(Opinión)
René Ovidio González
La opinión de un conglomerado puede adquirir
fuerza arrasadora si cumple algunas características en su desarrollo. A veces
se confunde a la opinión pública con lo que no es y se utiliza con propósitos
mezquinos, no digo maquiavélicos, pues asumo que Maquiavelo ha sido
desprestigiado por los medios para lograr sus fines: obtener poder. O
mantenerse en él.
Son los medios informativos, o
desinformativos ―hay de todos colores y sabores―, que proponen agendas diarias.
Ponen y quitan temas. Mientras el público discute el terrorífico discurso presidencial
acerca del horrendo virus (este es un tema de agenda), el compinche del
expresidente que robó del erario y afectó al pueblo, sale libre de cargos (este
no es un tema de agenda) … El público, consciente o inconsciente, sigue
aquellas temáticas, bailando al son de la agenda mediática, al difundir, al
compartir. De esta manera se forman corrientes de opinión. De orígenes falsos,
a veces.
En esta época de influencia
cibernética, las redes virtuales juegan un rol decisivo en el juego de la
información artificial. A diario, de manera persistente, manejan el pensamiento
de los internautas. Conducen corrientes de opinión, engañan a un rebaño
indefenso que ansía protección y seguridad. ¿Se puede hacer un concurso para
determinar cuál presidente es número uno del mundo? Algunos podrán responder
con optimismo: ¡Sí! Ahora digamos: ¿Se ha hecho ya? La respuesta es un rotundo
¡NO!
Pero la red mediática hace
afirmaciones al respecto, con sinnúmero de corifeos tras esa idea. Ha creado
una corriente de opinión cuya base es una mentira. Es tan insidiosa la
influencia, que la selfie de un mandatario se vuelve tendencia, no la
fotografía de una inocente niña vietnamita quemada por el napalm.
Ahora, veamos ¿qué es un héroe? Aquí
responderá la RAE: m. y f. Persona ilustre y famosa por sus hazañas o virtudes.
¿Y qué tal si esa fama es falsa, fabricada por los medios o las redes
virtuales, y en realidad, el que quieren elevar a la categoría de héroe solo
hace su trabajo, trabajo que otro, que debió hacerlo, no hizo, o que otros ya
habrán hecho antes?
Disculpen, muchá, pero responder
preguntas en una interpelación y realizar actos propios de un funcionario, no
hace héroe a nadie. Se ha sabido, en tiempo real, de muchas interpelaciones en
la Asamblea Legislativa. Ninguna, que se sepa, ha mejorado la vida de los
ciudadanos. Todas han sido sin pena ni gloria. Más bien son «reallity shows»,
circos de mal sabor.
Los ciudadanos debieran reaccionar
ante las temáticas. Pocos lo hacen de forma consciente. Muchos van a donde va
Vicente (del dicho popular, que va adonde va… casi toda la gente) A otros ni
siquiera les interesa la agenda. Son indiferentes. De esta manera se forman
corrientes de opinión disparejas. Hay una que domina. Explicado de manera
sencilla: hay quienes creen que SÍ (aquí se agregan los que van con don
Chente); los que opinan NO, son quienes, no importándoles ser minoría se
mantienen allí; Y los indiferentes, que forman una enorme masa de pueblo. A
menudo la corriente dominante se atribuye como propia esta masa. Contribuye a
ello su silencio.
Pero los políticos olvidan algo: si
las opiniones no son expresadas, no constituyen corriente, ni forman parte de
la opinión pública. Pero en ese manejo sucio de las percepciones colectivas,
dada la conectividad a nivel mundial, se ha pretendido mantener el silencio de
la mayoría y, echar a quienes no callan al saco de los que no pesan, los del
porcentaje menor. ¿Cómo?
Primero respondamos, ¿qué es una
corriente de opinión? Ejemplifiquemos: se filtra información periodística, la
compra ilegal de insumos del gobierno a la empresa Tal, propiedad de un
funcionario Cuál, a precios sobrevalorados. ¡Un escándalo por el holograma de
honestidad que proyectan! Los ciudadanos reaccionan. Los argumentos fluyen.
Unos exigen rueden cabezas (es lenguaje figurado), otros solo condenan la
compra de influencias (no es lenguaje figurado), y los hay quienes toleran el
hecho con base a «si los otros robaron, hoy que roben estos».
Surgen rumores, además, que la empresa
Tal tiene vínculos con un pariente del mandamás, pero este hecho fue ocultado
por la prensa. El pueblo no lo supo. En este escenario hipotético, se formaron
al menos tres corrientes de opinión en torno a lo que publicaron los medios. Lo
que no publicaron, por arte de magia, no existe. Las tres corrientes aludidas
forman lo que se llama opinión pública.
¿Y cómo pretenden callar a la
población y borrar así la opinión pública? Con ardides y mañas. Para
identificar la opinión pública se necesita que la gente se manifieste. Lo que
un país piensa, si no lo dice, es nada. Se trata de la colectividad
expresándose. No solo en redes virtuales. Vale afirmar: no todo lo expresado
forma opinión pública. Si los arreglos de transferencias de futbolistas en
clubes europeos son bajo de agua ―a pesar de las críticas de hinchas
enardecidos―, y si el tema no es visible para la mayoría, si no es un hecho
social, no será catalogado de aquella manera.
Las opiniones se vierten en lugares o
espacios concretos, aparte de en los citados, en sitios de comunicación interpersonales:
mercados, autobuses, plazas, oficinas, escuelas, fábricas, o en casa. Con el
famoso virus y la exigencia de cuarentenas legales o ilegales, las
posibilidades se redujeron a lo mínimo. Se nos amordazó, se nos pidió distancia
social para quebrar la interacción, y se nos confinó a ser entes sin sentido de
colectividad.
Si solo se puede opinar en casa y no
se socializa con los amigos del barrio o la ciudad, no hay corriente de
opinión. Si nos atenemos a las redes virtuales, inundadas de cuentas falsas, y
operadas por ideólogos del poder con agendas exclusivas…Prrrrrrrfff (ruido
despectivo, de un cachinflín soplado) … Lo próximo tal vez sea la clasificación
de voces que reflejen colectivismo de «en desuso». Nos van a prohibir que
emitamos juicios. Que escribamos. Que cantemos. Van a intentar estoquearnos con
el estribillo: «Te ves más bonito cuando estás callado».
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Publicado en sección editorial de «El Emporio Digital». Septiembre 1 de 2020.