que pasaba cubriéndose de silencio, fusil al hombro y paso de hiena ensangrentada. El resultado se intuía ya por recurrente: dos o tres cadáveres en medio de calles o caminos vecinales amanecían sin luz en sus pupilas distantes.
      Pero los pensamientos de los dioses son intrincados, y son tantos ramales que más de una vez se les va chancho con mazorca. No se puede tapar el sol con un dedo, refiere la experiencia. Todas las miles de denominaciones religiosas cristianas son hijas de la gran madre Iglesia católica. Originadas a partir de 1517 en la denominada «Reforma» de Martín Lutero, un sacerdote agustino inconforme con el Vaticano por los abusos y corrupciones que ahí sucedían, es lógico que conserven en su genética la catolicidad de sus orígenes.
      Estaba recordando: leí en un libro bastante documentado que en 1209, en una alianza perversa entre el papa y el monarca francés, treinta mil hombres invadieron la tierra de los cátaros para exterminarlos, en las estribaciones de Los Pirineos, al sur de Francia, por  acusaciones de supuesta herejía. En la ciudad de Béziers un oficial invasor preguntó al representante del papa: «¿Y cómo distingo entre los herejes y los que no lo son?». La respuesta del religioso fue sabia e inspirada: «Mátalos a todos. Dios reconocerá a los suyos». ¿Ummm…?
      La ventaja de los matones como el de la foto aludida, reciclado en pastor evangélico, es que la memoria histórica brilla por su ausencia entre los habitantes del Macondo que ya conocemos. Si nuestra gente no olvida su nombre, mejor: el que creen es su nombre, será porque a cada momento alguien se los menciona. «¿Cuál es su nombre?», requerí un día yo a un señor que inscribía a su hija para la escuela. «Mi gracia es Godo Alfredo», me respondió muy convencido. «¿Está seguro?», interrogué. El hombre juró y rejuró que esos y no otros eran sus distintivos personales. Al examinar su documento de identidad yo supe lo cierto: Godofredo R...   
      Una noche negra como el corazón del ébano e inolvidablemente lluviosa, mientras los truenos penetraban filosos en los oídos y los relámpagos resplandecientes cubrían amenazadores los tejados mojados y las piedras, visité en su antigua casa a un guerrillero conocido llegado a hurtadillas. Era el mes de mayo de 1982. Mi sorpresa fue gigantesca al encontrarlo departiendo alegremente con el milico de entonces y ahora reciclado pastor. Yo me cuestionaba: ¿Qué tendrán en común un militar y un guerrillero? ¿Qué estarán celebrando? Bebían guaro sin ninguna desconfianza…
      ¡Se emborrachaban juntos! Y ya borracho el uno, aparte del otro, viendo mi contrariedad me expresó: «Si te pasara algo, este cabrón sabe que yo en persona vendría a matarlo». Y el otro, casi evadiéndose del primero, quiso explicar infructuosamente lo relativo a la muerte de Chael: «Yo no tengo nada que ver, hace días quería hablar con vos, es Fulano el que dice que tu mamá me acusa». Su aseveración podía significar una advertencia velada, si no un lavarse las manos ante la posibilidad real de una represalia. Su boca expulsaba la materia miasmática que contenía su cerebro. Al calor del alcohol. Ahora estoy seguro que ambos mixtificaban. Y que yo o quizás Chael era tema de sus conversaciones. Ambos se cubrían. Ambos hacían «cosas» juntos. Entre esas «cosas» no incluyo la de chupar, sino otras, otras…
      Pero no era mi mamá quien lo acusaba: don Fulano, juez de paz en ese tiempo, había confiado a mi madre las conclusiones a que llegaron sus pesquisas. Todos los caminos conducían a Roma, según su informe. Transcurrido el tiempo y con más elementos de juicio no estoy seguro de que todos los caminos terminen ahí. Sé que fue uno el que disparó a Chael, por cierto bastante inexperto, pero sin duda tuvo cómplices, que fue un plan elaborado y dirigido por gente curtida en contrainsurgencia, una estructura. Que hubo traición, además. Trabajo de zapa. Un infiltrado, o varios. Que hicieron esfuerzos para engañarnos con coartadas falsas intentando implicar a otros.
      Cuando vi al milico, 33 años más viejo, fotografiado en sus aires de predicador,  despertó mi curiosidad impugnable de si ese matacomunistas habrá referido al dios que pregona todas sus hazañas contrainsurgentes, o si su alma irá a parar junto a las almas de los que despachó de este mundo, y si estando allá esas almas afrentadas no lincharán la suya.
      Supe también que el susodicho guerrillero hizo una visita a don Fulano. De noche, claro está. Que acompañado de un grupo de hombres armados subió como gato al altillo, a la segunda planta, por la parte exterior de la casa. Ningún amigo llega por sorpresa saltando muros. ¿Qué fue a comunicarle? Nunca lo he sabido. Aunque no creo haya llegado a felicitarlo por su cumpleaños. ¿Dónde estará el antiguo dizque guerrillero? Nadie lo sabe. Quizás fue discípulo de Francis Fanci o de Balí. Si acaso murió en la guerra, quién vio, o quién lo afirma. ¿Cuándo pasó? ¿O es otra historia apócrifa igual a la del indio Atonal? Porque las fechas y los sucesos no coinciden: un paisano se lo encontró en un comedorcito de la capital, después de su muerte. ¡Ja, qué estampa más insólita! Pasado un tiempo lo vio en una parada de buses, en el Parque Centenario. ¡Qué fantasma este para ser mago! Ummm… quise decir: vago. Si no murió, ¿qué se hizo y qué siguió haciendo?
      Desde luego: la situación que me ocupa cuando hablo de «el susodicho guerrillero», es una situación excepcional, es una circunstancia concreta de un lugar específico; por tanto no estigmatiza a la gran mayoría de combatientes rebeldes, quienes, dicho sea, merecen mi admiración y respeto. 
      En todo caso, el actual predicador hace borrón y cuenta nueva en su glorificada vida.  Cuenta nueva porque los números contienen demasiadas cifras ya, y hay que empezar de cero. Un soldado de su fe, un cruzado de su dios deberá emular a los inquisidores de los siglos XII y XIII, deberá ser a imagen y semejanza de los súbditos de Inocencio III: el abad Arnaldo Amaury o el fraile Domingo de Guzmán. Arrogantes y déspotas, despreciables criminales a quienes el brazo indulgente de la justicia, aquí en Macondo y allá en Yanquilandia, no ha querido alcanzar. Al fin y al cabo, la famosa cruz y la espada también, símbolos de religiosidad y militarismo invasivo─, llegó a estas sagradas tierras con las velas de las naves de Colón, junto a los inquisidores… 
    
