(Historia)
René Ovidio González
Continuación…
En aquellos terribles días ser miembro de la Unidad
Nacional de Trabajadores Salvadoreños ─UNTS─, era igual que suscribir
su propia sentencia de muerte. Don Natividad de Jesús Mondragón era militante
de esa organización. Representaba a la ANIS de Esquino Lisco. Conoció ahí a
Humberto Centeno, a Julio César Portillo, a Febe Elizabeth Velásquez y a otros
sindicalistas. Se reunían de manera clandestina: esperaban un taxi que los
llegaba a traer a unas cuadras distantes del local de reuniones. “Se observaban
muchos grupos y cooperativas”, dice don Jesús retrocediendo por el túnel del
tiempo. Un día, se cansó de esperar: el taxi no apareció. Al intentar acercarse
a pie por una calle aledaña supo la verdadera verdad: un verdor verdeaba de
verde olivo el paisaje citadino. El ejército sitiaba las instalaciones de la
UNTS…
Entonces decidieron trasladar sus reuniones a la
Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños ─FENASTRAS─. Y fue ahí en FENASTRAS donde una bomba mató a Febe
Elizabeth y a no menos de otros 8 sindicalistas. Lipe no estaba en el lugar.
Terminaba octubre de 1989 y la tragedia continuaba.
En noviembre de aquel año 89 don Jesús viajó a Panamá.
Iba en representación de los indígenas salvadoreños. Así lo animaba su amigo
Esquino Lisco:
─Mirá Lipe, en esa reunión de Panamá se va a hablar de
la guerra, eso es inevitable, y vos sos el que mejor puede hacerlo, así que te
me vas…
Preparó su maleta y se fue. “A los pocos días empiezo
a ver por la televisión el cachimbaceo aquí,
puta hombre, y yo allá solo viendo aquel pijaceo…
Llegó la hora de volver. Tienen
tomado el aeropuerto de Comalapa. Destino: Guatemala. ¿Por qué no nos vamos
para Honduras? O regresemos y nos quedamos en Nicaragua. Mejor arriesguémonos:
volemos a El Salvador. De Guatemala salimos para acá…”
─Si tienen valor bajen del avión, porque ahí afuera hay
guerra…
“En Panamá antes de salir dimos una conferencia de prensa, yo tuve que
hablar de lo que ocurría aquí, la ofensiva guerrillera… Querían señas de lo que
estaba pasando… No jodan, el pijaceo,
los compas peleando contra los opresores… Nos bajamos del avión. La guerrilla
controlaba el aeropuerto. Salimos a buscar transporte. Nada. O casi nada. Solo
un pickup…”
─Yo los llevo hasta donde pueda o me dejen llegar. Si
les parece el trato…
“Tuve que andar a pie desde San Marcos Lempa hasta
Jiquilisco. A Usulután llegué en un carrito que se aventuró a venir desde
Jiquilisco. Al fin llegué a Santa Elena. Ese día encontré a Jeremías en mi
casa, me mandó a comprar las botas y las baterías que ya se sabe, fue cuando
cubrí la cesta de lo comprado con matas de yuca que corté de aquel yucal,
porque Ángel me avisó a tiempo que no caminara más y que no llegara a la casa
porque aquí me esperaban los soldados.”
Doña Marina Romero, esposa de don Jesús, refiere que
en cierta ocasión, inesperadamente observó que un soldado se dirigía a su vivienda.
El soldado se sentó muy cerca, y así sentado preguntó si había más gente en la
casa, si estaba su esposo…
─¿Y cómo van las cosas por aquí?
Don Jesús no estaba y ella tuvo que ingeniárselas para
salir del paso, explicó al militar lo difícil del vivir en medio de la guerra y
justificó la ausencia de su marido. El soldado pidió comida para él y su tropa.
Un tanto incrédulo escuchó decir a doña Marina que les daría con gusto, “pues
en esta casa la comida no se le niega a nadie… ¿Ni a los guerrilleros?... Ni a ellos, porque también
tienen derecho a comer.”
─Este viejo caitudo ha de tener pisto, hacendado ha de
ser…
Mientras Lipe escuchaba con ojos vendados esta frase
despectiva, afuera se gestionaba para
liberarlo, a él, a Yildari y a otros de los secuestrados por el batallón
Atonal. Blanca Lidia Mondragón, hija de don Jesús, coordinaba esfuerzos con
Adrián Esquino Lisco y con entidades defensoras de derechos humanos, ofrecía en
San Salvador una conferencia de prensa en la que daba detalles de los atropellos.
