Héctor Edgard Trejo
UN MODESTO COMENTARIO SOBRE EL POEMARIO «QUE EL FUEGO CONCLUYA SU MISTERIO» DEL ESCRITOR RENÉ OVIDIO GONZÁLEZ
UN MODESTO COMENTARIO SOBRE EL POEMARIO «QUE EL FUEGO CONCLUYA SU MISTERIO» DEL ESCRITOR RENÉ OVIDIO GONZÁLEZ
(Segunda parte)
«La muerte es una trampa, dijo Gabo, hay que
derrotarla escribiendo mucho»
Matilde Elena, la Dra. en filosofía y
letras decía: “la vida se acaba cuando se muere la ilusión”. El poeta no muere
porque sus ilusiones quedan… Agustín Lara, en su lecho de enfermo desahuciado
decía: “me voy, pero me quedo”.
Hay también en Ovidio la tentación de
la denuncia. La protesta es inherente a su literatura; eterno fuego de lo que
se hizo y no se ha dicho, de lo que pasó y no se ha denunciado, fuego que quema
dentro por no haberse apagado a tiempo. Ahogándose está el poeta en el fuego de
su propia poesía que se refugia en las entrañas cada vez que dejando a un lado
todo, rompiendo barreras del silencio nos atrevemos a revelar nuestra intención
de no callar más. Entonces, la poesía irrumpe como una explosión de fuegos
pirotécnicos, en el recuento desafiante de una guerra que fue de todos, en el
reclamo por las vidas desperdiciadas en las noches más largas de la historia;
vidas de indios, mestizos, ladinos, mulatos y zambos: América, cuna de héroes.
La denuncia misma de la desilusión, de la sensación frustrante del fracaso,
habitando en una ciudad sin ojos ni oídos, ni corazón. Aquí se niega todo
porque todos están ocupados comprando o vendiendo las baratijas del
neoliberalismo y nadie quiere hacer otra cosa más que eso y los que no tienen
nada que comprar o vender, se desparraman entre la gente, mendigando para
emborracharse, prostituirse o simplemente mendigando un mendrugo en los
promontorios de basura privatizada.
Pero aquí se vive, se sobrevive y se
muere también muy fácilmente, se muere como Roque, como Monseñor, somos los
Ellacuría, mártires de oración y de poesía, gritando verdades desde el púlpito
o el paraninfo, pero después del sacrificio, fugitivos de la muerte aletean sus
espíritus como aves migratorias que regresan a pesar de las tempestades; como
la muchacha que se fue un día, pero no se fue porque su espíritu está siempre
presente en el alma del poeta. Por eso el alma del poeta está fundida con el
alma de los mártires, porque él también fue, y es un luchador; su poesía lo
resume todo: seguir en la lucha, resta dilucidar otra batalla, escribiendo de lo
falso, poniendo ante los ojos de la gente lo inmoral; protestando lo canalla de
una sociedad envilecida, sin temor a la muerte: La muerte es una trampa, dijo
Gabo, hay que derrotarla escribiendo mucho, para robarle mucha vida a la
muerte, aun después de muerto.
Escribir, por ejemplo y Ovidio lo hace
muy bien, del ruido y del desorden que taladra los oídos, en el concreto
ardiente del gran San Salvador; las prendas traslucidas, modelando redondeces y
delatando impúdicos ombligos; del despertar entre los sueños un 15 de septiembre,
de próceres nuevos en los escenarios de los parques entre banderas manchadas
con sangre campesina repitiendo, balbuceando oraciones y cantos a la patria.
Escribir de los nuevos metrocentros ¿Quién sabe de dónde sale tanto pisto?; los
bulevares, las torres, los hoteles de lujo de 4 o 5 estrellas, donde no pueden
entrar los guanacos, los que maldicen furiosos a su histórica miseria. Asentir
con Oswaldo que a esto le llamen patria y se le hacen altares y se le cantan
himnos y se montan desfiles y otras bayuncadas para que el pueblo en su
enervancia perenne consuma más, la basura del neoliberalismo salvaje. Hablar de
la tierra sin hombres y de los hombres sin tierra, sin pan. La selva usurpada
en un país donde las huellas del indio se han perdido porque no le han dejado
por donde caminar; poner en un libro el clamor de los versos, el rostro y el
rastro sembrados en la tierra, sembrada de cruces como ofrenda en esta terrible
agonía entre lobos, chacales y vampiros. Contar de los azacuanes inmigrantes
que ahora no pueden pasar por la muralla racial: odio del vikingo Trump. De
hacerse pan para el hambriento, flor en el desierto de la patria arrasada; del
hacerse voz de los sin voz; canción de bienvenida para los repatriados: de ser
siempre lo que el poeta debe ser. Abundarán calumnias, injurias, envidias,
desdenes, pero no podrán evitar otro golpe certero; las palabras si son bien
dichas cambiarán al mundo.