    Los autores de tantos crímenes atroces podrán invocar al despiste de cara a un pueblo olvidadizo, pero los afectados no padecemos de amnesia, la realidad vivida ha quedado sellada con fuego. Podrán con ardides seguir utilizando la Biblia y la denominación religiosa que sea ya se sabe que tienen miles de opciones para seguir haciendo creer a la gente, cegada por el artificioso esplendor de su verborrea, que son intocables pues «si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?». Pero jamás podrán esconderse de la ley natural de la compensación. Yo le llamo la ley del boomerang. No hay eximente. Qué  maravilloso.                                                                                                                                                            

Diciembre 8 de 2015.




martes, 10 de noviembre de 2015

A la medida del capitalismo


                                                                                                   
              (Opinión)
         
               René Ovidio González
      
            A diario se intenta establecer corrientes de opinión para incidir en el ánimo del público, y es difícil, ciertamente, dilucidar si las aseveraciones son reales o si, por el contrario, son simuladas. La gente tiene la tendencia de “cuadricular” a un individuo, a menudo por lo que dice a secas, creyendo que lo que dijo lo dijo bien o lo dijo mal y no por lo que dice entre líneas. También se “cuadricula” por lo que unos cuantos dicen que ha hecho, pero aún más por lo que aquellos “con mayor calificación” que las plebes expresan de tal o cual personaje ya sea de la farándula, la política o el deporte. Y más cuando se trata de medios noticiosos “especializados”…
            Así, el mundo entero caracterizó a Osama Bin Laden como el carajo más odioso y el mayor de los matones planetarios, pues los señores de la guerra así lo pintaron. No se llama Osama eructaban ciertos predicadores evangélicos desde sus púlpitos, su nombre es Osodia. Hoy sabemos que ese “odioso asesino” fue vástago bastardo de los que por su imperialismo militar y económico se autoproclaman dueños del universo. En otro momento un presidente yanqui, Franklin D. Roosevelt, refiriéndose al dictador dominicano Leónidas Trujillo dicen que dijo: “Sé que es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Por supuesto: lo anterior pudo haberlo dicho igual de cualquiera de los Somoza. O del dictador Hernández Martínez. Sin embargo aún en nuestros días hay quienes añoran el somocismo en la patria de Rubén, y el trujillismo por allá o el martinismo por acá…
      Enrúmbense las miradas hacia el sur. Quién no recuerda al general Manuel Noriega, enarbolando un agresivo machete, golpeando furioso el podio desde donde proyectaba sus discursos antiimperialistas. ¿Actuación? ¿Seguía Noriega como buen histrión el libreto de un drama Made in USA? El mundo sabe hoy que Noriega era así (vean esos dos dedos índices apareados) con los norteamericanos. Y se preguntarán por qué el General ha estado preso tanto tiempo. Elemental y diáfano: mal paga el demonche a quien bien le sirve.
     Regrésese en avión y aterrícese en Macondo, llamado El Salvador, un paisito de Centroamérica. Poco más de la mitad de la población pensó, durante la campaña proselitista de 2014 y a pesar de la forma como lo “cuadriculaban” los medios, que el candidato “de izquierda” a la presidencia de la República, iba furibundo (colocarse bien los lentes: se lee furibundo no Farabundo), con un mazo de decisión y honestidad, con los cañones de la eficiencia y la justicia, a demoler los muros que tienen confinado al pueblo del Macondo en mención. Similar pensamiento colectivo envolvía cual manto sacro a la “dirigencia” del “partido”. Las agresiones sistemáticas de parte de medios impresos, o las tretas de corporaciones televisivas salvadoreñas, creando una relación mediática que les endilgaba conspiraciones junto al gobierno bolivariano, sugerían que él y su “partido” eran quienes debían ser: liberadores de este miserable pueblo hambriento de cambios y de verdadera democracia.
       Quienquiera sabe ahora, sin necesidad de forzar su entendimiento, que agresores y agredidos caminaban por el mismo andén, igual a una pareja que deambulara sonriente por el parque o la playa, manoseándole la retaguardia el uno a la otra; no cuesta imaginar, dada la variedad de indicios, que hoy los feroces rivales retozan gozosos, extasiados de felicidad: mordisquean de la misma guayaba. La agudeza de la disputa resultó fingida, pues las cartas habían sido echadas. ¿Y las plebes, qué?, creciéndoles las barbas, todavía esperando que san Juan baje el dedo y entonces lleguen los cambios prometidos. Ni aún teniendo escaso coeficiente intelectual se dejaría de inferir: el señor mandamás y su “partido” están construidos a la medida exacta del capitalismo.
                                                                                                                                                                                Octubre 10 de 2015.

