(Cuento)
Omar
Gabrielí
Continuación...
Tenía don Fidel instalado en lo más alto de
su casa un altoparlante con el cual de cuando en cuando anunciaba sus productos
y uno que otro fallecimiento acaecido en el pueblo, con el que hacia la
competencia al Padre Rodas... En una que otra ocasión nos deleitaba poniendo
música de moda por aquellos años. Así, era normal que algunas noches nos
acostáramos con una buena serenata, emanada de aquella vieja radiola con su
tocadiscos long play, ya que por esos días el audio casete y el CD eran asunto
de ciencia ficción; ahí, canciones como: "Amor de pobre", "He
perdido una perla", "Los aretes de la Luna", "Celoso";
y ahí fue donde por primera vez escuche esa canción titulada "El sube y
baja" (esa que dice: "A donde Irán los muertos quien sabe dónde
Irán"). O bien despertarnos con aquel porro titulado: "Te bañas
Pedrito lindo".
Eran contadas las casas del pueblo que
gozaban del privilegio de tener radiola y televisor de tubos...y esta era una
de ellas.
Por la bocina se escuchaba el anuncio
de las pastillas “cataratas”, chispa del Diablo, y hasta ese mortífero veneno
que llevaba el nombre de paratión... (productos estos destinados a fines
específicos pero que lamentablemente algunas personas les daban otros usos...)
No faltó el desdichado que por alguna
desesperación económica o una decepción sentimental usara dichos venenos como
pasaporte al otro mundo...
En cierta ocasión, un amiguito, por
cierto muy pícaro me hizo una inesperada invitación: ―Vamos a la tienda―me
dijo― quiero ver si me "bajo" a don Fidel. Y yo, en mi inocencia
decidí acompañarlo, poniéndonos en marcha hacia el lugar que esta ocupaba;
durante el trayecto íbamos pensando cómo decirle lo que se le acababa de
ocurrir al malandrín aquel... el camino se nos hizo corto, pues nosotros
vivíamos cerca de la escuela, y cuando acordé ya estábamos en las gradas de la
tienda, ahí encontramos a don Fidel
absorto en una conversación que le estaba desarrollando don César acerca
de una aventura tenida hacía tres noches en los alrededores de la piedra
encadenada, cuando tratando de apoderarse de la flor que nace alrededor de la
misma y que según él, sirve para hacerse invisible y pasar a otra dimensión, se
había encontrado con el cadejo y de la forma que supo enfrentar la espeluznante
situación.
Imaginando a don César con una flor en
la mano lanzándose al vacío desde lo alto de la piedra y llegando en un
instante a su casa del barrio calvario, mi mente infantil agarró vuelo y me
acomodé para seguir escuchando las increíbles narraciones de aquel singular
señor de nuestro pueblo, pero me acordé que más noche iba a estar soñando,
preferí tratar de llamar la atención del tendero carraspeando la garganta....
además, nosotros sentíamos otro tipo de vacío en el estómago y recordamos el
motivo por el cual estábamos ahí.
El maestro nos lanzó una mirada de
regaño, y decidimos esperar pacientemente el momento que se nos presentara para
hacer la petición.
Ellos parecían no tener ganas de
terminar la plática, pero por fin don Fidel nos preguntó: ―Qué van a llevar
cipotes...? El amiguito respondió: ―Que dice mi mama que me dé una bolsita
sorpresa y una espumilla, pues mi papá ya está trabajando en la chapoda en el
huatal de donde Segovia, y le están pagando 50 centavos por tarea y que el
sábado, segurito le manda su pisto.
Él se paró y se lo llevó al interior
de la tienda y le dijo, a la vez que señalaba un cartel colgado en la pared:
―¿Sabes leer “cipotío”...? ―No. respondió. Yo me retiré apresurado del lugar y
al momento de alejarme volvía a verlo afligido de vez en cuando. No sé si fue
que no le creyó o no le quiso fiar lo que le pedía, y se fue para otra tienda
con la esperanza que allá no tuvieran colgado ningún cartel.
Así se pasaba los días inventando
cuentos y siempre se topaba con el desdichado cartel que, por no saber leer
todavía, se había vuelto un verdadero enigma para nosotros.
Yo en lo particular, me hice el
propósito de aprender a leer un día y así poder descifrar el misterioso letrero
que el profesor nos mostrara cada vez que llegábamos con cierto grado de
"mala intención"...
Cumplidos los siete años de edad, fui
recibido como alumno del primer grado en la Escuela de Varones "14 de
Diciembre de 1948", bajo la tutela de la Profesora Berta Amaya, hija de
don Carlos, quien con mucho esmero y dedicación me enseñara a leer y escribir....
Ah, qué recuerdos más bonitos tengo de
mis inocentes días de escolar.... cuando corría muy alegre y descalzo por el
empedrado patio de "La Catorce"... todo era maravilloso... un
verdadero juego de niños... Así pase a segundo y a tercero, donde Amparo de la
O y Vilma de Rivera con muchísimo amor reafirmaron en mí el anhelo de
aprender...
Prácticamente ya estaba listo para
solucionar el misterio del letrero aquel...
Un sábado por la mañana me envalentoné
y esta vez fui yo quien invito al amiguito de marras, le dije que tenía el
objetivo de leer de corrido el desdichado cartel…
Fue entonces cuando hice el terrible
descubrimiento de la infame frase con la que se topan innumerables pobres en el
mundo:
HOY NO
SE FÍA, MAÑANA SÍ...
Omar
Gabrielí es
colaborador de La piedra encadenada.