Escribir con persistencia, confiando
en el poder liberador de la palabra.
Páginas aparte. Ovidio nos regala más
de su poesía vibrante con ese su estilo vanguardista emotivo y de profunda
penetración en la conciencia humana como él lo sabe hacer. En esta poesía, la
esperanza aparece como llevando a cuestas el renacer y la liberación. El alma
se libera cuando después de todas las tormentas, algo queda, aunque sea solo
eso: La esperanza que en el poeta hace brotar palabras del silencio:
"Esperándote compañera con mi bandera rota" EL renacer es un
coleccionar de futuros; un rearmar rompecabezas que quedaron inconclusos; hacer
polvo los temores del pasado; renacer en la poesía en la fuerza de cada verso.
La liberación no es cosa de
elecciones. La palabra es el arma contundente; es un río místico limpiando de
reptiles y de plagas; alimañas de lo que será la última plaga en el
advenimiento de una patria liberada. Liberación es recordar sin recelos a los
hermanos que se fueron, con quienes debemos de vernos para preguntarnos qué fue
del puño y de la flor; que de la idea y de la lucha... y quién sabe, una
recriminación: "Volviste faltando a tu promesa", a encontrarte con el
polvo de los años. El ausente volverá como los odiseos a jugar con los niños de
su pueblo añorado y caminará de nuevo por las calles empedradas mirando los
ojos de todos que es toda nueva una sombra del pasado que se esfumó y ahora
solo queda programarse para las ansiedades del fututo, para espacios distantes,
para épocas propicias cabalgando en la brisa, también nueva. Disfrutar la
música en todos sus componentes elementales llámense: Madonas, Beatles, Bee Gees,
cigarras, grillos, ranas, en la ducha tibia de un baño mañanero. Y luego
escribir tranquilo, sosegado, a la sombra de un árbol coterráneo, sobre cómo
Adán y Eva se perdieron en el paraíso; de la crisis energética en Honduras; de
bananas y sindicatos; de las grandes heladas en Brasil; de las marchas en Cuba
contra las políticas migratorias gringas; de los poetas apolíticos que se
tragan la saliva para no quedar mal con sus protectores: dioses de la prensa
libre, entre comillas; hablar de Sebastián en Londres, de la torre de Big Ben,
el Thames river; con su caca pegajosa los palacios majestuosos. Hablar del
país, de la patria, de los despatriados, de los sueños de hacerla nueva de cal
y cantares, acicalando todo, desde el parpado amoratado hasta el remendado
corazón. Como manchas, poesía en varios actos, miradas introspectivas de
sucesos que tratados con habilísimos juegos de retrospección nos lleva a mirar
desde dentro lo que pasó en la conciencia de los lacayos que al servicio de las
tiranías cumplieron tareas de exterminio feroz. El morbo patológico de la
muerte acosando interioridades: como hileras de hormigas se desplazan los
condenados entonando canciones de lucha. A veces el verdugo desfallece no se
sabe si de ansiedad o de miedo, el pánico corroe, y vienen y ya se siente un
latir de corazones. Las simientes del amurallado cuartelón de estilo colonial
tiemblan estrepitosamente... El grito militar resuena, es la orden... Es la
orden, el grito del exterminio brutal. El miserable que vende su alma al diablo
por una bolsa de dinero que antes eran colones, pero hoy son dólares manchados
de sangre. Treinta míseras monedas crucificaron a Jesús. ¿Cuántos pesos o
dólares fulminaron el corazón ardiente y amoroso de Monseñor Romero...? Pero no
los mataron y la ira de los justos reventó ayer y revienta hoy en el recuerdo
de todas las barbaries; y en los noviembres de lucha y de sangre (1989).
La poesía de Ovidio es un rosario
infinito de esforzado ejercicio introspectivo y retrospectivo. Sueño: la
introspección de un viaje a la eternidad. El silencio introspectivo de mejor
callar. La visión del propio epitafio. La visión interior de sí mismo en la
ciudad a oscuras en vísperas de la muerte, encadenado en la roja rebeldía cotidiana
y cavilando sobre la muerte, el retorno a la vida, a lo que quedó en la
historia de encanto... y desencanto.
Todo esto es la poesía de Ovidio. En
verdad leer a Ovidio es sumergirse en un mundo lleno de espacios que han sido
recorridos todos por el poeta absorbiendo con pasión intensa cada gota de la
vida que se encierra en cada paisaje, en cada suceso. El poder de auscultación
de espacios, ideas, escenarios y sucesos en sus versos de corte vanguardista,
cargados de una visión existencialista de la vida nos impresiona, aunque
también son de gran relevancia sus cuadros surrealistas que nos hacen
detenernos con frecuencia intrigados; para absorber mejor y a profundidad esos
contenidos impresionantemente sugestivos. Esto y mucho más es la poesía de
Ovidio González.
No hay comentarios:
Publicar un comentario