sábado, 24 de octubre de 2015

Borregolandia


         (Cuento)
         
         Fredis González
      
      Era un pueblito muy pintoresco situado en la zona costera del país, sus ciudadanos vivían de lo que hubiera chance y chance casi no había porque ya todas las plazas estaban ocupadas. El nombre de Borregolandia lo obtuvieron por decreto legislativo varios siglos atrás, debido a que por su plaza central se paseaba a sus anchas todo el tiempo una manada de burros que entraban y salían como Pedro por su casa y algunas veces entraban y se quedaban por tiempo indefinido y una vez dentro nadie se atrevía a sacarlos porque quien quisiera hacerlo se exponía al escarnio público ya que los burros eran considerados sagrados en aquel bonito pueblo, al igual que las vacas en la India, con la única diferencia que hoy en Borregolandia las vacas producen leche y carne para el sustento de los ciudadanos y los burros en cambio lo único que logran es que los ciudadanos se contagien con sus burradas.
      Las fiestas religiosas de aquel pueblo eran muy alegres, lo mismo las fiestas deportivas con equipos de muy buena casta de los que los poblanos se sentían altamente orgullosos; cuando se realizaban las fiestas patronales o lo mismo cuando se efectuaba un encuentro deportivo, la gente se ponía sus mejores parches para asistir, parches que compraban con el dinero que les sobraba o quizás que les faltaba después para comprar frijoles, porque es cierto, eran tan adeptos que se quedaban hasta sin comer por asistir a uno de tales eventos; todo esto provocaba una gran algarabía pero lo que más alboroto hacía eran las elecciones, ya fueran estas presidenciales o municipales o bien elección de la reina de los festejos no importaba, lo bueno era que habrían elecciones y aquello demostraba que el pueblo estaba evolucionando, que ya no era el mismo de antes porque ahora sabía utilizar los instrumentos que la democracia le proporcionaba, no importaba que los candidatos o candidatas fueran los mismos y las mismas (me provoca estrés esa nueva denominación de géneros) de siempre y que las elecciones se hubieran convertido en una rueda de caballitos en la que se subían unos y otros por turnos.
      Y cuando alguno se emborrachaba de tanto dar vueltas y de tanto tomar (lo que no le pertenecía) el que más aguantaba (el más descarado diría yo) se quedaba por más tiempo y ya sabía que el candidato o candidata para la próxima elección sería él mismo o ella misma y que solo bastaba con regar la bola que el pueblo ya no lo quería por corrupto, porque parece ser que al decir que un candidato es corrupto eso produce un estado de frenesí en las masas adormecidas con el brebaje de la demagogia y les eleva la adrenalina y terminan idolatrando al corrupto, al fin y al cabo ya la cúpula partidaria había dictado su sentencia: “el candidato es el mismo”… y no se podía contradecir la orden, había que seguir la línea y todo aquel que se opusiera se convertía en piedra de tropiezo y tendría que ser eliminado a como diera lugar porque ya lo decía la Biblia: “Ay de aquel que haga tropezar a uno de mis pequeños, más le vale que se cuelgue una piedra de molino al cuello y se arroje al mar”…muchos estaban dispuestos hasta a darle una ayudadita al desdichado.
      En fin, volviendo al tema de Borregolandia, en tiempo de elecciones solo había que regar la otra bola que el candidato esta vez sería don Bernabé R. y luego después desvirtuarlo diciendo que dicho señor estaba loco y que “¿Quién quiere a un loco en ese puesto?”. Estos rumores tenían que llegar a oídos de todo el mundo pero no a los de don Berna, como se le conocía, pues él era una pieza esencial en el engranaje para que la maquinaria siguiera funcionando y con la ventaja que no cobraba ni un céntimo; solo era necesario hacerle unos pequeños sobornos al cura del pueblo diciéndole que se le remodelaría la iglesia que tan diligentemente pastoreaba y en la cual a su vez por influencia de los borregos mayores él se estaba convirtiendo sin darse cuenta en un verdadero déspota con sus feligreses, él mismo decía en sus prédicas: “¡Dios tarda pero no olvida hermanos y cuando sea el día del diluvio de fuego, en la nave de Noé no se permitirán burros!”



Fotografía: de Wikipedia, "la enciclopedia libre".



