(Poema)
René Ovidio González
Cienfuegos
es joya entre las joyas de Cuba.
¡Qué
monumento de ciudad imaginaron sus autores!
¿Sería otra Venecia? ¿O sería otra París?
Cienfuegos
jamás cambiaría nada que le pertenezca
por
nada de lo hermoso de esas urbes
modernas.
¡Ah,
si las calles fueran canales!
¡Ah,
si el Sena desembocara en la bahía!
Caminar
por un alegre bulevar bullicioso,
próximo
está el Malecón y es suficiente:
el
mar Caribe dormitando adentro de su límite
y
brisas del sur retozando entre barcos fondeados en la ría.
No
tendría torres Eiffel ni arcos del
Triunfo.
¿Para
qué necesita arcos y torres
si
solaza las miradas de riquezas arquitectónicas?
Un
Teatro Tomás Terry,
un
histórico Colegio San Lorenzo, el Palacio de Valle...
Inquieta
y radiante de sol como está,
desde
el Malecón, en la ribera salobre,
se
descubre su hermosura diamantina
al
abrazo de su vigorosa lozanía.
Cienfuegos:
planicie perfecta y trazo matemático.
La
deslumbrante lejanía reverbera
exhibiendo
en dimensión inmensurable
las
oscuras espigas humosas de los Centrales Azucareros…
¿No
es aquella silueta profunda y difuminada
el
imponente macizo montañoso?
¿No
es aquella mancha grisácea la serranía de El Escambray?
Cienfuegos
es la huella fresca
del
transitar de Tania rumbo a la historia.
Aquí
anduvo Fidel con su tropa el 7 de enero de 1959.
Aquí
nació, refieren, la legendaria Cubanita
en
las luchas de Martí…
Benny
Moré lo dijo:
«¡Cienfuegos
es la ciudad que más me gusta a mí!»
¿Y
cómo no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario