sábado, 4 de mayo de 2019

Un modesto comentario


Héctor Edgard Trejo

UN MODESTO COMENTARIO SOBRE EL POEMARIO «QUE EL FUEGO CONCLUYA SU MISTERIO» DEL ESCRITOR RENÉ OVIDIO GONZÁLEZ

(Primera parte)

«Habrá mucha poesía tirada al viento; habrá mucho insomnio y quizá muchas pesadillas»

La poesía es como ese pájaro azul que el divino Rubén con su fino olfato de poeta universal adivina en las intimidades de aquel bisoño de la poesía, compañero de bohemias llamado Garcín si no mal recuerdo su nombre. Ave incisiva que con sus aleteos de fuego, pretendiendo escapar al mundo azul del universo, abrasaba las fibras sensibles, entrañas de carne humana, aprisionando alas y gorjeos. Había que dejarlo escapar, pero no de ese modo que lo hizo Garcín, posiblemente sospechando que no regresaría.

Los Garcín que confiadamente lo liberan, saben siempre de su retorno, y el corazón y la mente y el espíritu saben de estos regocijos y el poeta vuelve a ser protagonista de nuevas y grandes aventuras espirituales: Poesías de trino y colores que, en alas de una estrofa llena de azul, sugerencia de profundas emociones, sentimientos inesperados, alas de ilusión que son como latidos en verso, se muestran oferentes al intelecto universal. Es un decir a la gente que mi pájaro azul vuela libre en mi poesía que late en mi corazón y en el universo mismo; que palpita en mi cerebro, lo mismo que inunda con su arcoíris pintando de azul las más profundas oquedades del universo entero.

La inspiración es un fuego que quema por dentro, fuego purificador, fuego que tiempla el filo de la espada. Pero hay que rescatar del fuego los diamantes aun incandescentes. Sean diamantes, rubíes o topacios de fulgurante luz, no deben apagarse nunca: piedras preciosas, lingams de poesía nueva que incendien el mundo radiando amor, que es la alegría de vivir del hombre, y que el fuego concluya su misterio.

La inspiración, sinsonte, ruiseñor o chiltota, arrullo y color anidando en la conciencia del poeta incuba en fuego fecundo las más insólitas premoniciones… soplos de vientos antiguos como dice Ovidio pero no el Ovidio clásico, si no el Ovidio de las profecías poéticas, el contemporáneo que a su vez es la poesía misma en sus visiones concretas de dolor, de angustia, de soledad; imágenes que escapan ente las grietas de los tiempos idos, escenas que irritan la memoria, imágenes incisivas: dientes acerados corroyendo la conciencia; angustias y acontecimientos que se niegan a ser devorados por el tiempo.

Pero hay también imágenes de muchachas que se cuelan en el borbollón de los recuerdos; muchachas de aquellos tiempos en la estación. ¡Quién sabe si vendrá, quizá no venga! Es igual, porque no hay promesas y quién sabe la esperanza puede quedar solo en sueños, en pensamiento, en soledad resignada… Evocación de recuerdos agotados, de lo que es seguro y lo que no se sabe, porque no hay ni cartas ni llamadas y lo peor, no hay poesía que encienda la hoguera con palabras ardientes.

Sin embargo, la poesía de Ovidio, Ovidio González, brota de la geografía… borbollón de imágenes incrustadas en la distancia en el reflejo del fuego de la luna, golondrina extraviada en la esquina silenciosa del bohío; la carta no contestada, la compra de miradas, de corazones y pies desnudos a precios de millonarios; la insistencia del retorno a los juegos de la infancia, bajando por los escalones de cristal; miradas de muchachas que nos hacen despertar a la realidad del tiempo sin retorno. Pero la espera es real como lo es también la ausencia y el silencio.

La poesía de Ovidio… esta poesía, arde con el fuego existencialista de Sartre, la angustia del parto creativo y el temor de quedarse sin decirlo todo. La angustia de la despedida, el llanto de la ausencia que salpica al viento ligero que trae de nuevo el recuerdo de la muchacha lejana. Pero en el recuerdo hay vida; vida de la mariposa dibujada en el viento; vida en la verdad que se llevó con ella, en el tiempo arrancado que se fue volando en alas del tiempo; la esperanza del retorno hecha poesía; la espera en la ventana, el ansia de volver a caminar los pretéritos caminos en el silencio de las edades tope para dejar que el fuego concluya su misterio en las cenizas del silencio, donde todo concluye al polvo hay que regresar.

La angustia del retorno está siempre presente en la poesía de Ovidio: poner el tiempo en retroceso y detener la vida en los momentos del ayer para ver desde un escenario del momento, los cuadros más sentidos del drama del ayer inolvidable. Es hora de decirlo: angustia tamizada en el gozo poético de decir lo que no hemos podido gritar a los cuatro vientos sobre el cansancio ancestral en las raíces del árbol generoso de donde brota la savia elemental de esta poesía que bien podría ser distinta, distinta de vaguedades; pero así es. Los poemas brotan con atropellamiento, fluyen inoportunamente vacíos y se niegan a decir la extraña realidad de una vida que consume sus anhelos persiguiendo utopías, anzuelando quimeras. ¡Qué fácil le resulta decir estas cosas a Ovidio! Los versos no se sueltan, revientan explosivamente, aceleradamente, automáticamente como al azar y se resuelven en la mitificación del poeta: estatua de sal.

Todo encaja en el automatismo psíquico de Breton: fundamento del surrealismo estético que se expresa en esta poesía gratamente compleja y sugerente. Las pesadillas son revelación de los días de hiel intolerables; los días y las noches estacionarias en la espera, es solo que el insomnio está pariendo desconsuelo, desesperanza en el terco renacer de un porfiado anhelo; es solo que el fuego no ha concluido su misterio y todo escapa despavorido. Las ideas que fluyen en la mente, huyen también mientras los perros de la noche fugitiva mordisquean el silencio con sus aullidos nerviosos. Mañana, con el sueño aun mordiendo los párpados reincidentes aun soñando con ellas, volver macilentos al trajín del pueblo y de los tiempos que solo en sueños y a veces en pesadillas regresan a la mente para volver a ver las muchachas que ahora sin saber quiénes somos, hurgan en sus memorias perturbadas preguntando: ¿Quién será? Pero en el delirio de muchachas hay una, y solo una que alumbra el subconsciente y revive días extraños de soles incandescentes, sin entender la agonía de poeta, sigue negando la esperanza táctil y emotiva de manos que se funden, piel que se hace una en la diversidad de dos anhelos. Las imágenes desfilan una a una y se pierden, y la tristeza como un nubarrón de tormenta envuelve la ciudad y solo queda el corazón con su empeño fallido que más parece una locura; locura pertinaz de volver a la ventana angulada. Al frente los rostros se apiñan. Van llegando y pasan sin saber del escrutinio de unos ojos abiertos para una interrogante que no tiene respuesta, la ventana, el secreto bien guardado, solo queda en estas letras temerosa también de ser negada.

Es hora de refugiarse en el dolor, el dolor de lo que pasó en las manos que se juntaron y se hicieron una en el momento de los anhelos fallidos. Pero en este dolor hay también resignación a la esperanza que se niega y hay fe en el retorno por el mismo camino; retorno de risas de hermanos y amigos que se apagaron por la ausencia de la mujer amada que también llegará oferente con su carne, con sus huesos… y la ausencia solo será una imagen de las ansiedades derrotadas, y el dolor se irá diluyendo con las lluvias de un junio de hoy. Pero este llegar es un futuro impreciso. Habrá mucha poesía tirada al viento; habrá mucho insomnio y quizá muchas pesadillas, mucho viento habrá retozado levitando en torno a la ventana que muchas veces ha visto secar las lágrimas de la esperanza perdida en esta ciudad que hoy se cubre de pasos extraños. La esperanza de que te hayas ido sin quererlo y que solo haya sido un arrastrar de vientos fuertes que te acercaban y alejaban al mismo tiempo y otras tantas razones elucubradas anteriormente: sospecha de valladares o prisiones, y con los vientos del verano incitando al vuelo, como el papelote que revienta el hilo y se remonta en la azulada inmensidad, tal vez quiso marcharse con los vientos del verano.

Pero la puerta se abre y el fuego está encendido con la perseverancia de una premonición renuente. La renuncia franca a las mutuas culpabilidades y rebeldías abrirán esa ruta del retorno a pesar de las lágrimas y las prolongadas angustias. Esto es un despertar a la recuperación del mundo cotidiano, volver al yo de las propias sospechas como alguien que regresa de un largo viaje por los portales del tiempo y descubre que hay un mundo que es el de él y de su propia realidad, que hay lluvia en mayos y junios colmados de flores y mariposas, que hay poesía blanda y húmeda y que esa es su propia poesía, obstinada, impetuosa y algo más… el confesionismo, sugerencia de grandes sentimientos y valores. El intimismo de esta poesía es sencillamente invasivo. Tiene un poder de penetración en la conciencia ajena extraordinario: la intimidad de los días aciagos en el pueblo aquel, el vacío de los que se han ido y las premoniciones dolientes de los que ya están por irse; la ceiba fulminada por el hacha arboricida y hasta la fuente de aguas cristalinas que se vertían en un remanso oferente por el mismo corazón de Santa Elena. Todo lo que antes era, ya no es o simplemente es una sombra de lo que fue antes. La Patria entera ha cambiado, pero sigue en pie y los arboles sembrados en el patio, añosos y encorvados aun rebosan de nidos que fueron la poesía de ayer. La patria limpia y perfumada de las ventanas invadidas por pájaros que gorjean y su canto se confunde con las risas de los niños, en sus lechos reconstruidos en su esencia, en una patria nueva para vivir de nuevo y para morir en la poesía, en la flor de la vida: “Si muero hoy, no quiero flores, ni quejas ni llanto de nadie; quiero mis manos húmedas y tibias, abiertas y ansiosas por unirse a las tuyas. Quiero tus ojos extrañados, tempranamente cerrados. Quiero la canción que yo te decía; quiero rebelde ganar el combate al olvido; si muero hoy, quiero tus nueve grafías, tus nueve alegrías, tus nueve meses crecientes; quiero tu voz enredada en mi boca, tus silabas dulces, sonoras; quiero que cantes, que cantemos la canción del futuro sin nosotros, del fruto permanente para todos, del ejército de hijos nuestros, rebelados. Quiero que cantes conmigo, la canción que yo te decía”.

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