Fredis González es colaborador de La piedra encadenada. 


         

sábado, 10 de octubre de 2015

El día que llegó Cirilo


          (Relato)
     
          René Ovidio González

        Nos reuniríamos en aquella casona antigua que estaba por La Fuente, al rumbo por donde sale el sol, pasando la calle. El compañero que me avisó del encuentro pidió estricta discreción al respecto. «Viene Jehová Márquez Lizama», me informó con aires de misterio. ¿Qué clase de dirigente era aquel que debíamos cuidar celosamente? ¿Quién sería ese Jehová mentado? ¿Su distintivo de deidad suprema era real o ficticio?
       La estampa del joven que entró saludando a medio mundo igual si saludara a viejos conocidos está nítida en mi memoria. Tomó asiento frente a nosotros, cinco o seis asistentes, estudiantes todos de bachillerato. Antes, había sacado su arma: metió su mano bajo la camisa que andaba por fuera, en un movimiento rápido y seguro, ensayado quizás, y puso la nueve milímetros en la mesita de enfrente.
       Por su aspecto de muchacho muy bien tratado, nadie hubiera tenido asomos siquiera de imaginar lo que él era. No sé si a estas alturas del tiempo transcurrido yo altere sin intención las percepciones vividas, pero puedo asegurar que lo vi pasadito de libras. ¿Y este gordito es guerrillero?, pensé. Las dudas brotaban de los ímpetus de mi entender impaciente.

       «Soy Jehová, supongo les habrán informado», dijo de romplón. Y prosiguió aclarando detalles.

       Explicó la coyuntura social y política del país. Criticó la injerencia descarada y siniestra de los yanquis. Y defendió el derecho de organización de la gente. En breves momentos yo advertí su desarrollo intelectual y su audacia. Mientras él hablaba, y para sorpresa unánime, en la emisora La voz del litoral comenzó a oírse aquella canción de Los de Palacagüina:
                   
                     La tumba del guerrillero dónde, dónde, dónde está.
                    Su madre está preguntando, nadie le responderá.
                    La tumba del guerrillero dónde, dónde, dónde está.
                    El pueblo está preguntando, algún día lo sabrá…   

       «Esa va para nosotros», dijo Jehová sonriendo. «Qué a propósito de la reunión, ¿no les parece?»

          Se despidió, argumentando que tenía otra obligación trascendente. Tomó el arma, la colocó en su sitio y se marchó. Nosotros dimos continuidad a la sesión…
      Años después yo había de recordar aquellos tiempos pretéritos, cuando una noche al escuchar la radio de los rebeldes supe la nefasta noticia. La radio daba a luz un parte de guerra de la Comandancia General, en el que evocaban a combatientes caídos en las últimas batallas contra el ejército de la dictadura. La voz pastosa del locutor detonaba sin prisas las palabras, lastimadas pero firmes. Leía nombres de pila  y seudónimos:
   
       «Compañero Jehová Márquez Lizama, comandante Cirilo: ¡Hasta la victoria siempre!»

       Desde entonces yo busqué la canción de los músicos nicaragüenses para guardar ahí el recuerdo. Ahora, cuando el tiempo inexorable empieza a teñir de blancura mi ideario, surge la sinfonía de imágenes, brota de los ríos inagotables de la memoria y se conjuga en el aire añejo de aquella casona antigua, que ya no es. Y al cobijo de las ceibas ancestrales y por las calles inveteradas del pintoresco barrio retoñan las notas musicales, los ritmos, los ecos que desde el ayer, el hoy, y el siempre escoltarán al compañero Jehová, o Cirilo, comandante insurgente… 

La tumba del guerrillero dónde, dónde, dónde está.
Su madre está preguntando, nadie le responderá…
La tumba del guerrillero dónde, dónde, dónde está.
El pueblo está preguntando, algún día lo sabrá…
  
       Uno no muere por completo mientras haya alguien que lo recuerde. Honor a los héroes de esta tierra.



lunes, 7 de septiembre de 2015

La catorce


          (Relato)
     