La lucha fructificó: los prisioneros fueron liberados.
─¿Y Jesús Mondragón, quién es?
Llegaron
cuatro hombres armados vestidos de civil a casa de don Jesús. El mozo que trabajaba con él lo señaló y les dijo quién
era Jesús Mondragón. Para ese tiempo se ocupaban en destusar maíz. Se
aproximaron apuntándole con las armas de grueso calibre que traían:
─Somos
de la guerrilla, va a entregar las armas que guarda aquí…
“No sé de
qué me están hablando…” Así fue su respuesta.
Aunque la verdad era que Lipe tenía un arma. Pero el arma en mención
estaba enterrada. Era una pistola calibre 38 ya matriculada. Los impostores
llevaron a don Jesús a que desenterrara la susodicha pistola, cuando Lipe
comenzó a escarbar, oyó que uno de los intrusos se dirigía a otro del grupo:
“Ponete vos a escarbar, y cabal me apartó y escarbó, ahí encontró la pistola,
pero sin tiros… ¿Y los tiros?... Ahí
los tengo. Se los entregué. Que se los pone, y que la animala no dispara. Y la
avienta por allá…”
─Esta
mierda no sirve…
“Qué lamentable
que no sirviera la 38, pero las otras armas, los fusiles M-16 que estaban
metidos en el volcán de tusas bien cerquita, sí que servían…” Lipe ríe a
carcajadas. Los fusiles se los habían traído los verdaderos guerrilleros un día
antes. Uno de los individuos no dejó de apuntarle en ningún momento y, según
cuenta don Jesús, todos se veían así,
medio nerviosos…
“Por allá
había un palo de quina, teníamos un lote de carabinas y escopetas cuando se da
un combate por todo esto, y nosotros muy pendientes. Después de ese chipustiado, escarbamos en medio de las
matas de chácara, ahí hicimos varios entierros. En cajas de madera, así las
enterrábamos, si parecía que enterrábamos a un muerto, y después, aquel sandial
bien hermoso, arrastrábamos las matas de sandías, todas las guías y se las
tirábamos encima, ni señas se veían.”
─Es
que con esas carabinas empezamos, ¿te acordás Lipe?, después de gustosos
pedimos que nos mandaran los M-16, y rápido vinieron.
Quien hace
tal aseveración es René Saravia, de seudónimo Yildari. “Sí hombre, René, en
esos días, fueron los comienzos de este bolado, me acuerdo que le preguntaban a
una viejita si había ido a ver a los guerrilleros y la viejita contestaba que
sí, conque hasta toqué a uno…”
Carcajadas de don Jesús. Risas de los demás. Lipe asegura que uno de los
primeros en visitar y explorar el cerro
El Tigre y alrededores fue Roberto patojo, pero también afirma que ya antes se
conocía de un asiento guerrillero en la zona, al parecer de una organización
distinta a la que lo había ingresado a sus filas…
Recuerda que
entre los mandos rebeldes que él conoció están Isaac Lizama o Froilán, Heriberto Coreas o Beto el recluta,
mencionado a veces con el seudónimo Jorge; recuerda a Róger Blandino Nerio,
alias Jeremías. También cita a Elmer, de quien no conoció el nombre legal.
“Hasta después supe que me habían tomado en cuenta como parte del ERP.”
Un día de
tantos, Froilán apareció con una preocupación pintada en su rostro. Conversó
con don Jesús:
─Lipe,
a vos te cae el pencazo. A vos te toca. Ahí ve cómo te las arreglás…
“Cabal,
hombre, por la noche me traían a una mujer panzona ya para tener el cipote.
Unos diítas después el ejército que llega. Le explico a Marina: que la muchacha se vaya al pozo y
dale esto y lo otro. Marina le dio un rollo de trapos y la mandó a lavar… Y que
llegan los soldados, y que van al pozo, y que se ponen a platicar con ella…”
Pero la joven no daba la cara, decía que don
Jesús y doña Marina eran sus padrinos, y que venía de Santa María.
Continuará…
ERP: Ejército
Revolucionario del Pueblo.
En la fotografía de portada: don Jesús y su esposa
Marina Romero.
En la otra fotografía: don Jesús y su hija Blanca
Lidia Mondragón.
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