(Cuento)
René Ovidio González
Lindaclari, sí. Ustedes debieron
verla. Apenas ha saltado el valladar de los cuatro eneros. De tez morena clara,
destaca en su carita la vivacidad de un par de hermosos ojos bajo el arco de
las crespas pestañas. Su naricilla fácilmente delineable compagina con los labios
de carmín natural, acentuando la menudez de su boca. Un sinnúmero de gajitos de
cabellos castaños cuelgan sobre sus hombros.
Si la hubieran visto: se acercó con
tiento, retenía el aliento y sin esperar la cuenta regresiva inició el ataque.
Soplaba con el ímpetu que a sus pulmoncitos era permisible. Quería apagar una
lucecita que acaso segundos atrás, se moviera sin rumbo aparente. Nunca nada la
cautivó así, ni cuando el elefante del zoológico, grande y torpe; ni cuando los
tigres del circo, a los que su ingenio infantil calificó de “gatitos pintados”
e insistía en llevarse uno a casa…
Aquella vez la casa toda era
penumbras. Una lucecita comenzó a desplazarse con intermitencia. Proyectábase
la mínima luz e iluminaba su entorno por breves instantes. La chiquilla reparó
en aquel inusitado suceso: ¿Quién está alumbrando?, preguntaba a media voz,
casi en un monólogo. ¿Quién alumbra? ¿Una estrellita dormida?, y repetía
esperando que si casualmente fuese un fósforo, este respondería que no era
estrella ni nada…
Quiso averiguarlo a riesgo propio. Se
puso quieta como para aclarar sus ideas. Tenía frente a sí el misterio y,
resuelta, se inclinó cuanto pudo (pues ahora la luz yacía en el suelo), y
soplaba con fuerza cada vez esta encendía. Ella deseaba apagarla, como solía
ver a otras niñas apagar las velitas del pastel de cumpleaños. No podía
imaginar que solo se trataba de una frágil luciérnaga…
Al cabo de corto tiempo abandonó su
empresa, no sin antes satisfacer sus indagaciones: Que si las luciérnagas
tenían foquito, que qué comían y que dónde aprendieron a volar; que si les
gustaba jugar con muñecas igual que a las niñas, que si tenían papá y mamá y si
iban al kinder… Porque Linda Claribel es una niña elocuente, suelta en el
hablar, preguntona. Se levantó, pues, y se olvidó del asunto, con esa pureza de
pensamiento y transparencia de corazón exclusiva de la infancia.