          René Ovidio González
     
     Yo estudié en La Catorce. Mi familia vivía a unos cuantos pasos, cruzando la calle, de la entrada norte. Un inmenso portón de madera se abría temprano de la mañana para recibir a los chicos. No había chicas: era la Escuela de Varones “14 de Diciembre de 1948”. Esta fecha rememoraba lo que en tiempos pasados y presentes fue y sigue siendo una práctica común, un golpe de estado comandado por un tal Oscar Osorio, coronel del ejército que se convirtió así en hombre fuerte del gobierno.
     En 1966 inicié mis novedosos afanes escolásticos. Tuve suerte. A muchos años de distancia paso revista mentalmente a lo acaecido, y me siento privilegiado. Berta Alicia Amaya, maestra especialista en enseñanza de lecto-escritura hizo mi bautizo como estudiante. Era una maestra dedicada y muy cariñosa. En pocas semanas yo descubría un nuevo mundo, no el invadido por Colón, sino uno nuevo de verdad: el de las palabras escritas, palabras danzantes y felices coqueteando frente a mis ojos.
     Un día yo dibujaba un precioso gato que había sido colocado en la pizarra. Otra profesora llegó y al percatarse de la fidelidad de mi dibujo se lo hizo notar a la señorita Amaya. Mi maestra con satisfacción imposible de ocultar le expresó: “Este niño es mi artista”. En cierta oportunidad mi papá y mi mamá conspiraron en mi contra: me pidieron le llevara flores a mi mentora en ocasión del día del Maestro. Yo empecé a llorar, pues eso era, desde mi cabecita de niño pobre, bastante incómodo para mí. Entonces apareció don Jorge Vargas Arévalo, el director, salió a mi encuentro y me animó con mentirillas a llegar adonde se encontraba la sonriente maestra.
     Tanta historia guardada y en peligro de extinción, pues nos hacemos viejos cada vez y nos morimos con los recuerdos atados al ataúd. Una magnífica maestra me impartió clases después. Hablo de la joven Sonia del Carmen Bran, en tercer grado Es extraño: de segundo grado no tengo memoria alguna, ¡vaya usted a saber por qué!. El recuerdo que vive en mí es el de una muchacha hermosa, amable, pulcra en su forma de vestir, usaba sus medias siempre, sus zapatos de tacón alto, sus labios rojos por el lápiz labial… Cuando ella bebía el agua de un impecable vaso de vidrio, sus labios quedaban delineados en la orilla del vaso, y a hurtadillas yo con mi inclinación hacia el arte de pintar, auscultaba las líneas, las luces y sombras de aquellos labios sellados en el vidrio…
     La Catorce, como todos la llamábamos, era un emporio de grandes mentores, de su fama de entonces, por la calidad de enseñanza impartida, nadie se atrevería a dudar. Estaba ya en cuarto grado. Fue por aquellos días que con alegría conocí a un Ministro de Educación y que después supe era un buen escritor: Walter Béneke. Fachito Méndez, mi compañero, llegó a mi casa dando muestras de cansancio por la carrera que llevaba, por el esfuerzo: “Manda decir don Amílcar que te presentés a la escuela…” Don Amílcar Víctor Amílcar Velásquez, era nuestro profesor. Inolvidable persona. Él quería que yo estuviera durante la visita del Ministro, pues yo ese día no asistí a clases. Don Amílcar me brindó esa oportunidad: conocer no solo a un Ministro, sino al primer escritor del que yo tendría noticias. Transcurridos los años me topé con obras suyas: Funeral home, El paraíso de los imprudentes… El Sr. Béneke fue asesinado tiempo después, igual que don Jorge Vargas Arévalo, arrastrado por la ola de violencia que desde siempre abate a esta nación.
     Desde luego, la violencia es una predisposición innata en el ser humano. Mario Torres era mi compañero de estudios. Había entre nosotros otro chico de apellido Joya. Perdónese el olvido, pero no he podido dar con su nombre a pesar de que era alguien muy llevadero, amistoso. Esa vez vi a Joya que se inclinaba hacia adelante, y vi luego chorros de sangre que corrían por su rostro, cayendo en cascada sobre sus ropas…Es que venía de un altercado con Torres. El último sacó de su bolsillo una gillette y con ella había propinado la herida en la frente a su condiscípulo. Por la habilidad de Joya al evadir el navajazo, este solo fue superficial. Mario Torres fue reprendido como correspondía.
     En ese año sucedió la mal llamada “Guerra del fútbol”. Pusieron a pelear como gallitos chingueros a dos pueblos hermanos, todo por sacar ventajas políticas y económicas. Esa desdichada guerra que afectó a salvadoreños y a hondureños nada tuvo que ver con el fútbol, ni con El pájaro Picón. A propósito, la música de entonces estaba exenta de chabacanadas. Las canciones de moda eran: La pareja y el famoso porro de Pedrito lindo.
     Lamentablemente este espacio es demasiado limitado para relatar todos los sucesos que todavía pululan en los vericuetos de los caminos cerebrales, relativos al cuarto grado de don Amílcar, y también al quinto grado de la excelente doña Mary, o al sexto grado de don Beto, a quien considero un héroe personal.
