(Cuento)
René
Ovidio González
Ese día
milagroso Coralina me dijo que llegara como a las dos de la tarde, hora
compasiva y propicia… A pesar del sol desencantador de marzo me fui a la cita,
puntual y ansioso. Llegué a su casa, la hoja de la puerta estaba entreabierta.
La empujé y con tiento intenté abrir la reja pero no pude: tenía puesto el
cerrojo. Penetré con la mirada buscando una respuesta. Me fijé que Coralina
estaba dormida en una hamaca. Sin alternativa posible me acomodé en la grada y
la observé durante mil años. Quién de los dos soñaría más. De qué duendes o brujas malvadas huiríamos. A
qué hadas encontraríamos sin la desgracia de despertar sobresaltados por el
germen de la insolación. Qué monstruos asaltarían sus sueños. En qué personaje
conocida encarnaría su aventura: en Alicia,
la del país de las maravillas, o en Blancanieves,
la de los siete enanos…
Coralina
hizo un ligero movimiento. Sus muslos seductores mostráronseme retadores.
Dormida como está durante mil años de maldición, se volvió para mí una diosa. O
una bella durmiente. Su cuerpo está indefenso, abandonado pero palpitante,
invadido de sensaciones impronunciables. Qué soñaría, soñando. Soñaría acaso lo
que yo digo siempre a manera de bromear con el santo y también con la limosna: Anoche soñé que estaba despierto y cuando me
desperté, seguía dormido. Cómo reiría
Coralina. Si supiera que observo embebido la tranquilidad de su sueño, sé
que reiría. O quizás su pudor le impediría reír y no soportaría mi implacable
mirada…
Lo que digo
solo son conjeturas: ella duerme a profundidad y yo me pregunto en qué sucesos
andará metida. Qué espacios cruzaría como sombra sin la compañía de
guardaespaldas de este admirador suyo. Si supiera que me he quedado aquí,
acogiendo en mis ojos su belleza exclusiva, tocado por la espada filosa de su
voluptuosidad. Con cuánta ansiedad yo le pediría en secreto a su oído que me
hiciera el generoso favor, por lo que más quisiera, de confesarse conmigo
contándome en qué ha estado soñando los últimos mil años de su existencia
necesaria. Y ella, por lo que más quiere, haría el prodigio de decirme con su
dulzura de costumbre: En nosotros, solo
en nosotros.
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