     Estábamos ya en 1970. Ese año, el 13 de junio, abandonó el mundo de los vivos Alfredo Pineda Alemán, mi abuelo materno. La clase de la maestra María de los Ángeles Flores doña Mary, había impuesto una cuota de diez centavos cada semana para fondos del grado. El recaudador era el compañero José Ildefonso Cruz. Cuando Foncho se detuvo junto a mi pupitre, ella le hizo una señal de “Sigue. No tiene dinero, su proveedor ha muerto”.
     Una vez, doña Mary se ausentó durante unos minutos del salón de clases. Foncho era el estudiante de mayor edad en el grado, y el muy pícaro, se percató de un libro que la profesora dejó sobre su escritorio. Lo abrió y sus ojos se iluminaron, emitió un gritito que a todos nos dejó en suspenso, nos abocamos en derredor y ¡vaya!, era un libro de posiciones sexuales, lo que según mi entender llaman Kamasutra. No era vulgar pornografía, simplemente era un libro con un punto de vista científico…La pasábamos de maravilla, nos divertíamos. Foncho era el más exaltado…
     De pronto, ante el terror de todos, la profesora entró por aquella puerta traicionera, que no avisó de su presencia. “¿Y a ustedes quién los autorizó a que vean ese libro? A ver, ¿quién fue el inventor?” Todos volvimos la vista al pícaro mayor, a Foncho.  La maestra avanzó queriendo disimular una sonrisa y tratando de mostrar enojo. Arrebató el libro a Foncho, le miró de frente y dijo: “Tú ya eres mayorcito, ¿quieres llevarlo y echarle una ojeada?” Foncho no hallaba qué responder. “Llévatelo y lo lees”, dijo ella. Nosotros bien calladitos nos hacíamos los suizos en nuestros asientos.
     El suceso del año fue el torneo de fútbol mundial en México. En esta competencia universal participó el más destacado deportista local, deportista insuperable hasta hoy día. Es natural que estuviéramos felices por el acontecimiento. Aunque sufrimos tres derrotas al hilo frente a Bélgica, a la Unión Soviética (Rusia) y al equipo anfitrión.
     Pienso que se va comprendiendo por qué al principio de este relato, acerca de la Escuela de Varones “14 de Diciembre de 1948”, yo dije: “Tuve suerte” o “me siento privilegiado”…
     Llegamos a sexto grado. Por años el docente calificado para este grado fue don Facho Eufrasio Méndez, era muy persuasiva la temida Carrera del mono aplicada por don Facho a los escolares infractores. Pero por algún motivo jamás explicado, se nos asignó a don Beto Herbert Gilberto Flores Joya. Con don Beto hicimos excursiones fantásticas. Visitamos un apiario en una finca de la sierra, jugamos fútbol allá arriba. El viaje lo hicimos a pie, sirviéndonos de guía Carlos Orlando Arguera, estudiante conocedor de territorio y atajos serranos. Eran épocas cuando no había tropiezos por las calles de El Salvador, uno podía ir y venir sin contratiempos ni peligros.
     “Ve a mi casa”, me decía don Beto. “Dile a Nohemí que vas de mi parte”. La familia de mi maestro vivía a media cuadra del entonces Telégrafo. Esquina contigua a la tienda de don Roberto Lozano, es decir, a unas tres cuadras de La Catorce, buscando al oriente. Yo llegaba y repetía al pie de la letra el mensaje: “Vengo de parte de don Beto”. La señora, que también era profesora, me invitaba a pasar: “Espera un momento”. Buscaba por allí y luego me entregaba un corte para pantalón, o una camisa, o zapatos… ¡Carajo!, yo regresaba feliz con aquel tesoro a dar la buena nueva a mi casa.
     Cierta vez llegaron unos señores de camisas mangas largas y corbatas. Entraron unos minutos al grado de don Beto, se identificaron como funcionarios del Ministerio de Educación. Preguntaron quiénes de nosotros estudiaríamos el séptimo grado. Solo yo no levanté la mano. Ellos tomaron nota y se marcharon. A los toques de campana para el recreo, don Beto se acercó a mí: “Quédate un momento”, dijo. Me quedé y él me interrogó: “¿Por qué no levantaste la mano? ¿No vas a estudiar? Dile a tu papá que yo te voy a dar los libros de TVE, te voy a dar el uniforme…” y remachando su ofrecimiento: “¡Tú no puedes dejar de estudiar, sería un desperdicio!”
      Se avecinaba el año 1972 y había que pasar a lo que recién se denominaba “Plan Básico”, dirigido por otro maestro de maestros: don José Napoleón Martínez. Plan Básico que cambió su nombre a “Tercer Ciclo de Educación Básica”, y que optó por un apodo conveniente: “Roberto Edmundo Canessa”, en recuerdo de un excanciller de la República y también excandidato presidencial, asesinado antes de tiempo.
     Don Beto cumplió a cabalidad su ofrecimiento. Tal vez hoy ya no lo recuerde, ¿habrá ayudado a muchos de la misma forma que a mí? No lo sé, pero intuyo que así fue. Él para mí es un héroe que me abrió las puertas a un futuro digno y honrado. Él me dio el impulso que yo necesitaba. ¿Habrá maestros de esa misma estirpe hoy día? Es probable. O tal vez no, pues es muy difícil alcanzar ese estadio.  ¿Habrá centros educativos con el nivel académico y la eficiencia de La Catorce de los años sesenta y setenta? Esa es la pregunta del millón. Esta es la historia. Esta es mi historia y la de muchos que con orgullo sano decimos y diremos: “Yo estudié en La Catorce”.  La Catorce de don Jorge, la de don Facho, la de don Amílcar, la de don Beto, la de grandes maestras: Berta Alicia, Sonia del Carmen, María de los Ángeles... Esta es una historia que no morirá ni aunque la maten.



sábado, 20 de junio de 2015

En junio


           (Cuento)
           René Ovidio González

          No se explicaba por qué el deseo de mantenerse metido en la cama a pesar del insomnio. La tibieza de las almohadas lo tenía petrificado en un sopor de pensamientos inexplicables. En el rincón de su abandono, cruzaban por su memoria las notas de aquella música remota de tiempos pretéritos vividos junto a ella.
          Afuera la vida se simplificaba: aquí, la ansiedad de sentir caer y caer la lluvia del veinte de junio ―había llovido toda la noche―; allá, la extensa playa entumecida por el frío de la madrugada; enfrente, el mar −inmenso y misterioso− reflejando apenas la palidez de la aurora que asomaba por el oriente; y más allá, lo ignorado…
         Como impulsado por un resorte, se incorporó tratando de atravesar con su  mirada la escarcha adherida a los cristales de  su ventana. Movió la perilla y un airecillo húmedo penetró en la habitación. Fue entonces que sucedió:
          
          ―¡Es ella…! ¡La playa! ¡La playa!
          
    Tomó ansioso su vieja bicicleta y corrió hacia la playa obsesionado por el recuerdo: acostumbraban caminar por la arena, descalzos y abrazados. Hacía ya tanto tiempo. Iba aturdido por aquel impulso repentino. La extensa playa, entonces, le pareció muy pequeña para su locura. Vio a la chica sentada, sobre las oscuras rocas que recibían impasibles el embate de las olas:
          
             ―Sabía que estarías aquí― dijo.
       ―Y yo, sabía que vendrías― le contestó ella. Y entregándole un barquito de madera:―Es para ti ―agregó―. Lo hice yo misma.
           ―Lo llamaré “Libertad”― replicó él tomándolo entre sus manos−. Sí: Libertad…
       Ambos deambularon por la arena, descalzos y abrazados, traspasando los límites del recuerdo. A lo lejos se oía una canción de Perales…


viernes, 5 de junio de 2015

Rumbo


(Poema)

Omar Gabrielí

Sobre el camino aquel que marca nuestra ruta
encontraré la huella del pecado,
y descansaré a la sombra de aquel árbol
del cual aspiro el aroma de su fruta.

Recorreré el camino que yo mismo
un día le di a la barca de mi vida
sintiéndome culpable en la caída
de mi conciencia en el fondo del abismo.

“Y observaré la vida del que ignora
y escucharé el lamento del que llora
sobre los filos de aquella piedra bruta…

Cincelaré un destino más propicio
y en vez de caer al precipicio
cruzaré el camino que marca nuestra ruta…”



Ilustración: Dibujo libre de una obra de Picasso: Mujer sentada.


Omar Gabrielí es colaborador de La piedra encadenada.

miércoles, 20 de mayo de 2015

¿Quién es poeta y quién no?


(Opinión)

René Ovidio González
     
    Recién escuché afirmaciones respecto al tema que me hicieron reflexionar. Quien las pronunció es alguien versado en culturología y, además, importante columnista en un periódico digital. “Aquí solo hay tres poetas”, me dijo, y acto seguido mencionó a quienes él considera los únicos vates surgidos de la sagrada tierra Lenca. Horas más tarde, reunidos en su casa de habitación y estando presente uno de los seleccionados por su ojo clínico, volvió a manifestar su percepción acerca de los creadores, agregando, no sé si en broma o en serio, las cualidades que los convertían en elegidos por los dioses.
     Siempre es útil primero pensar lo que se va a expresar. Roque Dalton expresa así lo que piensa: El poeta es tal porque hace poesía, es decir, porque crea una obra bella. Las cualidades que el amigo versado en culturología ve en los aludidos escritores se relacionan a, por ejemplo, publicaciones en su haber, inclusive, alabó el hecho de que a uno de ellos “ya la DPI le publicó un libro”. Otra de las cualidades es sufrir el clima de San Miguel, ni nos imaginemos el de Santa Rosa de Lima, un infierno insoportable. Y el otro aspecto es la forma de vender su poesía, es decir, la distribución, pues un miembro del trío poético lo hace en puestos de mercado, en buses y en otros sitios donde concurre la gente. Roque nos sigue hablando: Mientras haga otra cosa será todo lo que quiera menos un poeta. Por si no se entiende yo descifro: será vendedor, será superhéroe por soportar la rudeza del clima, será peón con suerte al lograr que la DPI le publique, será todo lo que quiera
     No deseo por ningún motivo demeritar a los poetas a quienes se da el aval como tales. Tampoco es cierto que esté enfadado por la exclusividad. Solo he de exponer mis puntos de vista que no necesariamente han de ser unánimes. Todos en este Macondo sabemos cuan maleables son los trucos para publicar. Y si la publicación es por cuenta propia lo necesario es el billete y no la calidad. Conozco a un “poeta” que cumple con suficiencia las condiciones apuntadas y, no obstante, yo pudiera catalogarlo como un imitador, y pésimo imitador, por cierto. Pero vende y los estudiantes lo leen. Entonces ¿quién soy yo para descalificarlo?
     Manlio Argueta, gran novelista, ante una sospechosa ausencia suya en un “estudio” hecho por un experto analista-escritor acerca de la novela salvadoreña, nos decía: Es que ese fulano me tiene mala leche… (UES-FMO, noviembre de 2000) No por esa omisión Manlio dejó de ser de los mejores novelistas salvadoreños.
     Más allá y dispensen el símil por lo descabellado: a Horacio Quiroga, intelectuales de su país integrantes de una comisión gubernativa le rechazaron su obra “Cuentos de la selva” por adolecer, según ellos, de errores gramaticales... Por su parte Gabriel García Márquez se llevó una desagradable sorpresa cuando la Editorial Losada de Buenos Aires le denegó la publicación de su primera novela “La hojarasca”, por no cumplir los cánones de calidad requeridos: “…me enfrenté sin testigos a la noticia escueta de que La hojarasca había sido rechazada…” (Vivir para contarla, pág. 489, Editorial Norma, 2002) El mismo editor que rechazó La hojarasca “Guillermo de Torre, había rechazado los originales de Residencia en la Tierra, de Pablo Neruda, en 1927.” (Vivir para contarla, pág. 490, Editorial Norma, 2002).
     Horacio Quiroga está considerado un maestro del cuento latinoamericano. García Márquez y Neruda ganaron el Premio Nóbel de Literatura en distintos momentos.
     Debo ser sincero: de uno de los bardos de esa trinidad jamás he leído poema alguno, ni lo conozco, por tanto y en consecuencia, no puedo emitir juicio acerca de su trabajo. Entiendo que entre él y yo hay una diferencia notable: él ha regresado del extranjero donde vivió, mientras yo nunca he salido del oriente salvadoreño, “de Santa Elena a San Miguel y de San Miguel a Santa Rosa de Lima”, tal como debió decir en una oportunidad mi amigazo Sebastián Zepeda, que vive en Londres hace ya 35 años. O sea, pues, que la condición de trashumar el infierno insoportable la cumplo a cabalidad.
     Con otro de los integrantes de la tripleta nos unen tiempos inmensos de conversaciones, infinitas tazas de café, recitales, llamadas telefónicas hasta bien entrada la madrugada. Bastante blablablá. Pero también ediciones de trabajos suyos y míos; y en mi caso, algunas de esas ediciones elaboradas con mis únicas dos manos, artesanales, y ventas de opúsculos, aquí y allá: en Escuelas, Institutos Nacionales, Universidades, en la tiendita del Museo en Perquín, y por otros rumbos. Cumplo así otro de los requisitos. Con este miembro de la tripleta tengo una insólita diferencia: él tiene cuenta de facebook y yo no. La autopublicidad hoy día es factor decisivo.

       Ahora debo socializar otra verdad: el versado en culturología, el del ojo clínico, no ha leído mi poesía ni mi narrativa. Es que pasa lo siguiente: no tengo ejemplares de mi obra. Todo lo artesanal lo vendí o lo regalé, o tal vez lo devoraron las polillas o las cucarachas que abundan por estos lares; quizás no tuve la fineza de imprimir en papel mis textos o mis poemas (¡Qué atrevido soy al llamarlos así!) para entregárselos. Tampoco le pedí nunca su correo electrónico para enviárselos. No obstante, en junio de 1999 el amigo del ojo clínico escribió un comentario que transcribo: Que el fuego… es poesía a mi entender de un romanticismo inveterado de los líricos, pero no nos confundamos, por sus ideas corre una ideología épica. Se refiere a mi poemario “Que el fuego concluya su misterio”. Por otro lado, me es imposible acceder a la DPI. No digo el porqué pues alguien podría acusarme de lo que le dé la gana…
     Hace poco yo hacía una broma en una reunión. En mi trabajo de docente. Retomaba una frase que escuché en un diplomado sobre literatura salvadoreña al que asistí: Todos somos poetas hasta que no se demuestre lo contrario. Hoy le doy vuelta a la idea: Nadie es poeta hasta que no se demuestre lo contrario. Y vaya, yo sí puedo demostrarlo: ahí están mis escritos, multitud de poemas (y cuentos, que si llevan poesía me convierten en poeta, ¿o no?) que esperan haya un tan solo crítico literario que los analice, desde luego, ese crítico deberá tener las credenciales morales y prácticas. ¡Quien se sienta “crítico literario” que aviente la primera… lo que quiera aventar!
     Puedo probar que al menos a uno de los tres vates Lencas lo superé en un certamen literario. Él incluyó sus poemas participantes de ese certamen en un libro, y lo dice: Mención honorífica, y yo tengo el diploma de Segundo lugar firmado y sellado por las autoridades, de en aquel entonces CONCULTURA, que confirman mi aseveración. Y si hubiera registro histórico, quienquiera se toparía con el hecho demoledor de que esa vez la doctora Matilde Elena López fue parte del jurado calificador. El mismo escritor, tiempo después, siempre pasado de copas, visitaba mi casa para que le “viera” los poemas que él escribía en cualquier esquina o en cualquier andén de una calle cualquiera de cualquier ciudad.
     El hecho que haya más de uno que se haga pasar como poeta no siéndolo, que algunos hagan uso de falsificaciones, o que haya jóvenes plagiarios que ganan juegos florales, no significa que, escondidos por la indiferencia lectora del pueblo, por el mercantilismo de esta sociedad hostil y peligrosa, o por los círculos plagados a veces de falsa intelectualidad, no haya poetas de verdad. Limitar el estrado a solo tres es aventurado y me huele a formación de argollas, exactamente iguales a las repudiables argollas políticas de las que estamos asqueados en esta tierruca de cañales en flor, paraíso de abundantes miserables que cada vez renacen miserables.

San Miguel, Mayo 12 de 2015.

DPI: Dirección de Publicaciones e Impresos, dependencia de la Secretaría de Cultura de la Presidencia.
UES-FMO: Universidad Nacional de El Salvador. Facultad Multidisciplinaria Oriental.